⬛️ La arquera aragonesa fue clave en el José Kubala, detuvo dos penaltis, para conseguir que el conjunto rojiblanco eliminara al Alhama y se metiera en los cuartos de final de Copa.
El Club Atlético de Madrid supo sufrir, a base de coraje y corazón, en el Estadio Municipal José Kubala (Murcia) para deshacerse del Alhama Club de Fútbol ElPozo en los octavos de final de final de la Copa de la Reina Iberdrola 2025-2026.
Las rojiblancas se pusieron por delante al cuarto de hora de juego con un gol de cabeza de la centrocampista venezolana Gaby García y el encuentro parecía estar bajo control para las de Alcalá de Henares hasta que en el minuto 93 Luany Da Silva Rosa, ex del Madrid CFF fue expulsada con roja directa por juego peligroso sobre Judith Caravaca.
90’+3’ | Alhama 0-1 Atleti
🟥 Luany ve la cartulina roja y abandona el terreno de juego.
Este contratiempo le dio alas al cuadro azulón que metió al campeón de la Supercopa de España en 2021 en su área y obtuvo su recompensa ya sobre el 95 con un gol en propia puerta de Silvia Lloris, cuando esta intentó despejar el remate de Belén Martínez y se alcanzó la prórroga.
En un ambiente hostil y en inferioridad numérica el Atlético de Madrid pudo haber temblado, pero las de Viti no lo hicieron e incluso marcaron un nuevo gol que fue anulado por fuera de juego y así se desembocó en una tanda de penaltis en la que emergió la figura de la protagonista de este post, P. Larqué .
Patricia Larqué Juste (Zuera, 2 de mayo de 1992) es una futbolista española que juega de guardameta y su equipo actual es el Atlético de Madrid de la Primera División de España.
Natural de Zuera, es hija del que fuese alcalde de la localidad, José Manuel Larqué. Empezó a jugar baloncesto hasta que su compañera Nuria Mallada la animó a jugar al fútbol, donde empezó jugando de centrocampista hasta que se lesionó y probó a jugar de portera, donde destacó y ya se quedó en esa posición. En 2008 fichó por el Transportes Alcaine (Zaragoza CFF ) al desaparecer el equipo de Zuera.
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Suplente de Pilar Velilla, debutó con 17 años en Primera División el 10 de octubre de 2009 ante la Sociedad Deportiva Eibar con victoria por 0-4, y volvió a jugar el siguiente partido en Valladolid, manteniendo de nuevo la portería a cero.
En 2017 fichó por el Santa Teresa, ya desparecido, donde fue la guardameta titular alternándose con Yolanda Aguirre, pero el equipo fue colista y descendió de categoría. Esa temporada el Zaragoza C. F. F. también descendió y Larqué regresó a su ex-equipo para intentar regresar a Primera División. Lograron ganar su grupo con comodidad, pero en los play-off fueron eliminados por el Club Deportivo Tacón, actual Real Madrid.
Tras no lograr el ascenso jugó tres años en el Rayo Vallecano en Primera División. La primera temporada tuvo grandes actuaciones, como en la segunda jornada en la que lograron un empate ante el F. C. Barcelona en el Estadio de Vallecas y fue elegida mejor jugadora de la jornada.
Sus buenas actuaciones hicieron que fuese convocada con la selección española, y contribuyó a que lograsen mantenerse en la zona media de la tabla. Su segunda temporada en el Rayo estuvo marcada por la falta de apoyo por parte de la directiva rayista, que protagonizó varios capítulos polémicos, como problemas en la renovaciones de las jugadoras o avituallamientos poco profesionales.
Estuvieron toda la temporada luchando por mantener la categoría, y con buenas intervenciones suyas, como ante el Atlético de Madrid a final de temporada lo lograron finalmente.
Sin embargo en la temporada 2021-2022 continuaron los problemas con la directiva, como la ausencia de contratos laborales y el impago de las nóminas y los alquileres de las viviendas de las jugadoras o la ausencia de equipo médico en los partidos.
Con la salida de varias jugadoras importantes el equipo no pudo repetir el milagro de la temporada anterior y envuelto en polémicas descendieron a Segunda División. A pesar de tener otra temporada más de contrato, Larqué, tras una dura temporada, dejó el club. De ahí pasó al recién ascendido Deportivo Alavés, donde alternó la titularidad con Jana Xin Hanseler, y tampoco pudo mantenerse en Primera División.
En 2023, tras varios intentos fallidos de cerrar la operación años atrás, fichó por el Atlético de Madrid, que la definió como «una portera ágil y rápida bajo palos, con un gran juego de pies».
Suplente de Lola Gallardo, debutó con el Atlético de Madrid el 21 de octubre de 2023 con victoria por 0-2 en el campo del Sporting de Huelva.
Asumió su rol de suplente de Lola Gallardo y dispuso de pocos minutos, pero renovó su contrato con la entidad rojiblanca. Lograron el objetivo de clasificarse para la Liga de Campeones tras ser terceras en la Liga F.
En la temporada 2024-2025 mantuvo su rol como suplente pero con muy buen rendimiento. Mantuvo la portería imbatida en los 3 partidos de liga que disputó y sólo encajó goles ante el Barcelona en la Supercopa de España. El Atlético de Madrid, dirigido este año por Víctor Martín, se clasificó para la Liga de Campeones en la última jornada y alcanzó la final de la Copa de la Reina, aunque cayó en la ronda previa de la competición europea y en la semifinal de la Supercopa ante el Fútbol Club Barcelona, pero ella ya no se rindió y siguió trabajando en la sombra hasta ganarse la renovación hasta 2026.
(Fuente: Liga F)
El Atlético no tiembla en Murcia. Y no tiembla no porque no sintiera el frío del miedo recorriéndole la espalda, no porque no viera de cerca el abismo ni porque no escuchara el eco de una eliminación que habría dolido como una cicatriz temprana, sino precisamente porque supo sostenerse cuando todo invitaba al temblor. Porque hay noches en las que la fortaleza no se mide por la brillantez, ni por la autoridad, ni siquiera por la victoria en sí misma, sino por la capacidad de permanecer en pie cuando el suelo se mueve, cuando el estadio empuja en contra, cuando el reloj avanza sin ofrecer respuestas y cuando el fútbol, caprichoso y cruel, parece dispuesto a poner a prueba la identidad de un escudo centenario.
Murcia fue ese lugar. El Estadio Municipal José Kubala fue ese escenario donde el Atlético de Madrid entendió que la Copa de la Reina no se conquista desde la comodidad, sino desde la resistencia.
Acceder a los cuartos de final no fue un trámite, fue un acto de supervivencia emocional, una demostración de que este equipo, incluso en sus noches más grises, incluso lejos de su casa, incluso cuando el balón no fluye como dicta el guion, posee una cualidad que no se entrena y no se compra: carácter competitivo. El Atlético no tiembla en Murcia porque aprendió, a lo largo de su historia, que las eliminatorias no siempre se ganan con fútbol, sino con alma.
El empate, la prórroga, la tanda de penaltis… todo forma parte del relato, pero el cierre de esta historia va más allá del marcador. Va de una mentalidad.
Va de entender que la Copa es un territorio donde no basta con llegar, donde cada ronda exige dejar algo en el camino, donde avanzar implica sufrir.
El Atlético avanzó porque aceptó ese sufrimiento como parte del viaje. Porque no se desesperó cuando el gol no llegaba. Porque no se descompuso cuando el Alhama respondió con valentía. Porque no perdió la compostura cuando el reloj marcaba los últimos minutos y la eliminación asomaba como una sombra alargada.
No temblar no significa no dudar. Significa seguir adelante a pesar de la duda. Y en Murcia, el Atlético dudó, claro que dudó. Dudó cuando el balón no encontraba rematadora. Dudó cuando cada contra del Alhama parecía un aviso. Dudó cuando la prórroga se alargaba y las fuerzas flaqueaban. Pero nunca se rompió. Nunca dejó de creer que, de una manera u otra, la noche acabaría inclinándose a su favor. Esa fe, silenciosa pero firme, es la que distingue a los equipos que aspiran a todo de los que se quedan por el camino.
Acceder a los cuartos de final de la Copa de la Reina Iberdrola 2025-2026 es, para el Atlético de Madrid, algo más que un objetivo cumplido. Es una reafirmación. Una señal interna de que el proyecto sigue vivo, de que la ambición no se negocia, de que el escudo pesa incluso cuando las piernas no responden. En un calendario exigente, en una temporada donde cada partido acumula desgaste físico y mental, este tipo de victorias construyen algo invisible pero decisivo: confianza. La confianza de saber que, llegado el momento límite, este equipo sabe competir.
Murcia deja una enseñanza clara. No todas las noches serán brillantes. No todas las victorias serán limpias. No todos los caminos hacia el título estarán iluminados. Habrá campos complicados, rivales valientes, contextos adversos. Y ahí, precisamente ahí, es donde el Atlético demuestra quién es. Un equipo que no se esconde. Que no renuncia. Que no se deja llevar por la frustración. Que entiende que el fútbol femenino, como cualquier deporte de alto nivel, se decide muchas veces en la cabeza antes que en las botas.
El acceso a cuartos no borra las dificultades vividas, pero las resignifica. Las convierte en aprendizaje. Las transforma en argumento para el futuro. Cada minuto sufrido en el José Kubala será recordado cuando lleguen las siguientes rondas, cuando la exigencia aumente, cuando la Copa reclame aún más. Porque las competiciones se ganan también acumulando experiencias límite, superándolas, saliendo reforzado de ellas.
El Atlético no tiembla en Murcia porque encontró liderazgo cuando más lo necesitaba. Liderazgo en la calma, en la gestión de los tiempos, en la aceptación del escenario. Porque supo entender que no era una noche para el lucimiento individual, sino para la resistencia colectiva. Cada despeje, cada ayuda defensiva, cada carrera de repliegue fue una pequeña victoria dentro de la gran batalla. Y cuando llegó el momento definitivo, cuando el fútbol se redujo a once metros, el equipo ya estaba preparado mentalmente para sostener la presión.
Hay victorias que se celebran con euforia desbordada y hay otras que se celebran con una satisfacción más íntima, más profunda. La de Murcia pertenece a este segundo grupo. No fue una noche de fuegos artificiales, fue una noche de convicción. Una noche que refuerza el relato de un Atlético que quiere llegar lejos, que sabe que la Copa no regala nada y que está dispuesto a pagar el precio emocional que exige cada ronda.
Acceder a los cuartos de final es seguir vivo. Es mantener intacta la posibilidad de soñar. Es confirmar que, pase lo que pase, este equipo estará donde se decide todo. La Copa de la Reina avanza, el camino se estrecha, los rivales serán cada vez más duros. Pero Murcia deja una certeza: si el Atlético fue capaz de no temblar en una noche así, lejos de casa, bajo presión máxima, con todo en contra, entonces está preparado para lo que venga.
El fútbol femenino español necesita partidos como este. Necesita relatos donde el sufrimiento también tenga valor, donde la épica no sea exclusiva de las finales, donde una tanda de penaltis en octavos de final pueda convertirse en un capítulo inolvidable.
Murcia ya forma parte de esa memoria y el Atlético de Madrid, con su acceso a cuartos, suma una página más a su historia copera, escrita no con letras doradas, sino con sudor, nervio y carácter.
El Atlético no tiembla en Murcia porque entiende que el camino hacia los títulos está lleno de noches incómodas. Porque sabe que quien quiere levantar trofeos debe aprender a sobrevivir primero. Porque asumió que la Copa no perdona la fragilidad emocional. Y porque, cuando llegó el momento de mirar al miedo a los ojos, eligió avanzar.
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Cuartos de final. Dos palabras que resumen una noche entera. Dos palabras que justifican el sufrimiento. Dos palabras que mantienen viva la ilusión.
El Atlético sigue adelante. No porque fuera mejor durante ciento veinte minutos. No porque dominara con claridad. Sino porque, cuando todo se decidió en el límite, no tembló y en el fútbol, como en la vida, eso lo es todo.
🔲 El Atlético vence en penaltis al Alhama ElPozo en el José Kubala en la tanda de penaltis (3-4) tras empatar 1-1 con el conjunto murciano y jugar más de media hora con diez después de la expulsión de Luany.
La Copa de la Reina no entiende de inercias ni de escudos blindados. Es un torneo que se construye desde la intemperie emocional, desde el error que castiga sin aviso y desde la valentía del que decide creer cuando todo parece perdido. Por eso el duelo entre el Alhama ElPozo y el Atlético de Madrid Femenino, correspondiente a los octavos de final, trasciende la lógica habitual del favorito contra el aspirante. Se juega el domingo 21 de diciembre a las 19:00 horas en el estadio José Kubala, sobre césped artificial, en eliminatoria única y con un contexto que convierte el encuentro en un espejo de lo que hoy es —y hacia dónde camina— el fútbol femenino español.
El Atlético de Madrid llega a Murcia con la etiqueta inevitable de gigante. Subcampeón de la última edición tras caer en la final frente al FC Barcelona, habitual en la fase final del torneo y representante español en la Champions League Femenina, el conjunto rojiblanco afronta esta Copa con la obligación implícita de competir hasta el final. Pero la obligación no siempre es una aliada. A veces pesa. A veces bloquea. Y el momento que atraviesan las de Víctor Martín invita más a la prudencia que a la arrogancia.
La derrota reciente por 4-0 ante el Olympique de Lyon en la última jornada de la fase liga de la Champions no fue solo un golpe en lo clasificatorio.
Fue, sobre todo, un recordatorio de que el Atlético vive una etapa de transición emocional y futbolística. A ese revés europeo se suma un empate previo en la máxima competición continental y una racha de tres partidos consecutivos sin ganar en la Liga F Moeve. No es una crisis abierta, pero sí un tramo de temporada en el que las certezas se han diluido y las sensaciones no acompañan al talento de la plantilla.
Frente a ellas estará un Alhama ElPozo que vive una realidad diametralmente opuesta en términos de expectativas, pero no necesariamente en términos de ambición.
El conjunto murciano llega a esta eliminatoria inmerso en una dinámica muy negativa en la Liga F, con seis derrotas consecutivas que han erosionado la confianza y han encendido las alarmas en lo clasificatorio. Sin embargo, la Copa representa otro universo. Un espacio de oportunidad. Un refugio emocional en el que reencontrarse con lo que este equipo fue capaz de construir no hace tanto.
Porque el Alhama no es un recién llegado sin memoria. Su historia reciente está marcada por una de las gestas más recordadas del fútbol femenino español moderno. La temporada 2022-2023 quedó grabada a fuego para este club y para toda una región. Aquella Copa de la Reina, disputada en formato “Final Four” en el estadio de Butarque, fue el escenario donde el Alhama compartió foco con gigantes históricos, compitió sin complejos y demostró que los sueños también pueden llevar acento murciano. El Atlético de Madrid fue entonces quien, de la mano de Manolo Cano, logró colarse en la final y levantar el trofeo frente al Real Madrid en un ejercicio de resistencia y fe. Pero para el Alhama, el simple hecho de estar allí, de mirar de frente a los grandes y sentirse parte del relato, supuso un antes y un después.
Ese recuerdo no garantiza nada en el presente, pero alimenta una idea poderosa: los gigantes también caen. Y la Copa es el lugar donde esa verdad se manifiesta con mayor crudeza.
El partido se jugará en el José Kubala, un estadio que el Alhama ha elegido conscientemente como escenario para intentar equilibrar fuerzas. El césped artificial no es un detalle menor. Cambia los ritmos, altera los botes, exige adaptación constante y penaliza al equipo que no entra rápido en el partido. Para un Atlético acostumbrado a contextos de máxima exigencia europea, pero mayoritariamente sobre hierba natural, el reto no es técnico, sino mental. Aceptar el contexto sin protestar. Entender que el partido no será brillante, sino áspero. Y competir desde ahí.
En Murcia se respira algo más que expectación. Se respira la sensación de que este encuentro puede ser algo más que un trámite para el Atlético y algo más que un premio para el Alhama. Es una de esas noches que activan la mística copera, esa que no entiende de clasificaciones ni de dinámicas previas. Esa que se alimenta del ruido del público, del nervio del favorito y de la fe del que no tiene nada que perder.
Desde el punto de vista táctico, el choque promete contrastes claros. El Alhama de Jovi García previsiblemente apostará por un bloque compacto, solidario, con líneas muy juntas y un plan de partido orientado a minimizar espacios. No habrá concesiones innecesarias. Cada metro será defendido como si fuera propio. El objetivo será llevar el partido vivo el mayor tiempo posible, incomodar al Atlético, obligarlo a tomar decisiones precipitadas y castigar cualquier relajación.
La experiencia de jugadoras como Estefa será fundamental para ordenar al equipo en los momentos de mayor sufrimiento. Su lectura del juego, su capacidad para temporizar y su liderazgo silencioso pueden marcar la diferencia en un contexto de máxima exigencia emocional. El desparpajo de Javiera Toro, con su capacidad para romper líneas y aportar energía en ataque, será uno de los principales argumentos ofensivos del conjunto murciano. Y bajo palos, la fiabilidad de Elena de Toro se antoja imprescindible. En una eliminatoria a partido único, la portera siempre es una protagonista potencial. Un penalti detenido, una mano imposible o una salida valiente pueden cambiar el signo de toda una temporada.
