
🔲 Mientras el Costa Adeje Tenerife es un ejemplo a seguir en el fútbol femenino y llena el Heliodoro, con 2.457 espectadores de media en cada partido, su eterno rival no es más que un recuerdo ante la pasividad de Miguel Ángel Ramírez.
Las Islas Canarias respiran fútbol por los cuatro costados, no estamos descubriendo la fórmula secreta de la Coca-Cola, pero hay mucho trabajo por hacer en territorio insular en lo que a fútbol femenino se refiere y no será por el empeño que le pone D. Sergio Batista con su Costa Adeje Tenerife, el problema está marcado en amarillo.
La Unión Deportiva Las Palmas por la que han pasado grandes estrellas como Jesé Rodríguez, Juan Carlos Valerón, Pedri o Jonathan Viera es el único elenco importante, el Real Madrid se salvó de la quema en 2020, que en pleno siglo XX no tiene sección de fútbol femenino.
España levantó la Copa del Mundo en categoría absoluta el pasado 20 de agosto de 2023 en Sídney a costa de Inglaterra por 1-0 con un gol de la jugadora del PSG Olga Carmona.
Aquella mañana muchos equipos como el Madrid CFF, del quien les escribe ha formado parte durante tres años, se congratularon del éxito de la nación ibérica, pero hubo una entidad que no pudo sentir esa proeza como propia y si, por increíble que parezca, les hablamos de Las Palmas.
El conjunto pio pio ha sido adelantado por la izquierda por el Club Deportivo Tenerife Femenino, quien este pasado verano se alió con el antiguo Granadilla Tenerife Egatesa para incorporar al club azul y blanco al Costa Adeje, semifinalista de la Copa de la Reina en 2022, que ha coqueteado en varias ocasiones con entrar en Europa, algo que irrita a los habitantes de Gran Canaria sobremanera, así de simple.
Se puede decir, con un tono reivindicativo y no titubeante que Las Palmas y el fútbol femenino es la asignatura pendiente de un gigante adormecido, que debe reaccionar para dejar de avergonzar a la sociedad que corea ya de memoria nombres como el de Jenni Hermoso, Aitana Bonmatí, Alexia Putellas o Vicky López e incluso acude a las tiendas de Adidas para comparar camisetas con estas serigrafías y es que la profesión de futbolista es la segunda más elegida por las niñas en la actualidad por detrás de medicina, según reveló un estudio de Adecco en septiembre de 2025.
promesas que resuenan como himnos de esperanza. Y hay promesas que, con el paso del tiempo, se convierten en un eco doloroso, un lamento uniforme que recuerda a quienes lo escuchan que el compromiso no estuvo jamás acompañado de la valentía necesaria para materializarlo.
Así comienza la historia de la Unión Deportiva Las Palmas con el fútbol femenino: no como epopeya de conquista, sino como crónica de **una deuda histórica, una promesa no cumplida y un olvido institucional que ya pesa como una losa sobre la grandeza de una entidad que se precia de ser casa de todos los canarios.
Para entender el presente hay que mirar al pasado con honestidad radical. UD Las Palmas, club con casi 76 años de historia y uno de los emblemas del fútbol español en el Atlántico, tuvo un equipo femenino en la temporada 2009-2010 y 2010-2011. Compitió en la Superliga Femenina, la máxima categoría de aquel momento, donde la élite del fútbol femenino español buscaba consolidar su profesionalización.
Pero esos dos años de existencia no fueron acompañados de una hoja de ruta sólida ni de inversiones planificadas. Tras descender, la sección se disolvió por completo. La excusa oficial apuntaba a problemas económicos, a un contexto poco favorable y a la sensación de que “no había base organizativa” para sostener la actividad deportiva.
Ese ha sido el primer gran fallo de la institución por mucho que se deje pasar como si nada.
No es menor: en un momento en que el fútbol femenino empezaba a dar sus primeros pasos de profesionalización y visibilidad, Las Palmas retrocedió, renunció a construir, y dejó escapar una oportunidad histórica que otros clubes supieron aprovechar.
