
🟦 Tras aterrizar en Madrid alrededor de las cuatro de la tarde, la Selección Española apenas dejó enfriar el vuelo que la devolvió desde Alemania antes de volver a ponerse en marcha: recuperación, balón y mentalidad de acero en el Campo A de Las Rozas para preparar el asalto definitivo del martes en el Metropolitano, donde el 0-0 de la ida no es final sino promesa. España no descansa; se afila. La batalla continúa.
La Selección Española ha regresado de Alemania con la eliminatoria abierta y el pulso en la garganta, aterrizando en Madrid alrededor de las cuatro de la tarde después del 0-0 en el Fritz-Walter-Stadion, un marcador que no resuelve nada y al mismo tiempo lo enciende todo. Sin descansar, sin pausa posible, apenas unas horas después del vuelo el equipo ya trabajaba en el Campo A de la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, en una sesión dividida en dos ritmos complementarios: recuperación para las titulares, que dosificaron esfuerzos entre gimnasio y ejercicios controlados para descargar tensión muscular, y trabajo compensatorio sobre el césped para quienes no partieron de inicio en Alemania, con balón, intensidad, transiciones rápidas y voracidad competitiva. No hubo relajación, ni descompresión, ni mirada hacia atrás. La Selección se comportó como un equipo que no vuelve para reposar, sino para continuar, porque este empate no es descanso: es gasolina.
La ida dejó un duelo táctico duro, áspero, estratégico, donde Alemania obligó a pensar rápido y cerrar espacios, donde España mantuvo identidad pero no logró convertir dominio en gol, y aun así salió viva, firme, con la convicción de que en Madrid todo puede romperse a favor. El 0-0 pesa, vibra, promete. No decide, pero amenaza. Es un marcador que invita al riesgo, que convierte cada ataque futuro en posible puñal y cada mínimo error en terremoto competitivo. Y es precisamente por eso que el grupo no ha parado: está afinándose, ajustándose, puliéndose para un martes que ya late en el horizonte inmediato.
El Estadio Metropolitano será el escenario —no de un partido, sino de un punto de inflexión— el próximo 2 de diciembre a las 18:30h. Una vuelta que se jugará con la ciudad cayendo en la tarde, con el estadio convertido en volcán rojizo, con miles de gargantas tensadas hacia la victoria, con la nación mirando sin pestañear. Allí, donde la hierba es territorio emocional, donde la épica encuentra altavoz, España buscará transformar trabajo en conquista. Porque esta eliminatoria no se supera con once: se supera con veintitrés, con cada entrenamiento de compensación, con cada estiramiento, con cada músculo que hoy se recuperó para correr más fuerte en cuatro días. Es un proceso que explica al equipo: no se trata solo de competir, sino de evolucionar minuto a minuto, vuelo a vuelo, sesión a sesión, golpe a golpe.
No hay suplentes, sino futbolistas disponibles; no hay desgaste, sino reconstrucción; no hay miedo, sino expectativa. La Selección se entrena con la intuición de que este cruce puede marcar un antes y un después, que el Metropolitano será testigo de algo grande si España es capaz de imponer su estilo, de mover el balón con paciencia y filo, de presionar con hambre, de convertir ocasiones que en Alemania quedaron solo en latido. Ya no se trata únicamente de fútbol: se trata de identidad, de carácter, de convicción.
España ha vuelto. Ha entrenado. Ha respirado. Ha compactado cuerpo y mente. Y lo que sucedió hoy en Las Rozas no fue una sesión más: fue el primer paso de la conquista final. Todo lo que no ocurrió en Kaiserslautern puede ocurrir en Madrid. Todo está abierto. Todo está por escribirse. Y esta Selección no mira la historia desde lejos: avanza hacia ella con el paso firme, con el pulso despierto, con la certeza de que las grandes gestas no se esperan, se persiguen.
El martes no se jugará solo un partido.
El martes puede escribirse una página y España está entrenando para firmarla.
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