Jovi García es consciente de que su equipo necesita rozar la perfección para tener opciones reales. No basta con competir bien durante fases del partido. Será necesario mantener la concentración durante los noventa minutos, gestionar los momentos de inferioridad emocional y aceptar que habrá tramos de sufrimiento. Pero también sabe que la presión recae íntegramente sobre el Atlético. Y esa presión, bien gestionada, puede convertirse en aliada del que juega en casa.
El Atlético de Madrid, por su parte, afronta el duelo con una obligación que va más allá del resultado. Necesita recuperar sensaciones, reconectar con su identidad competitiva y demostrar que, incluso en momentos de duda, sigue siendo un equipo reconocible. Víctor Martín deberá decidir hasta qué punto rota su once o apuesta por un bloque más reconocible que recupere automatismos. La Copa suele ser terreno fértil para las rotaciones, pero también un espacio donde los errores se pagan caros. Encontrar el equilibrio entre dar minutos y no perder jerarquía será una de las claves del planteamiento rojiblanco.
El Atlético tiene calidad de sobra para dominar el juego. Tiene jugadoras capaces de marcar diferencias individuales, de acelerar el ritmo cuando el partido lo exige y de interpretar los momentos. Pero la Copa no perdona la falta de intensidad ni la desconexión emocional. No basta con tener el balón. Hay que saber qué hacer con él cuando el rival se cierra, cuando el campo no ayuda y cuando el reloj avanza sin que el marcador se mueva.
En ese contexto, futbolistas como Synne Jensen están llamadas a ser determinantes. Su capacidad para atacar el espacio, para ofrecer desmarques constantes y para amenazar la espalda de la defensa rival puede abrir grietas en un bloque que se espera muy cerrado. El liderazgo de las veteranas del vestuario, ese que no siempre se ve pero que se siente en los momentos de duda, será igualmente clave. En partidos así, el colmillo competitivo y el temple pesan tanto como la calidad técnica.
Más allá de lo estrictamente deportivo, este partido es también un reflejo del momento que vive el fútbol femenino español. La convivencia entre proyectos modestos que luchan por consolidarse en la élite y clubes históricos que compiten en Europa define una liga cada vez más plural, más exigente y más atractiva. El Alhama representa la resistencia. La identidad de un club que ha sabido crecer desde la base, que ha vivido ascensos y descensos, alegrías y golpes, y que no renuncia a soñar incluso cuando el presente aprieta.
El Atlético encarna la ambición estructural. La necesidad de responder siempre como favorito. La exigencia constante de competir al máximo nivel, incluso cuando las circunstancias no acompañan del todo. Es un club que ha hecho de la regularidad su seña de identidad en los últimos años, pero que ahora transita una etapa de reajuste en la que cada partido es una prueba de carácter.
La Copa de la Reina, en ese sentido, actúa como un espejo. No entiende de dinámicas previas ni de presupuestos. Solo exige noventa minutos de verdad.
Y ahí es donde el Alhama se agarra a la mística copera, a la posibilidad de escribir la página más brillante de su historia reciente. Dar la sorpresa ante un equipo Champions no es solo una hazaña deportiva. Es una declaración de intenciones. Un mensaje al vestuario, a la afición y a toda la Región de Murcia de que este club tiene alma y ambición.
El partido se mantuvo en un equilibrio delicado, donde cada error podía ser decisivo. La coordinación defensiva del Atlético, la solidez en el centro del campo y la movilidad del ataque permitieron mantener la ventaja ante un Alhama que dio un paso adelante de manera muy evidente, pero a las de Jovi García les faltaba pegada a veinte minutos para el final que le permitieran soñar con forzar la prórroga.
Para el Atlético, mientras tanto, cada partido es una oportunidad para recomponerse. Para cerrar heridas. Para recordar quién es y de dónde viene. Despedir 2025 con los deberes hechos, avanzando de ronda y recuperando sensaciones, es un objetivo tan necesario como simbólico. La Copa puede ser refugio o tormenta. Puede servir para reencontrarse o para profundizar las dudas. Todo dependerá de la actitud con la que se afronte el reto.
El formato de eliminatoria única eleva la tensión hasta el límite. No hay margen de error. No hay partido de vuelta para corregir fallos. Cada decisión, cada despeje, cada balón dividido adquiere un valor desproporcionado.
El césped artificial, el ambiente local y la necesidad del Alhama de ofrecer una alegría a su afición convierten el escenario en un pequeño volcán emocional.
Las estadísticas y los precedentes pasarán a un segundo plano en cuanto ruede el balón. Quedará el ruido del público, el tacto extraño del balón sobre el sintético, la tensión en cada despeje y la sensación constante de que cualquier detalle puede cambiarlo todo. El Alhama buscará el partido de su vida. El Atlético, la reafirmación de su jerarquía.
Y en medio, la Copa de la Reina volverá a recordarnos por qué es el torneo donde el fútbol femenino español se mira al espejo de la emoción. Porque hay noches que no se repiten. Porque hay partidos que marcan trayectorias. Porque hay escenarios donde la fe compite de tú a tú con el talento.
Murcia se prepara para una noche que puede ser histórica o simplemente inolvidable. El José Kubala será juez y testigo de un duelo donde nadie regalará nada y donde todo estará en juego. El Alhama cree. El Atlético responde. Y la Copa exige verdad.
No todas las noches nacen para ser explicadas. Algunas existen únicamente para ser sentidas, para instalarse en la memoria colectiva sin pedir permiso, para quedarse adheridas a la piel como ese frío húmedo que, poco a poco, fue cayendo sobre el estadio José Kubala mientras las luces se encendían y el murmullo crecía. No era una noche de focos deslumbrantes ni de escenarios monumentales. Era, precisamente, una de esas noches que la Copa de la Reina elige con mimo: imperfecta, áspera, incómoda, profundamente honesta. Una noche hecha para poner a prueba algo más que el fútbol.
Murcia no ofrecía alfombra roja, pero sí un contexto que pesa. El césped artificial, siempre traicionero, esperaba como un juez silencioso. Cada bote prometía ser distinto, cada control exigía adaptación inmediata. Aquí no hay margen para la que duda, para la que se queja, para la que llega tarde al partido mental. Aquí se sobrevive o se cae. Y el balón, quieto aún en el centro del campo, parecía saberlo.
El Alhama ElPozo y el Atlético de Madrid estaban a punto de enfrentarse por un billete a los cuartos de final de la Copa de la Reina, pero en realidad se jugaban algo más profundo, más íntimo, más difícil de cuantificar. Se jugaban una noche de sentido. Para unas, la posibilidad de reencontrarse con lo que fueron y con lo que todavía quieren ser. Para otras, la necesidad urgente de reafirmarse, de recordar que la jerarquía no se hereda, se defiende. La Copa no concede treguas ni ofrece atajos. La Copa pregunta. Y solo responde el campo.
El Atlético llegaba con la mochila cargada de historia. Dos títulos coperos, presencia constante en las rondas finales, etiqueta de gigante inevitable. Equipo Champions, equipo acostumbrado a competir contra las mejores de Europa. Pero también llegaba con dudas recientes, con heridas aún abiertas, con esa sensación incómoda de que el fútbol, a veces, se vuelve esquivo justo cuando más se le necesita. La derrota contundente en Lyon todavía resonaba en la memoria, no como un accidente, sino como un aviso. En la Copa, esos avisos suelen convertirse en amenazas reales.
El Alhama, en cambio, llegaba desde otro lugar. Desde la urgencia, desde la necesidad de agarrarse a algo que le devolviera la fe. Las dinámicas ligueras habían sido crueles, los resultados no acompañaban, la confianza se había ido erosionando semana tras semana. Pero la Copa no pregunta cómo llegas. Pregunta qué estás dispuesto a dar ahora. Y el Alhama, arropado por su gente, había elegido este partido como refugio emocional, como espacio de resistencia, como oportunidad para recordar que su historia reciente también tiene páginas de valentía.
Porque este club sabe lo que es mirar de frente a los grandes. Sabe lo que es sentirse parte del relato. Aquella Final Four de 2023 sigue viva en la memoria colectiva como un recordatorio de que los sueños, cuando se sostienen con convicción, también pueden llevar acento murciano. Nada de eso garantizaba nada esta noche, pero alimentaba una idea poderosa, casi peligrosa: los gigantes también caen. Y la Copa es el lugar donde esa verdad se manifiesta con mayor crudeza.
Las gradas del José Kubala no rugían como un gran estadio, pero vibraban. Cada asiento ocupaba una historia distinta, una ilusión propia, una esperanza compartida. Había quien había venido a ver a su equipo competir sin complejos. Había quien soñaba con una gesta. Y había, sobre todo, una sensación colectiva de que algo podía pasar. No una certeza. Una posibilidad. Y en el fútbol, pocas cosas son más peligrosas que una posibilidad bien creída.
Cuando las jugadoras saltaron al campo, el tiempo pareció comprimirse. Las miradas eran largas, concentradas, cargadas de significado. No había sonrisas innecesarias ni gestos de distracción. El Atlético sabía que no podía permitirse empezar mal. El Alhama sabía que debía entrar al partido como si cada minuto fuera el último. En las eliminatorias a partido único no hay reconstrucción posible. No hay mañana para corregir errores. Todo ocurre aquí y ahora.
El pitido inicial no rompió el silencio; lo transformó. El murmullo se volvió tensión. El balón empezó a rodar y, con él, se desvanecieron los discursos previos, las etiquetas, las comparaciones.
Solo quedaron el ruido seco de las botas sobre el sintético, los primeros choques, las carreras tensas, la sensación constante de que cualquier detalle podía inclinar la balanza. La Copa reclamaba su peaje habitual: intensidad, adaptación, verdad.
El Alhama salió a competir como quien defiende un territorio propio. Sin complejos, sin concesiones. Cada balón dividido era una declaración de intenciones. Cada repliegue, un acto de supervivencia consciente. No se trataba de tener el balón, sino de sostener el partido. De incomodar. De alargar la duda en la mente del favorito. De convertir la noche en un terreno incómodo para quien venía obligado a ganar.
El Atlético, mientras tanto, intentaba imponer jerarquía desde el control, desde la paciencia, desde la calidad. Pero la Copa no siempre se deja domesticar. El campo no ayudaba, el ritmo era irregular y el contexto exigía algo más que talento. Exigía carácter. Exigía aceptar que no habría brillo inmediato, que el partido no se ganaría con una sola acción, que sería necesario ensuciarse, adaptarse, sufrir.
Así empezó la noche. Sin promesas de espectáculo, sin concesiones al confort. Con la Copa de la Reina recordando, una vez más, por qué es el torneo donde el fútbol femenino español se desnuda por completo. Porque hay noches que no se juegan solo con las piernas. Hay noches que se juegan con la cabeza, con el corazón y con la memoria. Y Murcia estaba preparada para comprobar quién estaba dispuesto a entregarlo todo cuando la Copa exige verdad.
Víctor Martín salió con un once de garantías en el Patri Larqué fue la encargada de sostener al equipo bajo palos, transmitiendo seguridad desde el primer minuto.
Por delante, la zaga se estructuró con Carmen Menayo y Silvia Lloris como pareja de centrales, firmes en el juego aéreo y atentas a las coberturas, mientras que Andrea Medina y Alexia Fernández ocuparon los laterales, aportando recorrido y profundidad en ambas bandas.
El centro del campo tuvo el mando de Gaby García, Fiamma Benítez y Júlia Bartel, un triángulo equilibrado que combinó criterio en la salida de balón, intensidad en la presión y llegada al área rival.
En la parcela ofensiva, el ataque estuvo formado por Synne Jensen, Amaiur y Luany, una línea de tres dinámica y vertical, siempre dispuesta a atacar los espacios y a poner en aprietos a la defensa rival.
Por su parte, el Alhama alineaba a Sol Beloto bajo los tres palos, mostrando seguridad y reflejos decisivos cuando el equipo lo necesitó.
La línea defensiva estuvo formada por Judith Caravaca y Yannel Correa como centrales, sólidas en el juego aéreo y en la anticipación, mientras que Aitana Zumarraga y Astrid Álvarez ocuparon los laterales, combinando solidez defensiva con proyección ofensiva por las bandas.
En el centro del campo, Aldrith Quintero, Encarni y Kuki tomaron el control del juego, equilibrando la distribución del balón, la presión sobre el rival y la llegada desde segunda línea.
El ataque se estructuró con Vega Montesinos, Raquel y Yiyi, un tridente ofensivo con movilidad y capacidad para generar ocasiones, buscando constantemente desbordar la defensa rival.
Era una tarde-noche muy desapacible en la Región de Murcia. La intensa lluvia caía sin descanso sobre la hierba artificial del Estadio Municipal José Kubala, convirtiendo el terreno de juego en un campo donde el barro y el agua se disputaban el protagonismo con el balón. Bajo estas condiciones extremas, cada pase, cada control y cada arrancada se convertían en un reto, obligando a las jugadoras a afinar su técnica, mantener la concentración y mostrar su resistencia física y mental. Para el Atlético de Madrid, esta situación no era desconocida. El equipo rojiblanco había lidiado en el pasado con terrenos similares y había escrito páginas gloriosas de su historia en circunstancias adversas. Nombres como Deborah García, Priscila Booeja o Amanda Sampedro todavía resonaban en la memoria de los aficionados. Este último nombre, Sampedro, había sido objeto de un reportaje en profundidad por este medio pocas horas antes de la cita copera, recordando su influencia dentro y fuera del campo, su carácter competitivo y su capacidad de liderazgo que tantas veces había inclinado la balanza a favor del Atlético en momentos cruciales.
Con el pitido inicial, el partido se convirtió en un duelo de voluntades, donde la condición física, la estrategia y la capacidad de adaptación marcarían la diferencia. Bajo los palos, Sol Belotto asumió la responsabilidad de la portería, enfrentándose a tiros complicados y salidas arriesgadas con una serenidad que transmitía confianza a sus compañeras. Su actuación fue fundamental para mantener la solidez defensiva del equipo, anticipando centros y reaccionando con rapidez ante cualquier intento de perforar su arco.
La defensa estuvo compuesta por Judith Caravaca y Yannel Correa como centrales. Ambas demostraron una gran capacidad de lectura del juego y un dominio físico notable, especialmente en las disputas aéreas. Su coordinación y comunicación fueron vitales para sostener la línea defensiva, impidiendo que las atacantes rivales encontraran espacios cómodos. Aitana Zumarraga y Astrid Álvarez completaban el cuarteto defensivo actuando como laterales, aportando no solo seguridad en sus zonas sino también proyección ofensiva. Cada incursión por banda era un intento de generar superioridad y de conectar con las jugadoras del centro del campo y el ataque, en un intento de equilibrar la necesidad de defender con la obligación de crear ocasiones.
El centro del campo fue el corazón del equipo. Aldrith Quintero, Encarni y Kuki asumieron roles complementarios, distribuyendo el balón con criterio y manteniendo la presión sobre el rival cuando la posesión se perdía. Su capacidad de transición, tanto en defensa como en ataque, fue un factor decisivo para controlar el ritmo del encuentro. Quintero, con su fuerza y visión de juego, se encargó de recuperar balones y dar salida limpia; Encarni mostró inteligencia táctica y capacidad de conducción; mientras que Kuki añadió llegada desde segunda línea, combinando remates con pases clave.
En la delantera, Vega Montesinos, Raquel y Yiyi formaron un tridente dinámico y vertical. Su movilidad constante y su disposición a atacar los espacios libres desafiaron continuamente a la defensa contraria. Cada movimiento, cada desmarque y cada intento de combinación ofreció alternativas ofensivas, aunque la lluvia y el barro complicaron la ejecución técnica, convirtiendo cada acción en un desafío de precisión y resistencia.
El partido transcurrió con un ritmo intenso, marcado por la necesidad de adaptarse a las condiciones climáticas adversas. Cada intervención, ya fuera defensiva u ofensiva, estaba cargada de esfuerzo físico y concentración mental. La lluvia obligó a los equipos a replantear su estrategia: los balones largos y los cambios de orientación se volvieron más frecuentes, y la importancia del juego aéreo y de la anticipación creció de manera exponencial. La resistencia física se combinaba con la táctica, y las jugadoras se vieron obligadas a adaptarse a un terreno irregular, que hacía que los controles fueran impredecibles y los desmarques aún más valiosos.
Los minutos iniciales mostraron a un Atlético decidido a imponer su estilo pese a las dificultades. La presión alta, característica del equipo, generó pérdidas tempranas en el rival, que intentaba adaptarse a un terreno resbaladizo. Sol Belotto, por su parte, tuvo que intervenir en varias ocasiones para neutralizar intentos de tiro desde media distancia, demostrando seguridad en los balones aéreos y en el uno contra uno. Cada parada era recibida con un aplauso contenido de las jugadoras y un impulso para seguir luchando en condiciones extremas.
En el centro del campo, la coordinación entre Quintero, Encarni y Kuki permitió recuperar numerosos balones y generar transiciones rápidas. Su capacidad para mantener la compostura bajo presión y para combinarse con los laterales Zumarraga y Álvarez facilitó que el Atlético pudiera superar líneas rivales y buscar profundidad por las bandas, aunque los charcos y la lluvia ralentizaban el ritmo de los ataques. Vega Montesinos, Raquel y Yiyi intentaban aprovechar cada balón suelto, buscando espacios entre los defensores, mientras que los movimientos de apoyo y los desmarques constantes ofrecían alternativas de pase incluso en situaciones complicadas.