Y mientras el Club Deportivo Tenerife, Real Unión Tenerife, y otros proyectos canarios femeninos fueron consolidándose a nivel nacional y profesional, Las Palmas apagó la chispa de forma aberrante.
Desde entonces, la etiqueta de “club sin equipo femenino” se ha convertido en un estigma, especialmente porque la estructura masculina del club ha seguido creciendo en infraestructura, marketing, derechos televisivos y presencia social, mientras que el fútbol femenino quedaba relegado a un cajón polvoriento del olvido institucional.
El siguiente gran capítulo de esta historia llegó en 2022. En marzo de ese año, el presidente de la UD Las Palmas, Miguel Ángel Ramírez, anunció públicamente que “La UD Las Palmas contará de nuevo con un equipo femenino. Entra dentro de nuestros próximos proyectos.”
Este tipo de declaraciones —que se hiceron eco en los medios y encendieron la esperanza de aficionadas, futbolistas canarias y la afición en general— son en teoría una declaración de intenciones: una promesa con fecha, un plan trazado, una nueva era que se acerca.
Pero, como veremos más adelante, las palabras se quedaron en el aire, qué triste no cumplir con lo pactado.
La frase de Ramírez, repetida incluso como titular en periódicos deportivos y portales de noticias, creó expectativas legítimas. Porque después de años de ausencia total de compromiso con el fútbol femenino, era más que bienvenida una postura que, al menos sobre el papel, mostraba voluntad de revertir el error histórico y nada cambia ni tiene pinta de hacerlo a corto plazo, es lamentable, con perdón por el ataque de sinceridad.
ese anuncio en 2022 supuso una chispa de ilusión, la realidad que siguió fue de un estancamiento absoluto que desbordó todo tipo de lógica deportiva, social y ética.
En 2023, la propia entidad, a través de declaraciones del presidente, descartó momentáneamente la posibilidad de crear la sección femenina debido a la falta de recursos y al coste que supondría su puesta en marcha, alegando que “no se generan los mismos ingresos” en el fútbol femenino y que el club no estaba en disposición de asumir ese reto en ese momento. 
Es decir, años después del anuncio público, la respuesta oficial fue una narrativa que, en esencia, dice que no hay Unión Deportiva Las Palmas en clave femenina.
Todo ello en un contexto en el que el club ha continuado creciendo, agrandando sus secciones de fútbol base masculino, invirtiendo en infraestructura, derechos televisivos y programas de formación —todo sin que el fútbol femenino se convierta en una prioridad. El contraste es innegable.
Y ante esa comparación, la teoría se vuelve crítica: ¿hasta qué punto la falta de recursos es excusa y hasta qué punto es una decisión deliberada de no asignar prioridades? Ya no cuela, lo siento.
sin embargo, incluso ante este crecimiento sostenido, Las Palmas no solo no ha consolidado su proyecto femenino, sino que ha retrocedido en su propio compromiso institucional.
Mientras otros clubes canarios como CD Tenerife han potenciado su estructura femenina —y otros equipos regionales como Granadilla han alcanzado el primer nivel— la UD Las Palmas ha permanecido en la sombra, con palabras de buena voluntad y ausencia de acciones concretas. 
Esa contradicción no puede leerse como falta de recursos (porque el vehículo principal del club, su primer equipo masculino, sigue siendo una prioridad absoluta) sino como falta de voluntad estratégica para invertir humanidad, dinero, fuerza organizativa y presencia institucional en un proyecto que no solo es socialmente necesario, sino que también es una oportunidad deportiva y de identidad regional.
Porque, si en algo se han aplicado con diligencia las últimas décadas, ha sido en acciones de marketing, campañas, apariciones mediáticas y proyectos que generan visibilidad externa. Pero en términos de estructurar un equipo femenino propio y crecer con coherencia institucional, la respuesta ha sido sistemáticamente tibia.
La narrativa que dice “queremos, pero no podemos” ha llegado a sonar como una mezcla de excusa y discurso preparado, sin el peso de un plan serio, sin objetivos medibles, sin cronograma, sin estructura organizativa establecida.
