Reportaje | España, entre himnos y estrellas: la epopeya infinita de un sueño llamado fútbol femenino

(Fuente: RFEF )

📌 La Selección Española es número 1 del ranking FIFA y alcanzó su cuarta final en dos años.

Canción de taburete |

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“Me dejaste un gusto extraño y me enamoré de ti.” Así comenzaba aquella canción que el grupo “Taburete”, con el alma encendida de quien quiere rendir tributo a una nación que vibra al compás de su bandera, compuso en 2019 para la patria ibérica con motivo del Mundial de Francia.

Una melodía que pronto se convirtió en símbolo, en premonición, en la banda sonora de un sentimiento que nacía y que aún no sabía la magnitud de lo que estaba por venir. Fue aquel verano en el que las chicas hispanas, con el corazón como única brújula, cayeron con honor (2-1) en los octavos de final ante la todopoderosa selección de los Estados Unidos, en el legendario estadio de Le Havre, bajo el cielo normando que presenció el primer rugido de un gigante dormido.

Aquella tarde, marcada por dos penales tan controvertidos como inolvidables —especialmente el segundo, aquel que Rose Lavelle sufrió entre sombras de polémica—, cambió para siempre el destino de las guerreras hispanas. En ese preciso instante, entre lágrimas y orgullo, nació una convicción nueva: la de creer en sí mismas. Cuando los focos del fútbol femenino apenas rozaban la superficie mediática, cuando el eco de sus victorias se apagaba antes de alcanzar las grandes portadas, en “El Partido de Manu” ya contábamos —como quien narra una profecía— las gestas y las cicatrices de las de Jorge Vilda. Éramos testigos del origen de algo inmenso.

Tras aquella fecha fundacional en suelo francés, llegó la última “decepción”, si es que así puede llamarse al aprendizaje que forja los destinos inmortales. España, que apenas cuatro años antes había disputado su primer gran torneo, alcanzó los cuartos de final de la Eurocopa de 2022, donde cayó en la prórroga frente a Inglaterra (2-1). Una derrota que dolió, sí, pero que también encendió la chispa definitiva: fue la antesala de la gloria más absoluta.

Y fue, curiosamente, en las antípodas —en la Copa del Mundo de Australia y Nueva Zelanda 2023— donde comenzó a escribirse la epopeya más grande jamás contada del fútbol español. Aquel torneo, que empezó casi en silencio, se transformó en un himno universal a la perseverancia y al talento. Partido a partido, lágrima a lágrima, España fue tejiendo una historia que parecía imposible. Hasta que llegó el día: la gran final de Sídney, frente a Inglaterra, otra vez ellas, y un disparo de Olga Carmona que atravesó el tiempo y las generaciones para bordar la primera estrella sobre la camiseta rojigualda. El país entero se detuvo. Las plazas se llenaron. Las lágrimas fueron un idioma común. No nos lo podíamos creer: éramos campeonas del mundo.

Y sin embargo, incluso en la cima del triunfo, el fútbol —caprichoso y humano— nos recordó que la gloria nunca llega sin sombras. Los episodios ocurridos durante la ceremonia de medallas, tan ampliamente conocidos, empañaron una celebración que debía haber sido pura y eterna. Pero mientras eso ocurría, en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, un grupo de mujeres seguía entrenando en silencio, con la mirada fija en el horizonte, dispuestas a escribir la siguiente página del libro dorado del deporte español.

El camino, como la vida, nunca fue un sendero de rosas. Tras el Mundial, llegó la recompensa de las recompensas: la conquista de la primera edición de la UEFA Women’s Nations League, levantada en La Cartuja de Sevilla frente a Francia. El cielo andaluz fue testigo de una nueva proeza que consolidó a España como una potencia inapelable. Con ese trofeo en las manos, el equipo emprendió viaje de regreso a Francia para debutar, por vez primera en su historia, en unos Juegos Olímpicos (París 2024). Pero el destino, siempre exigente con las leyendas, volvió a poner a prueba su espíritu. Un partido fatídico frente a Brasil en semifinales y el cruel desenlace del penalti errado por Alexia Putellas privaron al equipo del bronce. Sin embargo, lo más cruel aún estaba por llegar.

Porque en la Eurocopa de Suiza 2025, en la majestuosa final de Basilea, el fútbol —ese espejo de la vida— quiso cerrar el círculo. Inglaterra, la misma que había sucumbido dos años antes en Sídney, reclamó su revancha desde el punto fatídico.

(Fuente: UEFA)

Fue una herida más en el pecho de un grupo que ya se había ganado la eternidad. Una derrota que no se mide en medallas, sino en carácter, en legado y en la certeza de que la historia de España en el fútbol femenino no tiene fin.

Y así, cuando el ciclo de Montse Tomé llegó a su ocaso —una crónica de una despedida anunciada—, la Real Federación Española de Fútbol supo reaccionar con temple. Con mayor o menor acierto, eligió a una mujer que conoce las raíces y las cicatrices del fútbol: Sonia Bermúdez, exjugadora de élite, símbolo del compromiso y del coraje. Bajo su batuta, España ha alcanzado las semifinales de la UEFA Nations League frente a Suecia, doblegando al gigante escandinavo con autoridad. Primero, un contundente 4-0 en La Rosaleda, Málaga, y después un sobrio pero valiente 0-1 en Gotemburgo, sellado por una diana de Alexia Putellas en el minuto 75, como si el destino hubiera querido reconciliarse con ella.

Hoy, la Selección Española de Fútbol —esa que “desde Ottawa piensa en copas”, como decía la canción de Taburete—, está a punto de firmar una nueva página en el gran libro de su historia. Cuarta final en apenas dos años. Cuatro inviernos de sueños, de lágrimas, de epopeyas. Una demostración rotunda de que el fútbol femenino no solo interesa: emociona, inspira y da más alegrías que el masculino, porque quienes lo encarnan lo hacen desde la pasión y el amor puro al juego. Lo que España vive es más que una era dorada: es una edad de oro con mayúsculas, una generación de leyenda que ha redefinido los límites del deporte nacional.

España defenderá la corona conquistada ante Alemania, que logró su pase tras empatar con Francia (2-2) y hacer valer su victoria en la ida. La final, a doble partido, tiene fecha y alma: primero, el 28 de noviembre en el estadio Fritz Walter de Kaiserslautern, en territorio germano, donde la historia empezará a escribirse con tinta extranjera. Y luego, el 2 de diciembre, el retorno a casa, al templo rojiblanco del Estadio Metropolitano de Madrid, donde la patria futbolera entera se unirá para empujar a sus heroínas hacia la eternidad.

En el aire flota una sensación inequívoca, un susurro colectivo que se ha convertido en certeza: “La Roja no tiene techo.” Porque el espectáculo —con permiso de una temible Alemania, heredera de las grandes dinastías europeas— no ha hecho más que comenzar.

Y lo que late en el corazón de este equipo es algo que no se entrena ni se compra: una fe ancestral, un orgullo de nación y la certeza de que el futuro del fútbol lleva nombre de mujer y acento español.

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