A medida que el partido avanzaba, se evidenció la importancia del carácter del equipo. La resistencia física se combinó con la resiliencia mental, recordando a los rojiblancos de antaño que habían dejado su sello en condiciones similares. Las jugadoras mostraron determinación, coraje y solidaridad en cada acción, reflejando que la historia del club no se escribe solo en victorias, sino también en la capacidad de luchar cuando todo parece adverso.
El barro y la lluvia afectaban tanto al control del balón como a la toma de decisiones. Cada pase largo debía calibrarse con precisión; cada intento de regate se convertía en un riesgo. No obstante, la inteligencia táctica del equipo permitió superar muchas de estas dificultades, con movimientos coordinados, apoyo constante y decisiones rápidas. La defensa mantuvo un nivel alto de concentración, cerrando espacios y minimizando errores, mientras que el centro del campo ofrecía soluciones para mantener la posesión y generar ataques, incluso cuando el terreno parecía jugar en contra.
El primer momento determinante llegó en el minuto 16, cuando una acción a balón parado puso en movimiento a Fiamma Benítez en el corazón del área rival. La venezolana Gaby García, completamente libre de marca tras un error defensivo gravísimo de Yanel Correa, conectó un frentazo imposible de detener para Sol Belotto, inaugurando el marcador con el 0–1 para las favoritas.
🔴⚪️ ¡Golpean primero las rojiblancas!
⚽️ Falta que bota Fiamma y remata de cabeza Gaby García
La jugada evidenció no solo la capacidad ofensiva del Atlético, sino también la necesidad de concentración absoluta en defensa, un recordatorio de que cualquier descuido podía resultar letal en un escenario tan exigente.
Tras adelantarse en el marcador, el Atlético de Madrid pareció liberarse de un peso y empezó a dominar el ritmo del partido. El Alhama, por su parte, no mostró un plan alternativo claro y se mostró incapaz de generar ocasiones de peligro sobre la portería de Larqué.
Las oportunidades más claras para ampliar la renta rojiblanca llevaron la firma de Amaiur Sarriegui y Luany, aunque en esta ocasión no estuvieron especialmente acertadas en la definición. Synne Jensen también tuvo momentos de protagonismo, pero la eficacia ofensiva brillaba por su ausencia, recordando a los más veteranos a aquella eliminatoria del pasado curso ante el Cacereño, que se resolvió en la prórroga, aunque con la diferencia de que esta vez el marcador favorecía al Atlético y la sensación era de control absoluto.
El público, todavía desorientado por el ritmo y la intensidad de la lluvia, apenas pudo celebrar un par de ocasiones antes del descanso. Solo un disparo de Fiamma Benítez, despejado con acierto por Sol Belotto, logró levantar a los espectadores de sus asientos y mantener la tensión antes del entretiempo. La exigua renta de 0-1 era valiosa, pero exigía concentración máxima y disciplina táctica en el segundo acto, especialmente frente a un Alhama que, pese a no haber mostrado alternativas claras, podía sorprender con balones largos o acciones a balón parado.
El segundo tiempo comenzó con un Atlético decidido a controlar el balón y a aprovechar cualquier debilidad defensiva. La lluvia no cesaba y el barro hacía que cada pase, cada regate y cada salto fueran imprevisibles. Sin embargo, la coordinación entre Quintero, Encarni y Kuki permitió mantener la posesión y distribuir el juego hacia las bandas, donde Zumarraga y Álvarez ofrecían apoyo constante a las jugadoras ofensivas. El tridente de ataque, a pesar de las dificultades, continuó moviéndose con inteligencia, buscando espacios y desmarques que pusieran en aprietos a la defensa rival.
La intensidad física del partido se combinaba con la táctica. Cada acción defensiva, cada interceptación y cada pase al hueco era un recordatorio de la importancia de la concentración, especialmente en un terreno resbaladizo donde un fallo podía costar caro. Sol Belotto seguía mostrando seguridad bajo palos, mientras que Caravaca y Correa mantenían el equilibrio defensivo, cerrando espacios y anticipándose a los movimientos rivales.
El Atlético, consciente de que debía conservar la ventaja, ajustó su presión y su posicionamiento. La línea defensiva se retrasó ligeramente para evitar contragolpes y permitir que los centrocampistas se sumaran al ataque con mayor libertad.
Las jugadas a balón parado seguían siendo una amenaza, y cada córner o falta lateral generaba tensión en el área rival. Las jugadoras del Alhama intentaban reaccionar, pero la falta de coordinación y el terreno húmedo limitaban su capacidad de generar peligro real.
A medida que el reloj avanzaba, el partido se convirtió en un auténtico test de resistencia. Cada jugadora debía combinar técnica, táctica y físico, mientras la lluvia caía sin cesar y el barro condicionaba el ritmo. El Atlético supo adaptarse mejor a las condiciones adversas, demostrando experiencia y solidez mental. Cada recuperación, cada desmarque y cada pase preciso reafirmaban que el equipo estaba preparado para competir en cualquier circunstancia, siguiendo el legado de las leyendas rojiblancas que habían dejado su huella en condiciones similares.
(Fuente: “El Partido de Manu”)
La segunda mitad también ofreció momentos de emoción y tensión. Fiamma Benítez volvió a generar peligro con su capacidad de llegada y su disparo potente, aunque la portera Belotto respondió con seguridad. Vega Montesinos, Raquel y Yiyi continuaron buscando la portería rival, moviéndose con dinamismo y aprovechando cualquier resquicio defensivo. Sin embargo, la eficacia ofensiva seguía siendo limitada, recordando que las condiciones del terreno y la presión defensiva hacían muy difícil concretar las ocasiones.
Parecía que la noche en Murcia iba a ser una más de esas en las que el Atlético de Madrid Femenino controlaba el partido con la comodidad que da la superioridad, la experiencia y la calidad individual de sus jugadoras. Tras la primera mitad, la sensación era que las rojiblancas tenían el encuentro dominado, con un marcador favorable que les permitía respirar con tranquilidad y planificar un segundo tiempo sin sobresaltos. Sin embargo, la Copa de la Reina tiene sus propias leyes, y aquella tarde dejó claro que la historia escrita no garantiza nada, que en este torneo los giros inesperados y las sorpresas son moneda corriente, y que la gloria se paga con sangre, sudor y nervios al límite. El Alhama, consciente de la superioridad inicial de su rival, se refugiaba, esperaba su momento y, con paciencia, buscaba hilos de esperanza en cada balón dividido, en cada pérdida de balón, en cada detalle que pudiera romper la tela de seguridad que el Atlético había tejido en los primeros 45 minutos. La tensión crecía, casi invisible, hasta que un instante cambió por completo la dinámica del encuentro.
El minuto 93 quedó marcado en el recuerdo como un punto de inflexión dramático, un instante en el que la comodidad de las colchoneras se evaporó como arena entre los dedos. Luany, la exjugadora del Madrid CFF, cometió un juego peligroso sobre Judith Caravaca y vio la tarjeta roja directa. La decisión de la colegiada, severa y categórica, provocó un temblor en la defensa atlética y una explosión de confianza en el Alhama. Aquel instante transformó un partido que parecía controlado en una pesadilla de incertidumbre para las visitantes, que de repente se encontraron con diez jugadoras sobre el campo, con media hora de tensión por delante y un rival crecido por la superioridad numérica que empujaba con fuerza implacable hacia la portería de Patri Larqué. El Alhama olió sangre, la recta final se convirtió en un asedio, un martilleo constante, un acoso que parecía dispuesto a derribar los muros rojiblancos, y el premio no tardó en llegar.
En el minuto 95, cuando la desesperación y la ansiedad se mezclaban en el banquillo del Atlético, llegó el empate. Un disparo de Belén Martínez desde el área, tocado por Silvia Lloris, se introdujo en la portería rojiblanca para consumar un autogol que suponía el 1–1 definitivo en el último suspiro.
La confusión y la impotencia se reflejaban en los rostros de las colchoneras mientras el Alhama celebraba un empate que sabía a victoria momentánea. Aquella acción no solo nivelaba el marcador, sino que también trastocaba los planes de Víctor Martín, quien veía cómo el control que había ostentado su equipo se desvanecía en cuestión de segundos. La presión subía como un manto de incertidumbre, la adrenalina se disparaba y la idea de una prórroga inevitable comenzaba a instalarse en la mente de todas.
(Fuente: Alhama ElPozo)
El partido se adentró en la prórroga con un Atlético ya nervioso, consciente de que cada segundo perdido podría costarles caro. La tensión era palpable, los movimientos eran más rápidos, los pases más forzados y la ansiedad comenzaba a morder el ánimo de las jugadoras.
La prórroga no fue un mero trámite; fue un compendio de oportunidades, de decisiones al límite, de acciones que podían cambiar la historia de un torneo entero. Un gol anulado a las rojiblancas por un fuera de juego discutible elevó aún más la sensación de injusticia momentánea, mientras que una ocasión clarísima de Marta Gestera para el Alhama mantenía a todos al borde del asiento.
Cada pase, cada despeje, cada regate parecía cargado de un peso descomunal, y la tanda de penaltis comenzó a perfilarse como el único escenario posible para decidir quién avanzaría.
(Fuente: “El Partido de Manu”)
Cuando llegó la tanda de penaltis, el silencio se volvió absoluto, solo roto por el eco de los pasos de las jugadoras y el sonido seco del balón al ser lanzado.
La primera serie fue un duelo de nervios y precisión. Para el Atlético, Boe Risa, Fiamma, Gaby García, Silvia Lloris y Ana Vitoria marcaron con temple y determinación, mientras que Sol Bellotto, arquera del Alhama, logró detener el lanzamiento de Macarena Portales, encendiendo una chispa de esperanza en su equipo. El Alhama respondió con Nuria, Anita, Quintero y Estefa transformando sus penales en ocasiones de ilusión, hasta que el destino del partido quedó en manos de la última serie. Patri Larqué emergió como heroína del momento, primero deteniendo el disparo de Astrid Álvarez y luego el de Marta Gestera, consumando una victoria que resonaba con coraje, corazón y carácter inquebrantable.
El triunfo del Atlético no fue un triunfo cualquiera. Fue la recompensa a la paciencia, al temple y a la capacidad de sobreponerse a la adversidad.
Las rojiblancas habían sobrevivido a una embestida inesperada, a un momento de inferioridad numérica que podría haber truncado cualquier aspiración, y habían demostrado, una vez más, que en la Copa de la Reina no hay rendiciones anticipadas, que cada minuto cuenta, que cada jugada puede convertirse en historia. La euforia no solo llenó el rostro de las jugadoras, sino que impregnó la grada y los corazones de todos aquellos que siguen con pasión a este equipo.
👏🏻 ¡Habemus cuartofinalista!
🔴⚪️ Las colchoneras se llevan la última plaza en los penaltis (4-5)
Con una mezcla de alivio y orgullo, las colchoneras sellaron su pase a los cuartos de final, cerrando un 2025 que, a pesar de las dificultades, terminaba con una sonrisa y la satisfacción de haber superado un compromiso que antaño les habría sido esquivo.
Tras su victoria en los once metros , el siempre corajudo Atlético de Madrid se une en la siguiente ronda al Athletic Club, Costa Adeje Tenerife, Badalona, Real Madrid, Real Sociedad, Madrid CFF y FútbolClubBarcelona en los cuartos de final.
El siguiente capítulo de este magnífico torneo queda aún pendiente de la celebración del sorteo protocolario en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, un evento que todavía no tiene fecha de celebración y se espera que la RFEF lo haga público lo antes posible para que así los fans puedan organizar su agenda.
La gran final, para la que todavía restan varias eliminatorias, se trasladará posiblemente a Gran Canaria, un lugar huérfano de fútbol femenino desde que, incomprensiblemente, la U.D. Las Palmas cerró la sección en junio de 2011.
El favorito es el actual campeón, un cuadro azulgrana que venció por 1-6 al Deportivo Alavés, al que no pudimos cubrir como nos hubiera gustado al coincidir en el tiempo con el cara a cara de las madrileñas, que dejó a más de uno, me incluyo, pendiente una revisión en la unidad de cardiología, así es este equipo, en los próximos días.
Incidencias: Partido correspondiente a la ronda de octavos de final de la Copa de la Reina Iberdrola 2025-2026 entre el Alhama ElPozo y el Atlético de Madrid que se ha celebrado a las 19:00 horario peninsular sobre el césped artificial del Estadio Municipal José Kubala en la Región de Murcia.
⬛️ Imparable y contundente, la Real Sociedad venció al Deportivo Abanca (1-4) y avanza con autoridad hacia los cuartos de final de la Copa de la Reina.
En el corazón del invierno español, cuando el calendario marca la recta final de diciembre y la mayoría de ligas descansan o se reanuda la competición tras una pausa invernal, la Copa de SM la Reina —el torneo nacional de fútbol femenino con más historia y prestigio en España— entra en su fase de octavos de final con un choque que evoca destino, rivalidad y búsqueda de gloria: Deportivo Abanca recibiendo a la Real Sociedad en el mítico Estadio ABANCA‑Riazor.
Este enfrentamiento tiene todos los ingredientes dramáticos del deporte: repetición de un duelo copero que ya se vivió en la temporada anterior, la ambición de un equipo que quiere demostrar que puede romper viejos guiones, y la presencia de una Real Sociedad que busca confirmar su crecimiento como potencia constante en el fútbol femenino español.
El sorteo de los octavos de final, celebrado en Las Rozas (Ciudad del Fútbol), emparejó una vez más a Deportivo Abanca y Real Sociedad en un cruce que recuerda al de la pasada temporada 2024, cuando las donostiarras se impusieron por la mínima en un encuentro igualado y vibrante. 
Esta repetición no es casualidad; es una narración copera que vuelve a poner frente a frente a dos clubes con trayectorias diferentes pero con una ambición idéntica: avanzar en la Copa y vivir la épica de seguir compitiendo en un torneo donde cualquier equipo puede dejar su huella.
Deportivo Abanca llega a esta cita tras superar la ronda previa de la Copa contra el Guiniguada Apolinario CD de Las Palmas por un contundente 1‑3, demostrando que su ambición no conoce límites y que su participación en el torneo va más allá de un simple trámite. 
La temporada del Dépor en Liga F Moeve ha tenido altibajos, con momentos de lucha intensa por la permanencia frente a equipos de mayor presupuesto. Sin embargo, cada victoria, cada balón disputado y cada entrada defensiva han alimentado una moral de equipo combativo: aquel que no se rinde, aquel que cuando juega en Riazor siente el latido de una afición que cuenta los segundos para ver rodar el balón. 
El conjunto de Fran Alonso es un equipo que basa su fútbol en la intensidad, la solidaridad defensiva y la capacidad de generar ocasiones por velocidad en transición y por banda. En esta eliminatoria, una de sus mayores armas será la presión organizada, la búsqueda de espacios en el campo rival y tratar de sorprender en las acciones a balón parado o conducciones profundas que desorganicen a la defensa rival. 
No obstante, el Deportivo Abanca llega con algunas bajas sensibles por lesión, como Paula Monteagudo y Henar Muiña, lo que obliga al entrenador a ajustar ideas y planteamientos para compensar ausencias importantes en el once titular.
La historia reciente contra la Real Sociedad ofrece un punto de motivación extra: en la pasada Copa las gallegas estuvieron cerca de dar la sorpresa y quieren intentar alterar un resultado que dejó un sabor agridulce, donde la mínima diferencia marcó el destino.
Para la Real Sociedad, este partido representa continuidad de un proyecto sólido que ha ido creciendo con paso firme en los últimos años. El club donostiarra ha consolidado una filosofía que combina posesión, equilibrio táctico y eficacia ofensiva, siendo protagonista constante en la parte alta de Liga F y ahora también en la Copa. 
Las realistas llegan a Riazor con la intención de marcar territorio desde el primer instante, imponer su estilo de juego y convertir posesión en oportunidades claras de peligro. La campaña copera de la Real empieza en octavos, ya que al haber terminado entre los equipos mejor ubicados en Liga F la temporada anterior no tuvo que disputar ninguna ronda previa.
Este equipo ha demostrado madurez competitiva, una defensa organizada y una capacidad para encontrar soluciones en el último tercio del campo que lo convierten en uno de los claros aspirantes a soñar con la victoria final en el torneo del KO.
Además, la Real Sociedad ha mostrado solidez en competiciones de liga y copa anteriores contra rivales de calidad, lo que refuerza su condición de favorito en este duelo, aunque el Dépor está dispuesto a desafiar ese favoritismo en cada segundo de juego.
La batalla por el mediocampo será decisiva, ya que quien consiga controlar esa zona clave podrá decidir el ritmo del juego y encontrar ventajas para sus atacantes.
Más allá de la táctica, este partido es una historia de corazón, de suspense y de orgullo regional. El Deportivo Abanca, con su afición desde las gradas de Riazor, y la Real Sociedad, con su tradición futbolística vasca, lucharán por cada balón como si el destino estuviera escrito en cada pase.
Para las jugadoras del Dépor, ganar supondría un impulso moral enorme, una confirmación de que pueden competir de tú a tú con equipos de mayor trayectoria copera. Para las de la Real, pasar de ronda significaría seguir construyendo un legado de estabilidad, ambición y potencial para soñar incluso con instancias más profundas del torneo.  La eliminatoria se emitirá en varios canales autonómicos y nacionales, con cobertura en ETB1 y TVG 2, ofreciendo a los aficionados la posibilidad de seguir en directo uno de los duelos más atractivos de esta fase de la Copa de la Reina.