Porque invertir en fútbol femenino no significa de pronto dedicar millones de euros. Significa:
✔️ planificar un proyecto a largo plazo;
✔️ integrar las estructuras de cantera femenina en la entidad;
✔️ comprometerse con plantillas, técnicos y cuerpos organizativos femeninos:
✔️ destinar presupuesto sostenible;
✔️ construir una identidad femenina dentro de la marca UD Las Palmas, que no es poco.
Todo ello puede hacerse con planificación, acuerdos con entidades educativas, con fundaciones, políticas públicas y alianzas estratégicas que no dependen exclusivamente de inyecciones económicas milagrosas.
Y sin embargo, el discurso oficial repetido en publicaciones del club y entrevistas apunta únicamente a razones económicas: “no tenemos los recursos para asumirlo ahora mismo”. 
Si eso fuera cierto, entonces residuos de la estructura masculina también tendrían que desaparecer. Pero no es así: el primer equipo masculino sigue con tiempos y prioridades perfectamente definidos, incluso en épocas de transición deportiva (ascensos, descensos, planificación de temporada, campañas de abonados, etc.).
Clubes de tamaño similar, con estructuras menos potentes que Las Palmas, han dado pasos firmes hacia la profesionalización femenina. Y eso independientemente de la ciudad, la base social o la capacidad económica.
Pero UD Las Palmas, por razones que aquí exploramos con rigor crítico, no ha hecho lo mismo. Incluso después de haber anunciado la voluntad de hacerlo.
Eso ha generado una narrativa de contradicción institucional, porque en otras áreas —como infraestructura, derechos de explotación, marketing, expansión internacional— el club ha actuado con determinación. Entonces, ¿por qué no con el fútbol femenino?
La respuesta, para muchos, es dolorosamente clara: porque no se ha considerado una prioridad estratégica real.
Una promesa hecha por un presidente de club —especialmente expresada públicamente— tiene peso. Tiene responsabilidad. Tiene consecuencias.
Cuando en 2022 se dijo que “La UD Las Palmas contará de nuevo con un equipo femenino”, esa frase quedó en los titulares. Quedó en las expectativas de las jugadoras jóvenes canarias. Quedó en la memoria de quienes creían ver un cambio de rumbo. 
Pero con el paso del tiempo, esas expectativas se convirtieron en frustración. En silencio institucional. En excusas económicas. En relatos de impotencia en lugar de narrativas de oportunidad.
La crítica dura, legítima y necesaria, no surge de un enfado estéril: sino de la constatación de lo que pudo haber sido y no fue.
De lo que se prometió y nunca se materializó.
De la voluntad expresada y la voluntad ejecutada —dos cosas distintas—.
Y en esa dicotomía, la institución ha fallado a su comunidad. Ha fallado a las generaciones de futbolistas canarias que merecían una casa, un proyecto, una oportunidad. Ha fallado a quienes ven en el fútbol femenino no solo un deporte, sino una forma de representación, de inclusión y de justicia social.
UD Las Palmas puede —y debe— hacer todo esto. Porque si algo ha demostrado el fútbol femenino es que la falta de visibilidad o recursos no es un destino inmutable. Otros clubes lo están logrando, y la evidencia es clara.
Pero para hacerlo, hace falta algo más que palabras bonitas en una rueda de prensa. Hace falta coraje institucional. Hace falta aceptar que las promesas tienen consecuencias y que un liderazgo sin acciones concretas es una promesa rota.
Este reportaje no es un ataque sin fundamentos. Es un llamado a la responsabilidad histórica. A la coherencia entre discurso e impacto. A la justicia deportiva.
Porque en Canarias, en Las Palmas de Gran Canaria y en todo el archipiélago, las jugadoras han demostrado con fútbol, con garra y con crecimiento constante que merecen un proyecto que las represente.
Y la UD Las Palmas, entidad centenaria y estandarte de la afición canaria, tiene ante sí una elección: seguir siendo un gigante adormecido ante el fútbol femenino… o levantarse con valentía y decir, con hechos, que sí: que la tierra amarilla también tiene un lugar para ella.
Porque las promesas bonitas se las lleva el viento.
Pero los equipos —verdaderos, estructurados, integrados— quedan para siempre.
un tiempo —y no es una metáfora, ni una licencia poética— en el que el fútbol femenino en Canarias no pedía permiso para existir. Simplemente existía. Competía. Resistía. Y, en silencio, hacía historia. Antes de que el foco mediático se girara tímidamente hacia ellas, antes de que la palabra “profesionalización” entrara en el diccionario cotidiano del deporte español, las mujeres ya jugaban al fútbol en las islas con una dignidad que hoy merece memoria, respeto y reivindicación.
Porque el pasado glorioso del fútbol femenino canario no se escribe desde el marketing ni desde los despachos. Se escribe desde el barro, desde los viajes interminables en guaguas prestadas, desde campos sin gradas, desde camisetas heredadas, desde botas compartidas. Y en ese pasado, la Unión Deportiva Las Palmas no fue ajena. Aunque hoy parezca increíble, hubo un momento en el que el escudo amarillo también latió en femenino.
Corría el final de la década de los 2000 cuando la Unión Deportiva Las Palmas decidió, al menos durante un instante, mirar de frente a una realidad que ya crecía con fuerza: el fútbol femenino reclamaba espacio, estructura y legitimidad. No era una moda. No era una imposición externa. Era una consecuencia natural del talento que brotaba en los barrios, en los colegios, en los campos de tierra de Gran Canaria.
Así nació la UD Las Palmas Femenino, un proyecto que llegó a competir en la Superliga Femenina, la máxima categoría del fútbol español en aquel momento. No hablamos de regionales, ni de competiciones simbólicas. Hablamos de la élite. De enfrentarse a clubes consolidados, de viajar a la Península, de representar a Canarias en un mapa donde casi nadie lo hacía.
Aquellas futbolistas —cuyos nombres deberían estar grabados en piedra en la memoria colectiva del club— defendieron el escudo amarillo cuando hacerlo no daba prestigio, ni dinero, ni titulares. Lo hicieron por amor al juego, por orgullo, por la convicción íntima de que estaban abriendo una puerta para las que vendrían después.
Ese fue el pasado glorioso: el tiempo en el que Las Palmas sí estuvo, aunque fuera de forma imperfecta, incompleta, y precaria, pero al menos estuvo .
La gloria se alcanzó sin focos, épica o aplausos y no fue un camino fácil. Nunca lo es para las pioneras. Aquella UD Las Palmas Femenino vivió entre la ilusión y la fragilidad estructural. Competía en igualdad deportiva, pero en desigualdad absoluta de medios. Cada temporada era una batalla por sobrevivir. Cada partido, una reivindicación silenciosa.
Y aun así, resistieron contra viento u marea .
Se repusieron a los viajes imposibles.
Resistieron a la indiferencia mediática.
Resistieron a la falta de inversión.
Resistieron a la sensación constante de ser un proyecto secundario.
Eso también es gloria.
Una gloria que no se mide en títulos, sino en haber estado cuando nadie más quería estar.
Porque mientras otros grandes clubes ni siquiera se planteaban la existencia de un equipo femenino, la UD Las Palmas —aunque de manera frágil— dio el paso. Y eso importa. Importa mucho. Porque demuestra que sí se pudo, que sí hubo voluntad en algún momento, que no es cierto que el fútbol femenino sea ajeno al ADN del club.
El problema no fue haber estado.
El problema fue haberse ido.
El abandono como ruptura histórica
El descenso deportivo llegó. Y con él, la decisión más dolorosa: disolver la sección femenina. No reconstruir. No replantear. No resistir. Desaparece y ahí algo se quebró de golpe.
Porque los clubes verdaderamente grandes no se definen solo por sus éxitos, sino por cómo protegen a sus proyectos cuando llegan las dificultades. Y la UD Las Palmas, en ese punto, eligió el camino más fácil: cortar, borrar, mirar hacia otro lado.