Este Deportivo Abanca vs Real Sociedad no es solo una eliminatoria más en la Copa de la Reina. Es una narrativa tejida con retorno de rivalidad, ambición de triunfo, estrategias futbolísticas y el innegable deseo de ambas aficiones por ver a su equipo avanzar en un torneo donde cada balón cuenta más que el anterior.
El 21 de diciembre, a las 12:00 en ABANCA‑Riazor, no solo se juegan octavos de final: se juega una historia de orgullo competitivo, de fútbol de temperamento y de pasión que quedará en la memoria de todos los que vivan este duelo.
Riazor amaneció con ese frío que no es meteorológico, sino emocional. Ese frío que precede a los días importantes, a las citas que se anuncian como oportunidad y acaban convirtiéndose en examen. El Deportivo Abanca se presentaba en los octavos de final de la Copa de la Reina con el discurso aprendido de la ilusión, con el estadio abierto, con rotaciones anunciadas y con la promesa —más intuida que proclamada— de competir. La Real Sociedad, en cambio, llegó sin ruido, sin necesidad de proclamas, con la seguridad tranquila de quien sabe que el torneo empieza para ella cuando otros ya vienen fatigados.
Fran Alonso había deslizado en la previa la palabra rotaciones, y cumplió parcialmente. Bajo palos apareció Yohana, relevo natural de Inês Pereira, y en el eje de la zaga Elena Vázquez se sumó a Raquel García para recomponer una defensa que buscaba aire nuevo. Hasta ahí llegó la novedad. El resto del once era reconocible, habitual, competitivo: pocas reservas y muchas intenciones. El mensaje era claro: este no era un partido para esconderse. El Dépor quería jugarlo.
Y lo jugó. Al menos, durante un tiempo.
La primera mitad fue un ejercicio de posesión blanquiazul, de voluntad territorial, de orgullo doméstico. El Deportivo quiso mandar, quiso la pelota, quiso ser protagonista en su casa. Pero el fútbol —como la Copa— no premia la intención, sino la eficacia. Y ahí, la Real Sociedad es un equipo hecho, maduro, con colmillo. Avisó Edna Imade a los cuarenta segundos, con un disparo desde muy lejos tras un regalo impropio de una eliminatoria copera. Era una advertencia temprana, casi pedagógica: cualquier error se paga. Respondió el Dépor con un contragolpe por la izquierda, un centro tibio de Bárbara Latorre y la sensación de que había partido.
El Deportivo dominaba la posesión, pero no el daño. Movía el balón con paciencia, encontraba a Ainhoa Marín en todas partes —defendiendo, atacando, ordenando—, intentaba progresar con triangulaciones y cambios de orientación. Sin embargo, en la línea divisoria del campo parecía levantarse un muro invisible. La Real permitía salir jugando… hasta cierto punto. A partir de ahí, cerraba líneas, basculaba, esperaba. No se descomponía. No se aceleraba. No se desesperaba.
El equipo de Arturo Ruiz entendió el partido desde el pragmatismo. Bloque medio, orden, paciencia y un mensaje claro: deja que el rival se desgaste con la pelota y castígalo cuando baje la guardia. Tardó ocho minutos en hacerlo. Un balón filtrado a la espalda de las centrales, una ruptura limpia, y Intza Eguiguren ajustó su remate al palo con precisión quirúrgica. 0–1 en el minuto 9 para demostrar que madrugar había merecido la pena.
El gol no cambió el guion. El Deportivo siguió queriendo. Siguió intentando. Pero cada ataque parecía exigirle un esfuerzo triple al que necesitaba la Real Sociedad para generar peligro. La movilidad interior de las donostiarras, la calidad técnica en espacios reducidos, provocaban desajustes constantes que el Dépor intentaba corregir con corazón más que con cabeza. En una de esas recuperaciones, Bárbara Latorre tuvo el empate. Se plantó sola ante Julia Arrula y buscó una vaselina tan elegante como inocua. No hubo gol. Y en Copa, las oportunidades no convertidas suelen tener respuesta.
El descanso llegó con el 0-1, con Riazor aún vivo, con la sensación de que el partido estaba abierto. En paralelo, otro monitor seguía el Madrid CFF-Eibar, porque esta Copa se juega en varios frentes y el despliegue informativo es parte del relato.
Pero en A Coruña quedaban cuarenta y cinco minutos que iban a decir mucho más de lo que parecía.
La segunda mitad empezó como la primera o un incluso peor merced a un resbalón de Marina Artero dejó a Cecilia Marcos sola ante Yohana. Esta vez, la portera blanquiazul respondió. Yohana se hizo grande. Volvió a aparecer ante Edna. Detuvo. Sostuvo. Dio aire. Durante varios minutos fue el único dique que evitó que el partido se rompiera antes de tiempo. El Dépor ya concedía demasiado, y la Real Sociedad empezaba a oler sangre.
Perdonó una. Perdonó dos. Pero no perdonó la tercera. En el minuto 57, un envío lateral de Cecilia encontró la cabeza de Edna Imade. El salto, el timing, el impacto llevó sintonía de gol y el 0–2 hacía justicia futbolística y herida abierta. La internacional española, ex del Cacereño, firmaba un gol que no solo ampliaba la ventaja, sino que profundizaba en una grieta interna. Porque este tanto llegó cuando ya se hablaba —en voz baja, pero constante— del desgaste del discurso de Fran Alonso, cuestionado incluso desde dentro, como este medio había adelantado.
Yohana siguió resistiendo. Evitó el tercero en dos remates consecutivos, tan claros que algunas jugadoras realistas ya celebraban. Pero el Dépor necesitaba algo más que paradas. Necesitaba fe. Y el banquillo reaccionó. Fran Alonso movió piezas: Vera Martínez, Lucía Martínez y Lucía Rivas entraron buscando agitar el partido, encontrar una chispa, provocar un error.
Y lo encontró. En el minuto 70, Paula Gutiérrez armó un disparo lejano, lleno de intención y de rabia. El balón salió como un misil, besó la madera y se coló en la escuadra para celebrar el 1–2 con el que Riazor rugió. Por un instante, el estadio volvió a creer. Por un instante, la Copa volvió a parecer posible.
⚽️ GOOOLAAAZOOO do #DéporABANCA! GO🔵⚪🔵OL de Paula Gutiérrez!
La Real Sociedad de Fútbol , vestida de naranja, se sostuvo gracias a Arrula, que sacó una mano abajo prodigiosa en un mano a mano y voló después ante un disparo peligroso de Millene Cabral. Eran los mejores minutos del Dépor. El único tramo en el que el partido se jugó como quería, pero la alegría duró poco.
A tan solo trece minutos del final, otro centro desde la izquierda encontró a Edna Imade y la futbolista propiedad del Bayern de Múnich le dio motivos a Sonia Bermúdez para que la siga convocando con España y puso el 1–3 en el 77 que era su doblete particular y la sentencia emocional para una defensa que hacía aguas ante la exjugadora del Granada y el golpe fue directo al mentón de las locales.
Metidos ya en el descuento, con el Deportivo ya roto, Lucía Pardo firmó el 1–4 definitivo. Era el epílogo lógico de una historia que había ido escribiéndose con paciencia y contundencia desde el primer minuto.
Dépor Abanca: Yohana; Paula Novo, Raquel García (Vera Martínez, min 60), Elena Vázquez, Samara Ortiz (Lucía Rivas, min 60); Marina Artero, Paula Gutiérrez (Eva Dios, min 77), Olaya Enrique; Ainhoa Marín, Bárbara Latorre (Lucía Martínez, min 60), Millene (Espe Pizarro, min 77).
Real Sociedad: Julia Arrula; Emma Ramírez (Ainhoa Vicente, min 60), Lucía María, Claudia Florentino, Aiara Agirrezabala; Claire Maire (Lucía Pardo, min 77), Elene Guridi (Arola Aparicio, min 60), Klara Cahynova, Cecilia Marcos (Andreia De Jesús, min 60); Edna Imade, Intza Eguiguren (Nerea Eizaguirre, min 77).
Ábitra: Ylenia Sánchez Miguel. Amonestó a la local Paula Novo y a las visitantes Claudia Florentino y Nerea Eizaguirre con amarilla.
Incidencias: Encuentro correspondiente a los octavos de final de la Copa de la Reina, disputado ante 547 espectadores sobre una superficie de hierba natural.
⬛️ ¡Corazón en vilo en el Fernando Torres! El Madrid CFF un sufrido pase a los cuartos de final de la Copa de la Reina Iberdrola tras imponerse por 3-2 a la SD Eibar en un duelo vibrante que se decidió en los instantes finales, con emoción, goles y un espectáculo que recordó por qué esta competición es un torneo donde cada segundo cuenta y nada está escrito hasta el pitido final.
El fútbol tiene días que no necesitan explicación, porque se sostienen sobre una verdad simple y poderosa: cuando la Copa aparece en el calendario, todo lo demás se detiene. La Copa de la Reina no entiende de jerarquías fijas ni de clasificaciones que se consultan de reojo; no distingue entre favoritos y aspirantes más allá de lo que ocurre en el césped durante noventa minutos —o los que hagan falta— y convierte cada eliminatoria en un relato autónomo, irrepetible, cargado de tensión, ilusión y sentido competitivo. Este domingo, 21 de enero, a partir de las doce del mediodía, el Estadio Fernando Torres de Fuenlabrada será el escenario donde Madrid CFF y Sociedad Deportiva Eibar se enfrenten en un cruce de octavos de final que va mucho más allá de una simple ronda copera. Es un partido que resume la esencia del fútbol femenino actual: crecimiento, ambición, identidad y la certeza de que cada oportunidad hay que exprimirla como si fuera la última.
Fuenlabrada vuelve a vestirse de Copa, y eso nunca es un detalle menor. El Fernando Torres no es un estadio neutro para el Madrid CFF; es su casa emocional, el lugar donde el club ha construido buena parte de su trayectoria en la élite, donde ha aprendido a competir sin estridencias, a consolidarse temporada tras temporada en la Liga F Moeve y a hacerse respetar desde la coherencia y el trabajo diario. Allí, lejos de los grandes focos mediáticos, el Madrid CFF ha levantado una identidad reconocible, sostenida en el esfuerzo colectivo, en la cercanía con su gente y en una manera honesta de entender el fútbol. En ese contexto, la Copa de la Reina adquiere un valor especial: no es una distracción ni una obligación incómoda, sino una oportunidad real de seguir creciendo, de medir el pulso del equipo en un escenario donde no hay margen para el error. El conjunto madrileño llega a este cruce copero tras cerrar el año natural con una sensación agridulce. La derrota por 0-2 ante el Athletic Club, en el sur de la capital, fue un golpe que dejó huella, no tanto por el resultado en sí como por la percepción de que el equipo no consiguió transformar su propuesta en puntos. Sin embargo, la clasificación liguera refleja un proyecto sólido: séptimas en la Liga F Moeve, con 23 puntos en su haber, las jugadoras del Madrid CFF se mantienen firmes en la zona media-alta de la tabla, compitiendo con regularidad y demostrando que son un rival incómodo para cualquiera. La Copa aparece ahora como ese espacio paralelo donde reencontrarse con las mejores sensaciones, donde cerrar el año competitivo con una sonrisa distinta y donde el margen de mejora se convierte en una urgencia estimulante.
En la tercera ronda, el Madrid CFF ya dejó claro que no está dispuesto a tomarse el torneo a la ligera. La contundente victoria por 1-7 ante el Sporting de Huelva en Andalucía no fue solo una goleada; fue una declaración de intenciones. El equipo entendió el partido desde el primer minuto, impuso su ritmo, castigó cada error del rival y mostró una versión reconocible, intensa y ambiciosa. Ese es el Madrid CFF que quiere reaparecer este domingo, consciente de que en la Copa no basta con ser superior sobre el papel: hay que demostrarlo en cada disputa, en cada transición y en cada acción a balón parado. Pero enfrente estará una Sociedad Deportiva Eibar que llega a Fuenlabrada con la mochila ligera y el espíritu competitivo intacto. Undécimas en la Primera División Femenina, con 14 puntos en el zurrón, las armeras afrontan este cruce copero sin la presión que acompaña al favorito, pero con una ambición clara y legítima: seguir avanzando y hacer historia. El empate 2-2 logrado en Ipurúa ante el Atlético de Madrid en su último compromiso liguero no solo reforzó la moral del grupo, sino que confirmó que este Eibar sabe competir, sabe sufrir y sabe levantarse en escenarios exigentes. Con la liga en pausa y el foco puesto exclusivamente en la Copa de la Reina, el equipo dirigido por Iñaki Goikoetxea ha preparado el partido como una oportunidad única para cerrar el año competitivo con una actuación que trascienda el resultado.
El Eibar conoce bien al rival al que se enfrenta. Demasiado bien. Esta temporada, ambos equipos se verán las caras hasta en cuatro ocasiones, y las dos primeras ya han dejado un patrón que las armeras quieren romper. En pretemporada, en Burgos, el Madrid CFF se impuso por 2-1 en un partido ajustado, con un gol de Carmen Álvarez para el Eibar que evidenció que la distancia entre ambos no es insalvable. En la segunda jornada de liga, ya en el Fernando Torres, el encuentro volvió a caer del lado madrileño, esta vez por 1-0, decidido desde el punto de penalti. Dos partidos, dos derrotas por la mínima, dos sensaciones de estar cerca pero no lo suficiente. Este domingo, el Eibar regresa a Fuenlabrada con la convicción de que la tercera puede ser la vencida. Las estadísticas no sonríen al conjunto armero. En los últimos tiempos, solo ha logrado una victoria ante el Madrid CFF, y el Fernando Torres no ha sido un escenario especialmente propicio. Pero la Copa de la Reina no se construye sobre estadísticas, sino sobre momentos. Y el Eibar llega a este partido con la tranquilidad de quien no tiene nada que perder y mucho que ganar. La temporada pasada, las armeras se quedaron a las puertas en la tercera ronda, eliminadas por el DUX Logroño por 1-0 en un partido marcado por la igualdad y los detalles. Este año, el objetivo es claro: superar ese techo, alcanzar unos cuartos de final ilusionantes y seguir batiendo récords dentro de un proyecto que no deja de crecer.
Iñaki Goikoetxea ha dotado a su equipo de una identidad reconocible, basada en el orden, la solidaridad defensiva y la valentía para competir de tú a tú cuando el contexto lo permite. El Eibar no es un equipo que se esconda; sabe cuándo replegarse, pero también cuándo saltar líneas y castigar al rival. En Fuenlabrada, las armeras no especularán desde el inicio. Buscarán incomodar, llevar el partido a un terreno incómodo para el Madrid CFF y explotar cualquier duda que pueda aparecer en el conjunto local. En una eliminatoria a partido único, cada pequeño detalle cuenta, y el Eibar lo sabe. Para el Madrid CFF, la clave estará en gestionar el peso del favoritismo. Jugar en casa, con tu gente, con la obligación implícita de avanzar, puede convertirse en una presión silenciosa si el partido no se encarrila pronto. Por eso, el equipo madrileño necesitará personalidad desde el primer minuto, imponer su ritmo, dominar las áreas y evitar que el Eibar gane confianza con el paso de los minutos. En la Copa, los partidos suelen decidirse en acciones puntuales: una falta lateral, un córner mal defendido, una transición rápida o un error en salida de balón. La concentración será un factor determinante.
Más allá de lo táctico, este será un partido profundamente mental. Cómo gestione el Madrid CFF la ansiedad si el gol no llega, cómo responda el Eibar si encaja primero, quién sea capaz de controlar los momentos de pausa y de aceleración… Todo eso formará parte de una batalla invisible que puede inclinar la balanza. Porque en la Copa de la Reina no siempre gana quien más domina, sino quien mejor interpreta el contexto. El encuentro, además, contará con un valor añadido que no conviene pasar por alto: será retransmitido en directo, de manera gratuita y accesible para todos los públicos, a través del canal oficial de YouTube de la RFEF. Una invitación abierta al espectador para sentarse frente a la pantalla y disfrutar de un partido que representa a la perfección el momento que vive el fútbol femenino español. Sin barreras, sin excusas, con la Copa como protagonista absoluta.
Este Madrid CFF versus SD Eibar es, en el fondo, un choque de narrativas. La del equipo que quiere reafirmarse, sacudirse la última derrota y avanzar con paso firme en un torneo que premia la valentía. Y la del conjunto que viaja sin complejos, dispuesto a romper estadísticas, a desafiar el guion y a convertir una mañana de domingo en un recuerdo imborrable. Cuando el balón eche a rodar en el Fernando Torres, ya no importará la clasificación, ni los precedentes, ni las etiquetas. Importará quién esté dispuesto a dar un paso más cuando el partido lo exija.
Hay encuentros que se explican solos y otros que hay que sentirlos. Este es uno de esos partidos que se viven con el estómago encogido, con la atención puesta en cada detalle, con la certeza de que la Copa de la Reina siempre guarda espacio para lo inesperado. El domingo, en Fuenlabrada, Madrid CFF y SD Eibar no solo se jugarán un billete a los cuartos de final. Se jugarán una historia.
Y esas, cuando se escriben en Copa, merecen ser vistas hasta el último segundo.