Ese abandono no fue solo deportivo. Fue simbólico. Fue un mensaje devastador para las futbolistas canarias: “cuando las cosas se ponen difíciles, vosotros sois prescindibles”. Y ese mensaje, aunque nunca se dijo en voz alta, caló durante años.
El pasado glorioso quedó entonces congelado en la memoria. Como una fotografía antigua que nadie quiere colgar en el salón. Como una historia que incomoda porque recuerda que otra UD Las Palmas fue posible.
Las pioneras que sostuvieron el escudo
Hablar del pasado glorioso es también hablar de ellas. De las jugadoras. De las entrenadoras. De los cuerpos técnicos que sostuvieron aquel proyecto con convicción y dignidad. Mujeres que defendieron el escudo sin contratos profesionales, sin seguridad, sin promesas de futuro.
Ellas son la prueba viviente de que el fútbol femenino en Canarias no empezó ayer, ni nació con la Liga F, ni apareció por generación espontánea. Viene de lejos. Tiene raíces profundas. Y esas raíces también pasan por la UD Las Palmas.
Cada vez que hoy se argumenta que “no hay base”, que “no hay estructura”, que “no es el momento”, esas palabras chocan de frente con la realidad histórica: ya hubo base, ya hubo equipo, ya hubo estructura, aunque fuera mínima. Lo que faltó fue continuidad, compromiso y visión.
Y eso no es una limitación económica y es una decisión política y deportiva que ya no se sostiene por más tiempo.
Recordar el pasado glorioso no es nostalgia vacía. Es un acto de justicia. Es negarse a aceptar el relato cómodo de que la UD Las Palmas nunca tuvo relación con el fútbol femenino. La tuvo. Y la perdió.
Por eso este pasado no debe ser enterrado, sino recuperado como punto de partida. Porque si alguna vez existió una UD Las Palmas Femenino capaz de competir en la élite con recursos mínimos, ¿qué no podría hacerse hoy, con un club más fuerte, más estable y más consciente de su impacto social?
El pasado glorioso no exige homenajes vacíos.
Exige continuidad.
Exige reparación.
Exige volver a estar.
Porque la historia ya habló
La historia ya demostró que sí se puede.
Que el escudo amarillo sí supo latir en femenino.
Que hubo un tiempo en el que la UD Las Palmas entendió que representar a Canarias era representar a toda Canarias, no solo a una parte.
Ese pasado no es una anécdota, sino un espejo en el que la directiva haría bien en mirarse, pues un club con tanta relevancia no puede tener mentalidad de elenco mediocre, ese escudo no lo merece.
Hubo generaciones que crecieron soñando con ser futbolistas, con la ilusión de vestir los colores de su ciudad, de su isla, de su club. Pero hubo un obstáculo que nadie anunció en el reglamento: la UD Las Palmas no tenía equipo femenino. Ni siquiera uno oficial. Solo palabras, titulares rotos y promesas que se evaporaban antes de que la temporada comenzara.
La infancia de las que esperaban un hogar amarillo. Piensa en las niñas que, desde los barrios de Vegueta, Triana o Tamaraceite, miraban con admiración el estadio, los entrenamientos del primer equipo masculino y soñaban con un futuro en el verde. Para ellas, el club no era solo un símbolo: era un espejo, una posibilidad tangible de profesionalizar su pasión. Pero el espejo estaba roto. Las puertas estaban cerradas. El escudo que debía representar su territorio, su orgullo y su esfuerzo, no estaba disponible para ellas.
No existía proyecto, no existían entrenamientos estructurados dentro del club, no existía una progresión clara hacia la élite. Las niñas con talento tenían que buscar alternativas: clubes pequeños, asociaciones, equipos satélite, desplazamientos interminables a otros municipios… o rendirse ante la falta de oportunidades.
El impacto en la identidad y la autoestima deportiva de futbolistas como Misa Rodríguez, ahora el el Real Madrid, hubiera aumentado si la internacional absoluta por España hubiera tenido la oportunidad de ser del equipo de su tierra.
Niñas como ella crecieron ilusión, sí, pero también con frustración. Porque el fútbol femenino no es solo un deporte; es un vehículo de identidad. Es sentir que perteneces a algo más grande que tú, que tus logros tienen un reflejo en tu comunidad. Y cuando ese reflejo no existe, cuando el club que representa a tu ciudad no abre sus puertas, las consecuencias son profundas:
• Pérdida de motivación: muchas niñas talentosas abandonaron la práctica del fútbol al no ver un futuro realista.
• Desigualdad simbólica: mientras los niños tenían un club estructurado, con cantera y referentes claros, las niñas tenían que inventar su camino.
• Desconexión social: la sensación de que el club “no cuenta contigo” cala en la percepción de justicia deportiva y pertenencia.
El efecto no fue solo individual. Fue colectivo. Un vacío de décadas que hoy se percibe como una herida abierta en la memoria deportiva canaria. Cada generación que crece sin escudo pierde también la oportunidad de alimentar la identidad del club con talento femenino local.
Pero incluso en la ausencia, hubo heroínas anónimas. Niñas que entrenaban en el Llamoro, en equipos de barrio, en asociaciones pequeñas. Niñas que viajaban horas para disputar un partido en Tenerife o Lanzarote. Niñas que sostenían con su esfuerzo diario la bandera de la pasión futbolística canaria, sin reconocimiento institucional, sin el escudo que debía ser suyo.
Ellas son las verdaderas protagonistas de este capítulo del fútbol en Las Palmas. No los presidentes ni los comunicados oficiales. Ellas son la prueba de que el talento existe, aunque el club no haya querido verlo, estructurarlo ni celebrarlo. Son las niñas que crecieron sin un hogar amarillo, y que hoy reclaman, silenciosa y justicieramente, una oportunidad que debería haber llegado hace años.
El costo social y deportivo del vacío
Este vacío no se mide solo en títulos o resultados; se mide en vidas deportivas truncadas, en sueños diferidos, en potencial desperdiciado. Cada futbolista femenina que podría haber vestido la UD Las Palmas y hoy brilla en otro club representa un talento que el club perdió por inacción.
El silencio institucional se convierte, así, en un acto político de omisión: un mensaje implícito a las niñas de Canarias de que su pasión no es prioridad, de que su escudo no existe, de que su esfuerzo no tendrá reconocimiento en la entidad que debería ser su referente.
La elección del Estadio de Gran Canaria como sede de la gran final de la Copa de la Reina 2025-26 ha encendido un debate que va más allá de lo meramente logístico. Para muchos, representa un hito en la visibilidad del fútbol femenino en las Islas Canarias, un reconocimiento al creciente prestigio de la competición y una oportunidad para consolidar a la isla como centro neurálgico del deporte nacional. Para otros, sin embargo, plantea interrogantes sobre la implicación real de sus gestores y el compromiso de la infraestructura con el balompié femenino, en contraste con el entusiasmo y la dedicación que se observa en clubes como el Costa Adeje Tenerife, que han logrado conquistar a la afición local a pesar de limitaciones históricas y estructurales.
El Estadio de Gran Canaria, con su capacidad para más de 32.000 espectadores y su ubicación estratégica en Las Palmas, ofrece un marco espectacular para una final de la segunda competición más importante del fútbol femenino español. Su diseño moderno y la experiencia acumulada en eventos de gran calibre convierten al estadio en un escaparate perfecto para mostrar la fuerza y el crecimiento del fútbol femenino. No obstante, la decisión de otorgarle la final ha sido objeto de críticas veladas y explícitas: algunos consideran que, pese a las buenas intenciones, la gestión del recinto no ha mostrado un interés consistente por promover el fútbol femenino local, generando cierta desconexión entre el potencial del estadio y la realidad de la competición.
Más allá de la polémica, la designación del estadio pone de relieve la apuesta del Cabildo de Gran Canaria por atraer a la isla eventos de relevancia nacional e internacional. La Copa de la Reina 2025-26 no es un simple partido; es un símbolo del empuje del fútbol femenino en España, un torneo que llega en un momento histórico en el que la selección nacional ha alcanzado la cima del balompié mundial, bicampeona de la Liga de Naciones y consolidada como la mejor del mundo en el ránking FIFA. La final en Gran Canaria será, por tanto, una cita cargada de significado: no solo definirá un campeón, sino que también servirá como plataforma de visibilidad para jugadoras, clubes y aficionados que buscan reconocimiento y consolidación de su proyecto deportivo.