Fuenlabrada amaneció con ese aire especial que solo acompaña a los días de Copa. No era un partido más. No podía serlo.
Nuestro querido fútbol tiene esa rara virtud de detener el tiempo cuando la Copa aparece en el calendario. No importa la clasificación, ni la racha reciente, ni siquiera el contexto de la temporada: cuando el sorteo empareja a dos equipos y la eliminatoria es a vida o muerte, todo se reduce a noventa minutos —o a los que hagan falta— en los que cada gesto pesa más que nunca. La Copa de la Reina Iberdrola es, en esencia, un estado de ánimo. Una competición que no se explica desde la lógica fría de los números, sino desde la emoción, desde la tensión acumulada en cada duelo, desde la sensación de que cualquier detalle puede cambiar el rumbo de una temporada. Y eso fue exactamente lo que se vivió en la mañana dominical del 21 de diciembre de 2025 en el Estadio Fernando Torres de Fuenlabrada, donde el. Madrid CFF y la Sociedad Deportiva Eibar se citaron con la historia en un cruce de octavos de final que destiló todo aquello que hace grande a esta competición.
Fuenlabrada amaneció con ese aire especial que solo acompaña a los días de Copa. No era un partido más. No podía serlo. El Estadio Fernando Torres, propiedad del Club de Fútbol Fuenlabrada y convertido desde 2022 en el hogar funcional del Madrid CFF gracias a la alianza firmada con el club madrileño, volvía a vestirse de gala para acoger una eliminatoria copera.
Ese recinto, tantas veces testigo del crecimiento silencioso del Madrid CFF, se ha transformado con los años en algo más que un estadio: es un refugio emocional, un lugar donde el proyecto ha aprendido a competir, a resistir y a construirse lejos de los grandes focos, pero con una identidad clara y reconocible. Allí, a las doce en punto del mediodía, con la cobertura de RFEF TV a través de YouTube, el balón echó a rodar en busca de un billete a los cuartos de final, esa ronda donde la Copa deja de ser promesa para convertirse en posibilidad real.
El arranque del partido confirmó que el Eibar no había viajado a Fuenlabrada para especular.
Vestidas de blanco, las guipuzcoanas asumieron la iniciativa en los primeros compases, manejando el balón con criterio y empujando al Madrid CFF hacia su propio campo. El plan era claro: posesiones largas, circulación paciente y presión tras pérdida para evitar que las locales pudieran desplegar su juego. Durante esos minutos iniciales, las capitalinas se vieron obligadas a replegarse, a proteger el área defendida por Paola Ulloa y a resistir sin conceder ocasiones claras.
El Eibar dominaba territorialmente, pero ese dominio no se traducía en peligro real. Faltaba profundidad, faltaba el último pase, faltaba ese punto de precisión que separa la sensación de control de la amenaza tangible.
Con el paso de los minutos, el partido empezó a girar lentamente. Y lo hizo desde una figura clave: Ángela Sosa Martín. La exjugadora del Levante UD, consciente de que el Madrid CFF necesitaba recuperar el control del centro del campo, retrasó su posición para ofrecer superioridad en la medular. Su inteligencia táctica y su capacidad para interpretar los tiempos del partido resultaron decisivas.
A partir de ahí, el conjunto dirigido por Javier Aguado comenzó a equilibrar la balanza, a ganar metros y a someter progresivamente a un Eibar que, fiel a su identidad, se replegó con orden y solidaridad defensiva.
El duelo empezó a recordar inevitablemente al vivido semanas atrás en la Liga F Moeve. Un partido cerrado, áspero, decidido por pequeños detalles.
Y fue precisamente uno de esos detalles el que rompió la igualdad. En el minuto 19, una acción aparentemente intrascendente terminó marcando el rumbo de la eliminatoria. Carla Andrés, que había firmado una actuación sobresaliente ante el Atlético de Madrid en Ipurúa, llegó tarde dentro del área y pisó a Bárbara López. La colegiada no dudó y señaló el punto de penalti. El Fernando Torres contuvo el aliento.
Ángela Sosa tomó inicialmente el esférico, pero lo cedió a la delantera natural de Ayamonte. Era una escena cargada de simbolismo: la jugadora que había provocado la acción asumía la responsabilidad de ejecutarla. El golpeo desde los once metros fue tan ajustado que se estrelló contra la madera. Durante una fracción de segundo, el estadio quedó en silencio. Pero el fútbol, caprichoso como pocos, ofreció una segunda oportunidad. El balón salió repelido por el poste y, en el rechace, la delantera formada en el Sporting de Huelva reaccionó con una rapidez felina para, con el interior de su bota derecha, batir a Laura Martí y el 1–0 subió al marcador para adelantar al Madrid CFF al borde del ecuador de la primera mitad.
El gol alteró el guión previsto. El Eibar, obligado a dar un paso adelante, buscó reaccionar de inmediato. Las armeras trataron de explotar las transiciones rápidas, apoyándose en el liderazgo de Laura Camino y Clément para ganar metros y generar peligro.
Hubo momentos de ida y vuelta, fases de un partido eléctrico en el que ambos equipos parecían dispuestos a asumir riesgos. Sin embargo, las tentativas visitantes no llegaron a comprometer seriamente a Paola Ulloa, bien protegida por una zaga local concentrada y expeditiva.
El Madrid CFF, por su parte, gestionó los minutos posteriores al gol con inteligencia. Sin necesidad de monopolizar la posesión, supo enfriar el ritmo cuando fue necesario y acelerar en los momentos adecuados.
La solidez defensiva y la disciplina táctica permitieron a las de Fuenlabrada llegar al descanso con una ventaja mínima, pero valiosísima.
Las 22 protagonistas enfilaron el túnel de vestuarios con la sensación de que la eliminatoria estaba completamente abierta, de que aún quedaban cuarenta y cinco minutos —o más— para decidirlo todo.
El descanso no rebajó la tensión. Si algo caracteriza a los partidos de Copa es esa sensación permanente de filo, de equilibrio inestable que puede romperse en cualquier instante. El Eibar regresó al césped con la determinación de quien sabe que no tiene nada que perder.
El Madrid CFF, consciente del peso del favoritismo y del valor de la renta obtenida, entendió que la clave pasaba por no conceder espacios ni alimentar la ansiedad si el segundo gol no llegaba pronto.
El Fernando Torres, escenario tantas veces mencionado en relatos de crecimiento y resistencia, volvía a ser testigo de una de esas mañanas que explican la esencia del fútbol femenino actual. Un estadio que, como recordó “El Partido de Manu” en un reportaje reciente sobre la trayectoria de Amanda Sampedro, ha visto pasar generaciones, esfuerzos silenciosos y momentos que no siempre ocupan titulares, pero que construyen historia.
El segundo acto fue una batalla tanto mental como táctica. El Eibar intentó llevar el partido a un terreno incómodo, buscando que el Madrid CFF se viera obligado a tomar decisiones bajo presión. Las armeras alternaron fases de presión alta con repliegues ordenados, tratando de sorprender y de forzar el error. El Madrid CFF respondió con personalidad y Allegra duplicó la renta local hasta en 2–0 en el minuto 60 al aparecer desde la segunda línea y finalizar con la derecha lejos del alcance de la guardameta y llevó la tranquilidad a las gradas.
⚽️ Allegra, con su derecha y libre de marca amplía distancias en el luminoso del Fernando Torres
Una calma que duró más bien poco, porque acto seguido, se produjo un disparo al poste de Altonaga y la 7 visitante no se quedó conforme y en el 80 recortó diferencias amén del 2-1 que le ponía picante al tramo final en en una acción que les describimos en el siguiente párrafo.
La jugada nace en una fase prolongada de ataque armero, cuando el Madrid CFF ya defendía más cerca de su área, intentando proteger la ventaja y gestionar el tiempo. El Eibar mueve el balón de lado a lado, sin precipitarse, buscando abrir una grieta en un bloque que hasta ese momento había resistido con orden.
El balón llega a zona derecha, desde donde sale un centro tenso al corazón del área en un córner , no especialmente limpio, pero sí venenoso. La defensa local no logra despejar con contundencia y el esférico queda muerto en el área pequeña, en ese territorio donde el fútbol se decide por centímetros y por hambre.
Ahí aparece Arene, más rápida que todas, atacando el espacio con decisión. Anticipa a su marca, mete el cuerpo justo lo necesario y, casi sin armar la pierna, empuja el balón a la red ante la salida de Paola Ulloa, habría emoción.
El Fernando Torres enmudeció durante un segundo. El banquillo del Eibar estalló. Las jugadoras se abrazaron como quien sabe que acaba de prender fuego a una eliminatoria.
Porque ese 2–1 no solo recortaba distancias: devolvía la Copa al partido, metía el miedo en el cuerpo al favorito y confirmaba que las armeras habían venido a creer hasta el final. Un gol de oportunismo, de convicción, de estar donde hay que estar cuando la Copa te da una sola oportunidad y Altonaga no la dejó escapar.
⚽️ Se acerca el Eibar con el tanto de Arene en el 80’.
El Madrid CFF reaccionó a la velocidad del rayo y en una acción al contragolpe fue Nautness la que recortó a Martí dentro del área y envió el esférico a la jaula para poner el 3–1 en el 87, pero ahí no acabó todo.
⚽️ El equipo local no quiere sustos y anota el tercero.
El gol del tres a dos para la Sociedad Deportiva Eibar llegó en un momento en el que el partido estaba plenamente abierto, con el Madrid CFF todavía con ventaja pero el Eibar muy metido en el duelo tras haber recortado previamente el marcador con el dos a uno y un nuevo saque de esquina fue cabezazo al fondo de las mallas por Carla Andrés que puso el 3–2 definitivo en el 90, pero los tres de añadido no dieron mucho más de sí y con sufrimiento las locales sacaron el billete para los cuartos de final.
Cuando el silbato final resonó en el Fernando Torres, el corazón de Fuenlabrada todavía latía al ritmo de la emoción de la Copa. Tres goles, dos equipos, noventa minutos de tensión, y un añadido que se hizo eterno para quienes estaban en la grada y para quienes lo vivieron frente a la pantalla: el Madrid CFF había logrado mantener la ventaja mínima, pero lo había hecho tras un vendaval armero que dejó claro que en la Copa nadie regala nada, que cada segundo puede cambiar la historia y que la gloria siempre se escribe con sacrificio, carácter y determinación.
El 3-2 definitivo no fue solo un marcador: fue un relato de valentía y resistencia. Fue el eco de un estadio que abrazó a su equipo en cada carrera, en cada despeje y en cada parada decisiva. Fue la evidencia de que la Copa de la Reina no entiende de favoritismos, de nombres ni de estadísticas; solo de quienes se atreven a luchar hasta el último segundo.
Las jugadoras del Madrid CFF celebraron con la emoción contenida de quienes saben que ganar en la Copa es mucho más que un resultado: es reafirmar una identidad, es honrar la historia reciente del club, es dar un paso más hacia la consolidación de un proyecto que se construye con paciencia y trabajo diario. Y el Eibar, pese a la derrota, se marchó con la cabeza alta, con la certeza de que había hecho temblar al favorito y de que su ambición sigue intacta, lista para futuras batallas.
El Fernando Torres volvió a ser testigo de lo que hace grande al fútbol femenino: intensidad, emoción, pasión y momentos que permanecen en la memoria mucho después de que se apague la luz del estadio. La Copa de la Reina 2025-2026 había regalado otra historia épica, y este Madrid CFF vs Sociedad Deportiva Eibar quedará en la memoria de todos como un ejemplo de que en la Copa, cada instante cuenta, cada acción pesa y cada segundo puede ser legendario.
Porque en la Copa de la Reina, los héroes no siempre son quienes marcan, sino quienes resisten, luchan y creen hasta el último pitido. Y hoy, en Fuenlabrada, se escribió una página más que digna de la historia.
Las armeras descansarán hasta el 2 de enero, cuando retomarán los entrenamientos por la tarde para comenzar a preparar el primer encuentro liguero. El Eibar cerrará, pues, la primera vuelta el 10 de enero en tierras murcianas, contra el Alhama Elpozo.
Madrid CFF: Paola Ulloa , Esther, Villafañe, Marcetto (Andonova, min 79), Bárbara (Mônica, min 69), Melgård, Antonsdóttir (Nautnes, min 69), Allegra (Zaira, min 90), N. Mendoza, Sosa Martín, Marina (Alba Ruiz, min 79).
Sociedad Deportiva Eibar: Laura Martí, Garazi, Carla, Ojeda (Sara Martín, min 46), Arene (Elena Valej, min 90), L. Camino, Belem, Iara, Adela, Mireia (Iribarren, min 87), Opa Clement (Carmen, min 59).
Goles:
1-0 Bárbara López (P.) 19’ ⚽️
2-0 Allegra 60’ ⚽️
2-1 Arene Altonaga 80’ ⚽️
3-1 Emilie Nautness 87’ ⚽️
3-2 Carla Andrés 90’ ⚽️
Árbitra: María Gloria Planes Terol que estuvo asistida en bandas por Alexia Mayer Calvo y Mercedes Parra Cuenca, con Patricia Luna Varo como cuarta. Tarjetas: amarilla a Antonsdóttir por parte del Madrid CFF y a Adela Rico por parte de la Sociedad Deportiva Eibar.
Incidencias: Partido correspondiente a octavos de final de la Copa de la Reina Iberdrola 2025-2026 entre el Madrid CFF y la Sociedad Deportiva Eibar que se ha celebrado en el Estadio Fernando Torres sobre una superficie de hierba natural.
⬛️ El Estadio Fernando Torres de Fuenlabrada se prepara para una de esas mañanas que definen temporadas y despiertan emociones profundas: Madrid CFF y Sociedad Deportiva Eibar se enfrentan este domingo, desde las 12:00 horas, en un cruce de octavos de final de la Copa de la Reina donde no hay margen para el error, solo lugar para la ambición, la fe y el fútbol sin red que convierte cada minuto en una historia irrepetible.
El fútbol tiene días que no necesitan explicación, porque se sostienen sobre una verdad simple y poderosa: cuando la Copa aparece en el calendario, todo lo demás se detiene. La Copa de la Reina no entiende de jerarquías fijas ni de clasificaciones que se consultan de reojo; no distingue entre favoritos y aspirantes más allá de lo que ocurre en el césped durante noventa minutos —o los que hagan falta— y convierte cada eliminatoria en un relato autónomo, irrepetible, cargado de tensión, ilusión y sentido competitivo. Este domingo, 21 de enero, a partir de las doce del mediodía, el Estadio Fernando Torres de Fuenlabrada será el escenario donde Madrid CFF y Sociedad Deportiva Eibar se enfrenten en un cruce de octavos de final que va mucho más allá de una simple ronda copera. Es un partido que resume la esencia del fútbol femenino actual: crecimiento, ambición, identidad y la certeza de que cada oportunidad hay que exprimirla como si fuera la última.
Fuenlabrada vuelve a vestirse de Copa, y eso nunca es un detalle menor. El Fernando Torres no es un estadio neutro para el Madrid CFF; es su casa emocional, el lugar donde el club ha construido buena parte de su trayectoria en la élite, donde ha aprendido a competir sin estridencias, a consolidarse temporada tras temporada en la Liga F Moeve y a hacerse respetar desde la coherencia y el trabajo diario. Allí, lejos de los grandes focos mediáticos, el Madrid CFF ha levantado una identidad reconocible, sostenida en el esfuerzo colectivo, en la cercanía con su gente y en una manera honesta de entender el fútbol. En ese contexto, la Copa de la Reina adquiere un valor especial: no es una distracción ni una obligación incómoda, sino una oportunidad real de seguir creciendo, de medir el pulso del equipo en un escenario donde no hay margen para el error.
El conjunto madrileño llega a este cruce copero tras cerrar el año natural con una sensación agridulce. La derrota por 0-2 ante el Athletic Club, en el sur de la capital, fue un golpe que dejó huella, no tanto por el resultado en sí como por la percepción de que el equipo no consiguió transformar su propuesta en puntos. Sin embargo, la clasificación liguera refleja un proyecto sólido: séptimas en la Liga F Moeve, con 23 puntos en su haber, las jugadoras del Madrid CFF se mantienen firmes en la zona media-alta de la tabla, compitiendo con regularidad y demostrando que son un rival incómodo para cualquiera. La Copa aparece ahora como ese espacio paralelo donde reencontrarse con las mejores sensaciones, donde cerrar el año competitivo con una sonrisa distinta y donde el margen de mejora se convierte en una urgencia estimulante.
En la tercera ronda, el Madrid CFF ya dejó claro que no está dispuesto a tomarse el torneo a la ligera. La contundente victoria por 1-7 ante el Sporting de Huelva en Andalucía no fue solo una goleada; fue una declaración de intenciones. El equipo entendió el partido desde el primer minuto, impuso su ritmo, castigó cada error del rival y mostró una versión reconocible, intensa y ambiciosa. Ese es el Madrid CFF que quiere reaparecer este domingo, consciente de que en la Copa no basta con ser superior sobre el papel: hay que demostrarlo en cada disputa, en cada transición y en cada acción a balón parado.
Pero enfrente estará una Sociedad Deportiva Eibar que llega a Fuenlabrada con la mochila ligera y el espíritu competitivo intacto. Undécimas en la Primera División Femenina, con 14 puntos en el zurrón, las armeras afrontan este cruce copero sin la presión que acompaña al favorito, pero con una ambición clara y legítima: seguir avanzando y hacer historia. El empate 2-2 logrado en Ipurúa ante el Atlético de Madrid en su último compromiso liguero no solo reforzó la moral del grupo, sino que confirmó que este Eibar sabe competir, sabe sufrir y sabe levantarse en escenarios exigentes. Con la liga en pausa y el foco puesto exclusivamente en la Copa de la Reina, el equipo dirigido por Iñaki Goikoetxea ha preparado el partido como una oportunidad única para cerrar el año competitivo con una actuación que trascienda el resultado.
El Eibar conoce bien al rival al que se enfrenta. Demasiado bien. Esta temporada, ambos equipos se verán las caras hasta en cuatro ocasiones, y las dos primeras ya han dejado un patrón que las armeras quieren romper. En pretemporada, en Burgos, el Madrid CFF se impuso por 2-1 en un partido ajustado, con un gol de Carmen Álvarez para el Eibar que evidenció que la distancia entre ambos no es insalvable. En la segunda jornada de liga, ya en el Fernando Torres, el encuentro volvió a caer del lado madrileño, esta vez por 1-0, decidido desde el punto de penalti. Dos partidos, dos derrotas por la mínima, dos sensaciones de estar cerca pero no lo suficiente. Este domingo, el Eibar regresa a Fuenlabrada con la convicción de que la tercera puede ser la vencida.
Las estadísticas no sonríen al conjunto armero. En los últimos tiempos, solo ha logrado una victoria ante el Madrid CFF, y el Fernando Torres no ha sido un escenario especialmente propicio. Pero la Copa de la Reina no se construye sobre estadísticas, sino sobre momentos. Y el Eibar llega a este partido con la tranquilidad de quien no tiene nada que perder y mucho que ganar. La temporada pasada, las armeras se quedaron a las puertas en la tercera ronda, eliminadas por el DUX Logroño por 1-0 en un partido marcado por la igualdad y los detalles. Este año, el objetivo es claro: superar ese techo, alcanzar unos cuartos de final ilusionantes y seguir batiendo récords dentro de un proyecto que no deja de crecer.
Iñaki Goikoetxea ha dotado a su equipo de una identidad reconocible, basada en el orden, la solidaridad defensiva y la valentía para competir de tú a tú cuando el contexto lo permite. El Eibar no es un equipo que se esconda; sabe cuándo replegarse, pero también cuándo saltar líneas y castigar al rival. En Fuenlabrada, las armeras no especularán desde el inicio. Buscarán incomodar, llevar el partido a un terreno incómodo para el Madrid CFF y explotar cualquier duda que pueda aparecer en el conjunto local. En una eliminatoria a partido único, cada pequeño detalle cuenta, y el Eibar lo sabe.
Para el Madrid CFF, la clave estará en gestionar el peso del favoritismo. Jugar en casa, con tu gente, con la obligación implícita de avanzar, puede convertirse en una presión silenciosa si el partido no se encarrila pronto. Por eso, el equipo madrileño necesitará personalidad desde el primer minuto, imponer su ritmo, dominar las áreas y evitar que el Eibar gane confianza con el paso de los minutos. En la Copa, los partidos suelen decidirse en acciones puntuales: una falta lateral, un córner mal defendido, una transición rápida o un error en salida de balón. La concentración será un factor determinante.
Más allá de lo táctico, este será un partido profundamente mental. Cómo gestione el Madrid CFF la ansiedad si el gol no llega, cómo responda el Eibar si encaja primero, quién sea capaz de controlar los momentos de pausa y de aceleración… Todo eso formará parte de una batalla invisible que puede inclinar la balanza. Porque en la Copa de la Reina no siempre gana quien más domina, sino quien mejor interpreta el contexto.
El encuentro, además, contará con un valor añadido que no conviene pasar por alto: será retransmitido en directo, de manera gratuita y accesible para todos los públicos, a través del canal oficial de YouTube de la RFEF. Una invitación abierta al espectador para sentarse frente a la pantalla y disfrutar de un partido que representa a la perfección el momento que vive el fútbol femenino español. Sin barreras, sin excusas, con la Copa como protagonista absoluta.
Este Madrid CFF – SD Eibar es, en el fondo, un choque de narrativas. La del equipo que quiere reafirmarse, sacudirse la última derrota y avanzar con paso firme en un torneo que premia la valentía. Y la del conjunto que viaja sin complejos, dispuesto a romper estadísticas, a desafiar el guion y a convertir una mañana de domingo en un recuerdo imborrable. Cuando el balón eche a rodar en el Fernando Torres, ya no importará la clasificación, ni los precedentes, ni las etiquetas. Importará quién esté dispuesto a dar un paso más cuando el partido lo exija.
Hay encuentros que se explican solos y otros que hay que sentirlos. Este es uno de esos partidos que se viven con el estómago encogido, con la atención puesta en cada detalle, con la certeza de que la Copa de la Reina siempre guarda espacio para lo inesperado. El domingo, en Fuenlabrada, Madrid CFF y SD Eibar no solo se jugarán un billete a los cuartos de final. Se jugarán una historia. Y esas, cuando se escriben en Copa, merecen ser vistas hasta el último segundo.
La Copa de la Reina Iberdrola no entiende de escudos blindados ni de jerarquías inamovibles. La Copa es enero, es frío en las manos y fuego en el pecho, es una eliminatoria que se juega como si fuera la última. Este sábado 20 de enero de 2025, a partir de las 19:00 horas, la Ciudad Deportiva Dani Jarque será escenario de un cruce que es mucho más que un partido: Espanyol y Real Madrid se citan en los octavos de final en una noche que promete épica, identidad y verdad. Lo cuenta Teledeporte, lo abraza RTVE y lo decide el fútbol.
Hay competiciones que se heredan. La Copa de la Reina se hereda como se heredan las historias que se cuentan a media voz en los vestuarios, como se heredan los recuerdos que no salen en los palmarés pero que pesan más que una medalla. La Copa no es una liga; la Copa no perdona. En la Copa no hay mañana. La Copa es una frontera.
Enero es su mes natural. Enero y sus tardes que anochecen antes de tiempo. Enero y el césped que cruje. Enero y el murmullo de la grada que sabe que lo que viene no se repite. Y en ese enero, la Copa llama a la puerta de la Ciudad Deportiva Dani Jarque, un lugar donde el Espanyol ha construido algo más que un proyecto: ha levantado un refugio, una identidad, una manera de estar en el fútbol.
El sorteo emparejó a Espanyol y Real Madrid en octavos. Dos mundos. Dos ritmos. Dos relatos que chocan en una eliminatoria a partido único. Noventa minutos. Penaltis si hace falta. La Copa en estado puro.
No es un estadio monumental, pero es un hogar. La Dani Jarque es un espacio donde el Espanyol femenino se reconoce, se fortalece y se atreve. Allí, el equipo perico ha aprendido a competir sin complejos, a sostener partidos largos, a resistir cuando toca y a morder cuando el rival se descuida.
Para el Espanyol, recibir al Real Madrid no es un trámite. Es una declaración. Es la oportunidad de medirse ante uno de los grandes nombres del fútbol español en un contexto que iguala las fuerzas: la Copa. El césped, la cercanía, el viento, la grada… todo suma cuando el partido se juega en casa.
Hay algo profundamente copero en este escenario. No hay artificio. Hay fútbol.
El Espanyol llega a esta eliminatoria desde la convicción. Convicción de grupo. Convicción de proyecto. Convicción de que la Copa es un espacio legítimo para soñar.
No es un equipo que se esconda. El Espanyol sabe quién es y juega desde ahí. Defiende junto, compite cada duelo y entiende que el partido se construye desde la paciencia. En Copa, eso vale oro.
Hay una idea clara: incomodar al Real Madrid. Negarle los ritmos cómodos. Obligarle a mirar el reloj. Llevarle a un terreno donde el talento necesita esfuerzo y donde cada balón dividido cuenta como una final.
El Espanyol no tiene nada que perder y todo que ganar. Esa es una de las verdades más peligrosas del fútbol.
El Real Madrid llega a la Dani Jarque con el peso de la expectativa. En la Copa no basta con presentarse; hay que imponerse. El club blanco afronta cada competición con la obligación de llegar lejos, y la Copa de la Reina no es una excepción.
Este Real Madrid es un equipo construido para dominar. Para tener la pelota, para marcar el ritmo, para decidir los partidos desde el control. Pero la Copa le exige algo más: adaptación. Porque no todos los partidos se ganan desde el guion.
En eliminatorias como esta, el Real Madrid necesita encontrar equilibrio entre su propuesta ofensiva y la gestión emocional del partido. La paciencia será clave. La concentración, innegociable. Un error, un despiste, una transición mal defendida, y la Copa no perdona.
Hay partidos que se juegan con la cabeza antes que con las piernas. Este es uno de ellos.
El Espanyol sabe que el Real Madrid llegará con balón, con estructura, con talento. Sabe que habrá momentos de resistencia. Y sabe, también, que habrá un instante. Un balón parado. Un error. Un segundo balón. La Copa vive de esos instantes.
El Real Madrid, por su parte, sabe que la ansiedad puede ser su mayor enemigo. Que el reloj corre igual para todos. Que cada minuto sin gol alimenta la fe del rival.
La gestión del tiempo será tan importante como la gestión del espacio.
Toda eliminatoria se decide en pequeños duelos invisibles. En la presión tras pérdida. En la segunda jugada. En la capacidad de sostener el bloque.
El Espanyol buscará cerrar pasillos interiores, proteger su área y lanzar ataques rápidos cuando recupere. El Real Madrid tratará de ensanchar el campo, mover el balón con velocidad y encontrar superioridades entre líneas.
Será un choque de ritmos. De paciencia contra urgencia. De resistencia contra ambición.
Si algo enseña la Copa de la Reina año tras año es que no hay lógica que valga. Hay noches donde el favorito cae. Hay tardes donde un equipo escribe una página para siempre.
El Espanyol quiere una de esas noches. El Real Madrid quiere evitarla.
Y en medio, el fútbol. Ese deporte que no entiende de presupuestos cuando el balón echa a rodar.
Que este partido se emita en directo por Teledeporte no es un detalle menor. Es una declaración de intenciones. La Copa merece ser contada. Merece cámaras, merece relato, merece memoria.
RTVE acompaña una eliminatoria que representa lo mejor del fútbol femenino español: competitividad, identidad, emoción y verdad.
Porque hay partidos que no solo se juegan. Se narran. Se recuerdan. Se heredan.
Habrá un momento —siempre lo hay— en el que el partido deje de ser táctico y se vuelva emocional. Un momento en el que la grada empuje, en el que una jugadora corra un metro más de lo que pensaba, en el que el cansancio se convierta en orgullo.
Ahí se decide la Copa, en ese instante donde el fútbol se parece a la vida: cuando toca elegir entre rendirse o creer.
Cuando el árbitro señale el final, alguien habrá ganado algo más que un billete a cuartos. Habrá ganado una historia.
El Espanyol quiere que esa historia se escriba en su casa, con su gente, en enero. El Real Madrid quiere que la Copa siga siendo un camino, no un muro.
Y tú, desde casa o desde la grada, serás testigo de algo que solo ocurre una vez.
Porque la Copa de la Reina Iberdrola no se explica. La Copa se siente.
Y este sábado, en la Ciudad Deportiva Dani Jarque, vuelve a llamar a la puerta del invierno.
El tiempo no se detiene, la Copa tampoco: cuando el fútbol te pone frente al espejo y te obliga a recordar quién eres
Hay partidos que no se juegan: se atraviesan. No se disputan durante noventa minutos, sino que se expanden en el tiempo, se deslizan hacia atrás y hacia adelante, conectan recuerdos, decisiones, contextos y estados de ánimo. Hay noches de Copa que no pertenecen del todo al calendario, sino a ese territorio intangible donde el fútbol deja de ser solo fútbol y se convierte en relato. El Espanyol–Real Madrid de la Copa de la Reina fue una de esas noches. No por la igualdad del marcador, no por la incertidumbre final, sino por la crudeza con la que el torneo volvió a ejercer su función más honesta: desnudar a todos. A quien sueña, a quien compite, a quien rota, a quien manda y a quien resiste.
Porque la Copa no entiende de excusas. No negocia con las intenciones. No se conmueve con los contextos. La Copa pregunta una sola cosa, siempre la misma, siempre incómoda: ¿estás preparada hoy? No mañana. No dentro de un mes. Hoy. Y en la Ciudad Deportiva Dani Jarque, la respuesta fue tan clara como dolorosa para unas y tan reafirmante como necesaria para otras.
Todo empezó mucho antes del pitido inicial. Empezó en la pizarra, en el gesto de Sara Monforte cuando decidió apostar por un once “muy de Copa”. Un once que no buscaba esconderse, pero sí ofrecer oportunidades. Meritxell Muñoz bajo palos. Paula Perea, Laia Ballesté, Mar Torras, Cristina Baudet, Ángeles del Álamo desde el inicio. Nombres que no suelen protagonizar titulares, pero que sostienen el día a día. Jugadoras que entrenan, esperan, compiten en silencio y entienden que la Copa es, muchas veces, la única puerta que se abre sin llamar.
El Espanyol asumió el riesgo. Lo hizo con coherencia y con valentía. Porque la Copa también es eso: el lugar donde el entrenador se retrata, donde el proyecto se muestra sin maquillaje. Enfrente estaba un Real Madrid que no vino a experimentar, sino a competir. Un once mucho más reconocible, más cercano al de la Liga F Moeve que al de una rotación profunda. El mensaje era claro: esta competición importa. Y cuando importa, no hay concesiones.
El balón empezó a rodar y, durante unos minutos, la Copa se dejó querer. El Espanyol salió arriba, sin complejos, empujado por esa energía tan propia de quien sabe que el escenario es grande y la oportunidad única. Paula Arana protagonizó la primera sacudida. Ataque, remate, peligro real. Misa Rodríguez tuvo que emplearse a fondo, detener con dificultad un balón que llevaba intención y amenaza. Fue un instante breve, pero poderoso. De esos que activan a la grada, que encienden una chispa colectiva y hacen creer que, quizá, esta vez sí.
El Real Madrid respondió sin nervios, pero con una tensión contenida. Meritxell Muñoz tuvo que salir de su portería para cortar un pase de Holmgaard hacia Linda Caicedo. La colombiana ya había aparecido en el radar del partido. Ya había avisado de que estaba conectada, de que había venido a la Copa con una misión personal: volver a marcar. La portera del Espanyol leyó bien la acción, salió con valentía, evitó el mano a mano. Fue un gesto de autoridad. Pero la Copa, como el tiempo, siempre vuelve al mismo punto.
En el minuto 11 de juego, con todo aún por definir en lo táctico, partido dejó de ser promesa para convertirse en realidad. Linda Caicedo recibió en la frontal del área. No necesitó espacio, ni tiempo, ni permiso. Se perfiló y sacó un zurdazo que no admite adjetivos menores. El balón golpeó la escuadra y entró. Inapelable, 0-1 y camino abierto.
Un gol que no solo abrió el marcador, sino que cerró un ciclo personal: volver a ver portería tras quedarse sin hacerlo ante el Twente en la última jornada de la fase de liga de la Champions. La Copa como refugio, como reinicio, como escenario donde el talento se reencuentra consigo mismo.
A partir de ahí, el partido entró en una fase incómoda para el Real Madrid. El gol no trajo calma, sino prisa. El equipo quiso correr más de la cuenta. Pecó de impaciencia, de una toma de decisiones irregular, de esa ansiedad que aparece cuando sabes que eres superior, pero el rival no se rinde.
Sara Monforte lo leyó rápido. Ajustó el sistema, apostó por un juego más directo y el Espanyol empezó a encontrar grietas. No grandes ocasiones, pero sí sensaciones. El Madrid se refugió en posesiones largas, a veces estériles, a veces desconectadas de la profundidad.
Hubo minutos de duda. Minutos en los que el partido se sostuvo más en lo emocional que en lo táctico. Y cuando la Copa duda, suele aparecer la calidad. Minuto 43. Pase entre líneas de Athenea del Castillo, de esos que no se enseñan, que se intuyen. Iris Ashley recibió, encaró el mano a mano y definió con frialdad para hacer el 0–2 con un golpe seco que hirió no solo amplió la distancia, sino que hirió la moral del Espanyol y silenció al respetable que había acudido al Dani Jarque con la esperanza intacta.
El descanso llegó como llegan siempre los descansos en la Copa: demasiado pronto para quien necesita reaccionar y demasiado tarde para quien ya ha hecho daño. Mientras unas buscaban aire, quien escribe aprovechó esos quince minutos no para ingerir una barrita energética, sino para hidratarse, ordenar pensamientos y empezar a preparar la previa del Alhama ElPozo vs Atlético de Madrid. Porque el fútbol no espera, nunca lo hace ni hará.
El Real Madrid regresó del vestuario con otra cara. Más intensidad. Más claridad. Más decisión. Buscó el error de Caracas, insistió por fuera, aceleró el ritmo. Pero se encontró con una Laia Ballesté imperial, firme, concentrada, sosteniendo al Espanyol con orgullo. Las pericas incluso avisaron en el 50’, con un disparo de Bardad al lateral de la portería de Misa. Un gesto de dignidad competitiva. Un “seguimos aquí” que duró lo que tardó el talento en volver a imponerse.