El proceso de elección del estadio, respaldado por la Federación Interinsular de Fútbol de Las Palmas y el Cabildo, refleja una estrategia clara de promoción deportiva. La candidatura de la isla se integra dentro de los actos del centenario del ente federativo provincial presidido por José Juan Arencibia, una celebración que combina tradición, identidad local y proyección hacia el futuro. Aunque el anuncio oficial aún estaba pendiente al cierre de los preparativos, las expectativas son altas: se espera que la final no solo cumpla con los estándares deportivos, sino que también deje un legado tangible en términos de infraestructura, afición y repercusión mediática.
Sin embargo, no todo son luces. La falta de implicación directa del propietario del estadio en la promoción del fútbol femenino ha sido objeto de críticas, planteando preguntas sobre la sostenibilidad de eventos de este calibre en infraestructuras que no priorizan el desarrollo de la disciplina. Esta situación contrasta con la experiencia vivida por el Costa Adeje Tenerife en el Heliodoro Rodríguez López, donde la fusión con el CD Tenerife y la presencia constante de la afición han generado un ecosistema de apoyo genuino que se refleja tanto en la asistencia como en la motivación de las jugadoras. La diferencia es clara: un estadio no hace un evento; son las personas, la cultura deportiva y la implicación de clubes y federaciones las que transforman un recinto en un símbolo del fútbol femenino.
Aún así, la final en Gran Canaria representa un paso adelante indiscutible.
Es una oportunidad para demostrar que la isla puede albergar grandes citas con éxito, proyectando la imagen del fútbol femenino más allá de las fronteras locales. La repercusión mediática del torneo, la cobertura televisiva y la presencia de afición de toda España tienen el potencial de consolidar a Gran Canaria como una sede recurrente de eventos de alto nivel, sentando un precedente para futuros campeonatos y contribuyendo al posicionamiento estratégico del archipiélago en el mapa deportivo nacional.
El evento también plantea un desafío logístico y organizativo de gran envergadura. La final deberá combinar seguridad, comodidad para los espectadores, visibilidad para los medios de comunicación y, sobre todo, una experiencia memorable para las jugadoras que competirán por un título que ha ganado prestigio año tras año. La coordinación entre la Federación Española de Fútbol, la Federación Interinsular, el Cabildo y los equipos participantes será clave para garantizar que la cita cumpla con todas las expectativas y que la afición pueda disfrutar de un espectáculo digno de la magnitud del fútbol femenino en 2025.
Finalmente, más allá de la crítica o la controversia, el Estadio de Gran Canaria se prepara para un momento histórico. La final de la Copa de la Reina 2025-26 no será solo un partido; será un hito simbólico del crecimiento del fútbol femenino, de la proyección de las Islas Canarias y de la capacidad de un territorio para combinar tradición, infraestructura y ambición deportiva.
La decisión de situar el evento en este estadio coloca a Gran Canaria en el epicentro de la atención nacional, ofreciendo la posibilidad de dejar una huella duradera que vaya más allá del resultado en el césped y que fortalezca el ecosistema del fútbol femenino en la región.
En este contexto, la clave será aprovechar la oportunidad: demostrar que la isla puede albergar competiciones de primer nivel, consolidar la afición local, garantizar visibilidad mediática y, sobre todo, transmitir la pasión que el fútbol femenino despierta en cada rincón del país. La final en Gran Canaria tiene todos los ingredientes para convertirse en un punto de inflexión, un momento que, bien gestionado, permitirá que las futuras generaciones de jugadoras y aficionados vean en las Islas Canarias un referente del deporte femenino, capaz de combinar espectáculo, emoción y compromiso social, hay todavía mucho margen de mejora para Las Palmas que anhelamos se de paulatinamente, sin prisa, pero sin pausa, ya se llega tarde.

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