Athenea tuvo el tercero en el 52’. Gran jugada. Gran definición. Meritxell Muñoz apareció de nuevo. Mano salvadora. Y el palo terminó de conjurar el peligro. Fue uno de esos momentos que, en otra noche, en otro contexto, podrían haber cambiado el partido. Pero la Copa ya había elegido.
Linda Caicedo volvió a probar suerte en el 54’. Más decidida. Más protagonista y el 0–3 llegó como una consecuencia natural. El partido empezó a romperse.
Se llama Linda Caicedo, pero puedes llamarla 'Premio Puskas andante'.
Si el primer gol fue bueno, este no se queda atrás. #CopadelaReina
El duelo empezaba ya a deshilacharse y la pugna individual entre centro cortado. Segundo que sí llega. Iris Ashley emergió otra vez. Remate con la izquierda. Ballesté trató de sacar el balón sobre la línea, pero la pelota terminó dentro para suponer el 0–4 definitivo en el minuto 55 y la sentencia de muerte blanquiazul estaba dictada por completo.
Iris Ashley se marchó del campo con un doblete, confirmando sensaciones, confirmando presente, confirmando que la Copa también sirve para señalar soluciones en contextos de necesidad, especialmente en una posición marcada por la baja de Bruun. El Real Madrid encontró respuestas. El Espanyol asumió la realidad.
El tramo final fue un descenso de intensidad, inevitable cuando el marcador ya no admite discusión. Weir pudo firmar la manita, pero entre Meritxell y el palo evitaron un castigo mayor. Mar Torras, a la salida de un córner, protagonizó una de las pocas llegadas pericas, definiendo desviado. Pau Comendador cerró el partido con un disparo lejano que la portera catalana repelió con solvencia. El pitido final llegó sin suspense, pero cargado de significado.
El Real Madrid estará en los cuartos de final de la Copa de la Reina, que se disputarán entre el 3 y el 5 de febrero. Pero eso será ya el año que viene. Ahora llega el descanso, las tres semanas de Navidad, la pausa necesaria antes de volver al ruido. El sábado 10 de enero regresará la Liga F Moeve, con la visita del Sevilla al Alfredo Di Stéfano. Después llegará la Supercopa de España en Castellón. El calendario no perdona.
Y el relato vuelve al inicio. Al mismo punto. A la idea central que la Copa repite cada temporada con una crueldad hermosa: aquí no hay medias verdades. El Espanyol apostó, compitió, ofreció minutos, creyó mientras pudo y aprendió. El Real Madrid confirmó que, cuando el talento decide aparecer, no hay contexto que lo frene. El fútbol siguió su curso. El tiempo no se detuvo. Y la Copa, una vez más, hizo lo único que sabe hacer: decir la verdad.
Porque al final todo vuelve al balón rodando. A once contra once. A la noche que no se repite. Al espejo que no miente.
Y a esa certeza incómoda y maravillosa a la vez: en la Copa, siempre gana quien está preparada para hoy, pues el mañana puede no tener cabida en este tipo de torneos.
(Fuente: Teledeporte)
📋 Ficha técnica |
Espanyol (0): Meritxell; Caracas, Ballesté, Julia Guerra, Paula Perea; Ona Baradad (Judit Pablos 61′), Mar Torras (Aina Durán 84′), Torroda, Baudet (Simona 69′); Arana (Naima 69′), Del Álamo (Browne 61′). Real Madrid (4): Misa; Eva Navarro (Shei García 68′), María Méndez, Andersson, Holmgaard; Weir (Bennison 73′), Angeldahl (Irune 63′), Däbritz; Athenea, Iris Ashley (Feller 63′), Linda Caicedo (Pau Comendador 68′).
Árbitra: Cuesta Arribas (Comité Gallego). Amonestó a Mar Torras (minuto 25) y Caracas (minuto 75) con tarjeta amarilla.
Estadio: Ciudad Deportiva Dani Jarque.
Goles |
0-1 Linda Caicedo 11’ ⚽️ 0-2 Iris Ashley 44’ ⚽️ 0-3 Linda Caicedo 53’ ⚽️ 0-4 Iris Ashley 55’ ⚽️
Pónganse en pie y aplaudan mientras que leen este reportaje en forma de tributo que “El Partido de Manu” le ha querido dedicar a unas de las estrellas más importantes de la Selección Española de Fútbol y el Atlético de Madrid, una jugadora que ha dejado huella en la eternidad.
imposible pensar en la historia del Atlético de Madrid Femenino sin que aparezca su nombre como un latido constante. Como una respiración que nunca se detuvo del todo, ni siquiera cuando parecía que se había marchado. Amanda Sampedro no fue solo una futbolista.
(Fuente: UEFA)
Fue una forma de entender el juego, una manera de estar, una conciencia colectiva vestida de rojiblanco. En el verano de 2022, cuando se produjo la separación más dolorosa que recuerda la historia reciente del club, algo se rompió en el alma del Atleti. Pero hay vínculos que no entienden de contratos ni de despedidas. Hay amores que no se jubilan. Y el de Amanda con el Atlético de Madrid es eterno.
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Hay despedidas que no son finales. Hay adioses que no clausuran nada, que no cierran puertas, que no apagan luces. Hay separaciones que, por más que duelan, no logran borrar lo esencial. El verano de 2022 fue uno de esos momentos que se quedan tatuados en la memoria colectiva del Atlético de Madrid Femenino. Fue el verano en el que Amanda Sampedro hizo las maletas y se marchó a Sevilla. Fue el verano en el que el club dijo adiós a su capitana eterna, a su jugadora franquicia, a su espejo. Fue imposible que no doliera. Fue imposible que no se sintiera como una pérdida irreparable.
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“Siempre serás mi adiós más difícil”, escribió Amanda. Y no era una frase hecha. No era una despedida protocolaria. Era la confesión de alguien que se estaba arrancando un trozo de sí misma. Porque Amanda no dejó el Atlético: Amanda fue el Atlético durante más de una década. Un trocito de su escudo. Una extensión de su identidad. Una futbolista que no se explica sin el rojiblanco, y un club que no se entiende sin ella.
La futbolista criada en “La Academia”, nombre con el que se conoce a las categorías inferiores del equipo rojiblanco, era una centrocampista muy experimentada, pasó dos décadas defendiendo los colores colchoneros y destacaba por su carácter polivalente, puede actuar en la zona de creación o en la banda derecha de forma indistinta y posee un gran físico que complementa con una capacidad innata y privilegiada para filtrar pases a la espalda de las defensas rivales.
Sampedro cuenta con un envidiable palmarés que se forjó mientras se ganaba un lugar en el Paseo de las Leyendas del Estadio Wanda Metropolitano merced a una Copa de la Reina que levantó en 2016, tres títulos ligueros consecutivos, léase, 2016-2017, 2017-2018 y 2018-2019 a los que acompaña una Supercopa de España conquistada en Almería en 2021 al derrotar en semifinales al Fútbol Club Barcelona, en la tanda de penaltis, y al Levante Unión Deportiva por 3-0 en la gran final.
Fue internacional absoluta con la actuales campeonas del mundo, subcampeones de Europa y dos veces ganadora de la Liga de Naciones y llegó a formar parte de las 23 elegidas por Jorge Vilda para defender a la nación ibérica en la Copa del Mundo de Francia en 2019, jugando un total de 53 partidos internacionales entre 2015 y 2023, lapso temporal en el que marcó 11 goles.
Amanda Sampedro disputó 202 partidos oficiales con el Atlético de Madrid Femenino, siendo una de las jugadoras con más encuentros en la historia del club y quedando igualada con Carmen Menayo como segunda con más apariciones, solo por detrás de Silvia Meseguer (205 partidos), llegando incluso a marcar 77 dianas .
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Cuando años después confesó que aquella despedida fue más dura que su retirada del fútbol, no hacía falta subrayar nada. Bastaba con escucharla. “Yo siempre he estado y estaré para ayudar al Atlético. Nunca me he sentido fuera del Atlético”. Y ahí estaba toda la verdad. Porque Amanda, incluso lejos del Cerro del Espino o del Metropolitano, seguía siendo referencia, guía, apoyo, refugio. Seguía atendiendo llamadas, aconsejando a compañeras, ejerciendo de capitana sin brazalete. Porque hay cargos que no se quitan nunca.
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Amanda Sampedro Bustos nació en Madrid el 26 de junio de 1993. Madrileña. Atlética. Dos palabras que en su caso son inseparables. Antes de ser futbolista fue una niña que veía partidos con su padre por la televisión.
Una niña que se apuntó a un equipo de fútbol sala de su colegio, el Mater Amabilis, porque vio un cartel. Una niña que empezó a jugar en el equipo de su barrio, el Mar Abierto, rodeada de niños, siendo la única chica. Una niña que jugó en la primera división autonómica masculina. Una niña que soñaba con vestir la camiseta del Atlético de Madrid y que, pese a tener otras ofertas, supo esperar. Porque algunos sueños no admiten atajos.
Llegó al Atlético en 2002. Tenía nueve años. Entrenaba con el Atlético Femenino y jugaba en el Mar Abierto hasta que la reglamentación le impidió seguir compitiendo con chicos. Incluso tuvo la oportunidad de fichar por el Rayo Vallecano masculino. Pero su padre la convenció de quedarse. No fue solo una decisión deportiva. Fue una decisión de vida. Fue quedarse en casa.
El 23 de septiembre de 2007, con apenas 14 años, debutó con el primer equipo del Atlético de Madrid. Entró al campo sustituyendo a Recarte ante el Irex Puebla. Aquel día, el equipo remontó en el descuento. Ganó 1-2. Como si el destino ya estuviera avisando. Volvió a tener minutos la jornada siguiente. Y más adelante. Y marcó su primer gol en Copa de la Reina en junio de 2008. Todo iba rápido. Demasiado rápido para una adolescente. Pero Amanda nunca tuvo prisa. Tenía convicción.
En la temporada 2009-10 alternó el primer equipo con el filial. En la 2010-11, regresó del Mundial sub-17 y se asentó definitivamente. Jugó 22 partidos de Liga. El Atlético fue quinto. Llegaron a semifinales de Copa. Y Amanda empezó a ser algo más que una promesa. Empezó a ser un pilar.
Con solo 18 años, en la temporada 2011-12, fue nombrada capitana. Dieciocho años. Treinta y tres partidos de liga. Siete goles. Premio Fútbol Draft. Y una certeza: el Atlético ya tenía líder. No por voz. No por gesto. Por ejemplo.
A partir de ahí, la historia se convierte en un río imparable. Temporadas completas, titularidades incontestables, regularidad extrema, premios individuales, reconocimiento interno y externo. Amanda jugaba todos los partidos. Amanda marcaba. Amanda asistía. Amanda sostenía. Mientras el club crecía, mientras el fútbol femenino español empezaba a asomar tímidamente en la escena mediática, Amanda estaba ahí. Sin ruido. Sin focos. Construyendo.
Compaginó su carrera como futbolista con la de entrenadora de las categorías inferiores. Se formó. Entrenó a benjamines, alevines. Estudió. Se licenció en Fisioterapia. Probó el periodismo. Estudia Nutrición Deportiva. Porque Amanda siempre entendió el fútbol como algo integral. Como una responsabilidad.
En la temporada 2014-15 llegó la primera gran conquista estructural: la clasificación para la Liga de Campeones. En 2015 debutó en Europa. En 2016 levantó su primer título: la Copa de la Reina ante el Barcelona. En 2017 llegó la Liga invicta. El Atlético campeón sin perder un partido. Amanda marcó en el último encuentro. Como si no supiera desaparecer de los momentos importantes.
En 2018 repitieron el título de Liga. En 2019 llegó el hito de San Mamés. El récord del Metropolitano. La placa en el Paseo de las Leyendas. Los autobuses de Nike. La imagen de marca. Pero Amanda seguía siendo la misma. La que corría hacia atrás. La que ordenaba. La que entendía el juego.
(Fuente: UEFA)
Jugó más de 400 partidos con el Atlético. Ganó tres Ligas y una Copa. Fue la jugadora con más partidos en la historia del club. Fue capitana durante más de una década. Fue puente entre generaciones. Fue memoria viva.
(Fuente: Liga F)
Y luego llegó el desgaste. La pandemia. Las rotaciones. La suplencia. Los cambios de entrenador. La última temporada. El homenaje. La despedida. Sevilla.
Pero ni Sevilla rompió el vínculo. Fue capitana allí desde el primer día. Dos temporadas. Zona media. Profesionalidad intacta. Y en julio de 2024, la retirada. Sorprendió a todos. Menos a ella. Porque Amanda no sabe estar a medias. Porque Amanda necesitaba estar al cien por cien. Porque la familia llamaba. Porque la vida también juega.
En enero de 2025, el regreso. Coordinadora de alto rendimiento de la Academia femenina del Atlético de Madrid. En marzo, el premio Almudena Grandes. Porque las historias verdaderas siempre vuelven a casa.
(Fuente: Liga Iberdrola)
Amanda Sampedro es Atlético de Madrid. No por pasado. Por presente y por futuro. Porque hay personas que no pertenecen a los clubes: son los clubes. Y el Atlético de Madrid Femenino, sin Amanda, habría sido otro. Menos coherente. Menos humano. Menos suyo.
Hay jugadoras que ganan títulos. Hay otras que construyen historia. Amanda hizo ambas cosas. Y lo hizo sin pedir nada a cambio. Por eso su nombre no se despide, sino que se pronuncia en presente.
(Fuente: Getty imágenes)
Porque Amanda nunca se fue y jamás lo hará, ahora es la Coordinadora de alto rendimiento en la Academia del Atlético de Madrid Femenino Tras retirarse oficialmente del fútbol profesional en julio de 2024, Amanda regresó a su casa rojiblanca en enero de 2025 para asumir un nuevo rol clave en la formación de jugadoras jóvenes.
Desde entonces, trabaja como coordinadora de los equipos femeninos de alto rendimiento de la Academia (incluyendo Femenino B, Femenino C y Juvenil A), acompañando el desarrollo técnico y profesional de las promesas del club y transmitiendo su experiencia como futbolista histórica del Atlético de Madrid.
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Aunque ha ocupado este cargo en 2025 y ha tenido un papel activo en la Academia durante buena parte del año, recientemente el club anunció que Amanda seguirá en su rol al concluir la presente temporada.
Solo el tiempo diría si, tal y como se comenta entre los que siguen la actualidad rojiblanca, el club le da en un futuro, no sabemos si cercano o lejano, la oportunidad de transmitir su sapiencia como inquilina de un banquillo colchonero.
Porque al final de todo, cuando se apagan los focos, cuando se archivan las estadísticas, cuando el fútbol deja de ser ruido y vuelve a ser memoria, los clubes no se explican por los títulos que levantaron, sino por las personas que los encarnaron. El Atlético de Madrid, ese club que aprendió a vivir entre la herida y el orgullo, entre la derrota digna y la victoria sudada, solo ha tenido muy pocas figuras capaces de representarlo de manera total, absoluta, sin fisuras. Y entre ellas, en dos épocas distintas, en dos contextos diferentes, pero con una raíz idéntica, aparecen dos nombres escritos con la misma tinta emocional: Fernando Torres y Amanda Sampedro.
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Compararlos no es un ejercicio de nostalgia ni una concesión al romanticismo fácil. Es una necesidad histórica, porque ambos fueron algo más que futbolistas.
Fueron símbolos fundacionales de una manera de ser del Atlético de Madrid. Porque los dos crecieron en casa, porque los dos entendieron el escudo antes que el contrato, porque los dos supieron lo que era marcharse cuando no querían hacerlo y regresar cuando el alma lo reclamaba. Porque los dos llevaron el club tatuado en la piel incluso cuando no vestían la camiseta. Porque los dos, en definitiva, no jugaron para el Atlético: fueron el Atlético.
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Fernando Torres fue el niño del barrio que soñaba con el Calderón desde Fuenlabrada, el chaval que entró en la cantera siendo un crío y que acabó llevando el brazalete de capitán en uno de los momentos más oscuros de la historia moderna del club. Amanda Sampedro fue la niña madrileña que veía fútbol con su padre, que jugó con chicos porque no había otro camino, que esperó al Atlético aunque otras puertas se abrieran antes, que debutó con 14 años y que, con 18, ya sostenía un vestuario entero sobre sus hombros. Dos infancias distintas. Un mismo destino.
A Torres le tocó ser capitán en Segunda División, cargar con la responsabilidad de rescatar al club del abismo, marcar goles que valían algo más que puntos, porque valían esperanza. A Amanda le tocó capitanear un proyecto que todavía no existía del todo, construir una sección femenina casi desde la nada, dotarla de identidad, de cultura, de exigencia, cuando el fútbol femenino apenas tenía escaparate y casi ninguna protección. A los dos les tocó liderar sin red.
Fernando Torres aprendió a perder antes de aprender a ganar. Amanda Sampedro también. Porque el Atlético de Madrid no regala nada. Ni siquiera a los suyos. Porque ser referente en el Atleti no significa brillar siempre, sino resistir siempre. Y ahí está la clave de su similitud más profunda: la resistencia.
Torres se fue al Liverpool porque el Atlético no podía darle lo que merecía. Amanda se fue al Sevilla porque el Atlético, en ese momento, ya no sabía cómo encajarla. Ninguno de los dos se marchó por desamor. Se marcharon porque a veces el amor también necesita distancia para sobrevivir. Y en ambos casos, la herida fue compartida. El club sangró. La afición sangró. Ellos sangraron más.
“El Niño” volvió cuando ya no era necesario que volviera. Volvió cuando ya lo había ganado todo fuera. Volvió para cerrar un círculo, para demostrar que el éxito no siempre está en el último trofeo, sino en el último gesto. Amanda Sampedro volvió de otra manera, sin botas, sin foco, sin ovación multitudinaria, pero con una mochila llena de experiencia, para formar a otras, para cuidar lo que ella ayudó a crear. Volvió porque el Atlético siempre termina llamando a los suyos.
A Torres se le recuerda por el gol al Barça, por la carrera en el Camp Nou, por levantar Europa con el niño interior intacto.
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A Amanda se la recordará por los partidos jugados, por las Ligas ganadas, por el brazalete eterno, pero sobre todo por algo que no aparece en ningún resumen: por haber sido el pegamento emocional de un equipo durante más de una década. Por haber sido la voz cuando no había micrófonos. Por haber sido la mano cuando no había focos.
Ambos entendieron el liderazgo no como un privilegio, sino como una carga. Ambos pagaron el precio de representar demasiado. Ambos supieron lo que era escuchar críticas injustas precisamente por ser de casa. Ambos cargaron con una exigencia que a otros se les perdonaba. Porque al hijo se le exige más. Porque al símbolo se le permite menos.
Fernando Torres y Amanda Sampedro pertenecen a esa estirpe rarísima de futbolistas que no se explican por su pico de rendimiento, sino por su trayectoria completa, por su coherencia vital. Ninguno fue perfecto. Ninguno lo necesitó. Porque el Atlético nunca buscó ídolos inmaculados, sino referentes humanos. Y ahí es donde los dos alcanzan una dimensión casi mítica.
Cuando Torres lloró en su despedida, lloraba un club entero. Cuando Amanda se marchó en 2022, algo se rompió en el alma del Atlético Femenino. No fue solo una salida deportiva. Fue la sensación de que una época se cerraba sin que nadie estuviera preparado. Exactamente lo mismo que ocurrió con Fernando.
Y sin embargo, en ambos casos, el tiempo ha sido justo. El tiempo ha colocado a cada uno en el lugar que merece. Torres como leyenda transversal del club, como puente entre generaciones, como símbolo masculino de una identidad que no se negocia. Amanda como la gran madre fundacional del Atlético de Madrid Femenino, como la jugadora sin la cual no se puede contar su historia, como la capitana que sostuvo el proyecto cuando todavía no tenía cimientos sólidos.
(Fuente: Getty imágenes)
Hay clubes que tienen muchos grandes jugadores. Hay clubes que tienen pocas leyendas. El Atlético de Madrid tiene algunas, pero muy claras. Y entre ellas, Fernando Torres y Amanda Sampedro ocupan un espacio propio, casi sagrado, porque representan algo que no se entrena ni se compra: la pertenencia.
(Fuente: Laliga)
Cuando dentro de muchos años alguien pregunte qué significó el Atlético de Madrid en el fútbol masculino del cambio de siglo, aparecerá el nombre de Torres. Cuando alguien quiera entender cómo se construyó el Atlético de Madrid Femenino moderno, el nombre de Amanda será inevitable. No como nota al pie. Como columna vertebral.
Porque hay futbolistas que pasan. Y hay futbolistas que se quedan para siempre, incluso cuando ya no juegan. Porque hay goles que se celebran. Y hay carreras que se honran. Porque hay jugadores que ganan títulos. Y hay otros que dan sentido a los títulos.
Fernando Torres y Amanda Sampedro pertenecen a esa última categoría. A la más difícil. A la más valiosa. A la que no necesita defensa porque el tiempo se encarga de protegerla.
El Atlético de Madrid sería otro sin Fernando Torres y el Atlético de Madrid Femenino no sería el mismo sin Amanda Sampedro.Y eso, en un club como este, es lo más grande que se puede decir de alguien.
⬛️ Hay partidos que no se explican con estadísticas ni se resuelven con presupuestos. Hay noches que nacen con vocación de recuerdo, que se alimentan de contexto, de necesidad y de emoción acumulada. El Alhama ElPozo y el Atlético de Madrid se citan en Murcia para disputar algo más que un billete a cuartos de final de la Copa de la Reina. Se enfrentan dos maneras de estar en el fútbol, dos momentos vitales distintos y una misma certeza compartida: durante noventa minutos —o los que haga falta— solo sobrevivirá quien sea capaz de competir sin excusas, sin red y sin miedo.
La Copa de la Reina no entiende de inercias ni de escudos blindados. Es un torneo que se construye desde la intemperie emocional, desde el error que castiga sin aviso y desde la valentía del que decide creer cuando todo parece perdido. Por eso el duelo entre el Alhama ElPozo y el Atlético de Madrid Femenino, correspondiente a los octavos de final, trasciende la lógica habitual del favorito contra el aspirante. Se juega el domingo 21 de diciembre a las 19:00 horas en el estadio José Kubala, sobre césped artificial, en eliminatoria única y con un contexto que convierte el encuentro en un espejo de lo que hoy es —y hacia dónde camina— el fútbol femenino español.
El Atlético de Madrid llega a Murcia con la etiqueta inevitable de gigante. Subcampeón de la última edición tras caer en la final frente al FC Barcelona, habitual en la fase final del torneo y representante español en la Champions League Femenina, el conjunto rojiblanco afronta esta Copa con la obligación implícita de competir hasta el final. Pero la obligación no siempre es una aliada. A veces pesa. A veces bloquea. Y el momento que atraviesan las de Víctor Martín invita más a la prudencia que a la arrogancia.
La derrota reciente por 4-0 ante el Olympique de Lyon en la última jornada de la fase liga de la Champions no fue solo un golpe en lo clasificatorio. Fue, sobre todo, un recordatorio de que el Atlético vive una etapa de transición emocional y futbolística. A ese revés europeo se suma un empate previo en la máxima competición continental y una racha de tres partidos consecutivos sin ganar en la Liga F Moeve. No es una crisis abierta, pero sí un tramo de temporada en el que las certezas se han diluido y las sensaciones no acompañan al talento de la plantilla.
Frente a ellas estará un Alhama ElPozo que vive una realidad diametralmente opuesta en términos de expectativas, pero no necesariamente en términos de ambición. El conjunto murciano llega a esta eliminatoria inmerso en una dinámica muy negativa en la Liga F, con seis derrotas consecutivas que han erosionado la confianza y han encendido las alarmas en lo clasificatorio. Sin embargo, la Copa representa otro universo. Un espacio de oportunidad. Un refugio emocional en el que reencontrarse con lo que este equipo fue capaz de construir no hace tanto.
Porque el Alhama no es un recién llegado sin memoria. Su historia reciente está marcada por una de las gestas más recordadas del fútbol femenino español moderno. La temporada 2022-2023 quedó grabada a fuego para este club y para toda una región. Aquella Copa de la Reina, disputada en formato “Final Four” en el estadio de Butarque, fue el escenario donde el Alhama compartió foco con gigantes históricos, compitió sin complejos y demostró que los sueños también pueden llevar acento murciano. El Atlético de Madrid fue entonces quien, de la mano de Manolo Cano, logró colarse en la final y levantar el trofeo frente al Real Madrid en un ejercicio de resistencia y fe. Pero para el Alhama, el simple hecho de estar allí, de mirar de frente a los grandes y sentirse parte del relato, supuso un antes y un después.
Ese recuerdo no garantiza nada en el presente, pero alimenta una idea poderosa: los gigantes también caen. Y la Copa es el lugar donde esa verdad se manifiesta con mayor crudeza.
El partido se jugará en el José Kubala, un estadio que el Alhama ha elegido conscientemente como escenario para intentar equilibrar fuerzas. El césped artificial no es un detalle menor. Cambia los ritmos, altera los botes, exige adaptación constante y penaliza al equipo que no entra rápido en el partido. Para un Atlético acostumbrado a contextos de máxima exigencia europea, pero mayoritariamente sobre hierba natural, el reto no es técnico, sino mental. Aceptar el contexto sin protestar. Entender que el partido no será brillante, sino áspero. Y competir desde ahí.
En Murcia se respira algo más que expectación. Se respira la sensación de que este encuentro puede ser algo más que un trámite para el Atlético y algo más que un premio para el Alhama. Es una de esas noches que activan la mística copera, esa que no entiende de clasificaciones ni de dinámicas previas. Esa que se alimenta del ruido del público, del nervio del favorito y de la fe del que no tiene nada que perder.
Desde el punto de vista táctico, el choque promete contrastes claros. El Alhama de Jovi García previsiblemente apostará por un bloque compacto, solidario, con líneas muy juntas y un plan de partido orientado a minimizar espacios. No habrá concesiones innecesarias. Cada metro será defendido como si fuera propio. El objetivo será llevar el partido vivo el mayor tiempo posible, incomodar al Atlético, obligarlo a tomar decisiones precipitadas y castigar cualquier relajación.
La experiencia de jugadoras como Estefa será fundamental para ordenar al equipo en los momentos de mayor sufrimiento. Su lectura del juego, su capacidad para temporizar y su liderazgo silencioso pueden marcar la diferencia en un contexto de máxima exigencia emocional. El desparpajo de Javiera Toro, con su capacidad para romper líneas y aportar energía en ataque, será uno de los principales argumentos ofensivos del conjunto murciano. Y bajo palos, la fiabilidad de Elena de Toro se antoja imprescindible. En una eliminatoria a partido único, la portera siempre es una protagonista potencial. Un penalti detenido, una mano imposible o una salida valiente pueden cambiar el signo de toda una temporada.
Jovi García es consciente de que su equipo necesita rozar la perfección para tener opciones reales. No basta con competir bien durante fases del partido. Será necesario mantener la concentración durante los noventa minutos, gestionar los momentos de inferioridad emocional y aceptar que habrá tramos de sufrimiento. Pero también sabe que la presión recae íntegramente sobre el Atlético. Y esa presión, bien gestionada, puede convertirse en aliada del que juega en casa.
El Atlético de Madrid, por su parte, afronta el duelo con una obligación que va más allá del resultado. Necesita recuperar sensaciones, reconectar con su identidad competitiva y demostrar que, incluso en momentos de duda, sigue siendo un equipo reconocible. Víctor Martín deberá decidir hasta qué punto rota su once o apuesta por un bloque más reconocible que recupere automatismos. La Copa suele ser terreno fértil para las rotaciones, pero también un espacio donde los errores se pagan caros. Encontrar el equilibrio entre dar minutos y no perder jerarquía será una de las claves del planteamiento rojiblanco.
El Atlético tiene calidad de sobra para dominar el juego. Tiene jugadoras capaces de marcar diferencias individuales, de acelerar el ritmo cuando el partido lo exige y de interpretar los momentos. Pero la Copa no perdona la falta de intensidad ni la desconexión emocional. No basta con tener el balón. Hay que saber qué hacer con él cuando el rival se cierra, cuando el campo no ayuda y cuando el reloj avanza sin que el marcador se mueva.
En ese contexto, futbolistas como Synne Jensen están llamadas a ser determinantes. Su capacidad para atacar el espacio, para ofrecer desmarques constantes y para amenazar la espalda de la defensa rival puede abrir grietas en un bloque que se espera muy cerrado. El liderazgo de las veteranas del vestuario, ese que no siempre se ve pero que se siente en los momentos de duda, será igualmente clave. En partidos así, el colmillo competitivo y el temple pesan tanto como la calidad técnica.
Más allá de lo estrictamente deportivo, este partido es también un reflejo del momento que vive el fútbol femenino español. La convivencia entre proyectos modestos que luchan por consolidarse en la élite y clubes históricos que compiten en Europa define una liga cada vez más plural, más exigente y más atractiva. El Alhama representa la resistencia. La identidad de un club que ha sabido crecer desde la base, que ha vivido ascensos y descensos, alegrías y golpes, y que no renuncia a soñar incluso cuando el presente aprieta.
El Atlético encarna la ambición estructural. La necesidad de responder siempre como favorito. La exigencia constante de competir al máximo nivel, incluso cuando las circunstancias no acompañan del todo. Es un club que ha hecho de la regularidad su seña de identidad en los últimos años, pero que ahora transita una etapa de reajuste en la que cada partido es una prueba de carácter.
La Copa de la Reina, en ese sentido, actúa como un espejo. No entiende de dinámicas previas ni de presupuestos. Solo exige noventa minutos de verdad.
Y ahí es donde el Alhama se agarra a la mística copera, a la posibilidad de escribir la página más brillante de su historia reciente. Dar la sorpresa ante un equipo Champions no es solo una hazaña deportiva. Es una declaración de intenciones. Un mensaje al vestuario, a la afición y a toda la Región de Murcia de que este club tiene alma y ambición.
Para el Atlético, mientras tanto, cada partido es una oportunidad para recomponerse. Para cerrar heridas. Para recordar quién es y de dónde viene. Despedir 2025 con los deberes hechos, avanzando de ronda y recuperando sensaciones, es un objetivo tan necesario como simbólico. La Copa puede ser refugio o tormenta. Puede servir para reencontrarse o para profundizar las dudas. Todo dependerá de la actitud con la que se afronte el reto.
El formato de eliminatoria única eleva la tensión hasta el límite. No hay margen de error. No hay partido de vuelta para corregir fallos. Cada decisión, cada despeje, cada balón dividido adquiere un valor desproporcionado.
El césped artificial, el ambiente local y la necesidad del Alhama de ofrecer una alegría a su afición convierten el escenario en un pequeño volcán emocional.
Las estadísticas y los precedentes pasarán a un segundo plano en cuanto ruede el balón. Quedará el ruido del público, el tacto extraño del balón sobre el sintético, la tensión en cada despeje y la sensación constante de que cualquier detalle puede cambiarlo todo. El Alhama buscará el partido de su vida. El Atlético, la reafirmación de su jerarquía.
Y en medio, la Copa de la Reina volverá a recordarnos por qué es el torneo donde el fútbol femenino español se mira al espejo de la emoción. Porque hay noches que no se repiten. Porque hay partidos que marcan trayectorias. Porque hay escenarios donde la fe compite de tú a tú con el talento.
Murcia se prepara para una noche que puede ser histórica o simplemente inolvidable. El José Kubala será juez y testigo de un duelo donde nadie regalará nada y donde todo estará en juego. El Alhama cree. El Atlético responde. Y la Copa exige verdad.
La Copa de la Reina Iberdrola vuelve a desplegar su mística este sábado en el Estadio Jesús Navas, donde Sevilla Fútbol Club y el Costa Adeje Tenerife Egatesa se enfrentan en una eliminatoria de octavos de final a partido único que promete tensión, emoción y épica. Dos equipos en crecimiento, dos estados de ánimo al alza y una sola plaza en cuartos en un cruce que condensa todo lo que hace grande al torneo del KO.
Este mágico fútbol no entiende de trayectorias largas cuando la Copa de la Reina irrumpe en el calendario. Entiende de noventa minutos, de detalles, de estados de ánimo y de esa frontera invisible entre la ilusión y la eliminación.
En ese escenario se presenta el Sevilla FC este sábado a partir de las 12:00 horas, decidido a prolongar su momento ascendente y a convertir el Estadio Jesús Navas en un fortín copero ante un Costa Adeje Tenerife Egatesa que aterriza en la capital andaluza con memoria, ambición y una historia íntimamente ligada a esta competición.
El conjunto hispalense llega a la cita reforzado por una racha de resultados que ha devuelto la confianza y el convencimiento a un equipo que ha sabido crecer desde la solidez.
El reciente triunfo liguero ante el Alhama CF, trabajado, paciente y maduro, unido al valioso empate frente al Atlético de Madrid, ha confirmado que el Sevilla ha aprendido a competir en registros que antes se le escapaban. Ya no es solo un equipo de intenciones, sino de respuestas. Concede menos, gestiona mejor los tiempos y sabe sobrevivir en partidos cerrados, una cualidad imprescindible cuando la Copa no concede segundas oportunidades.
Ese crecimiento tiene nombres propios y una estructura cada vez más reconocible. Rosa Márquez se ha consolidado como el auténtico eje del juego sevillista, la futbolista que ordena, equilibra y da sentido a cada posesión.
A su alrededor, el equipo se siente más cómodo, más compacto y más seguro. En defensa, la jerarquía de Eva Llamas lidera una zaga que ha ganado fiabilidad, mientras que bajo palos Esther Sullastres se ha erigido en una figura determinante, capaz de sostener al equipo en los momentos de máxima exigencia y de marcar la diferencia cuando el partido se rompe.
En ataque, el Sevilla ha encontrado soluciones sin necesidad de fuegos artificiales. La movilidad y la inteligencia de Inma Gabarro entre líneas, el trabajo constante por bandas y la aportación decisiva de las jugadoras que emergen desde el banquillo —con Alba Cerrato como ejemplo reciente— han ampliado el abanico de recursos de un equipo que ha aprendido que competir bien también es una forma de dominar.
Pero enfrente estará un Costa Adeje Tenerife Egatesa que entiende la Copa de la Reina como un territorio propio. El conjunto blanquiazul visita Sevilla este sábado 20 de diciembre a las 11:00 hora canaria con la ambición intacta y con el recuerdo reciente de una contundente victoria liguera en ese mismo escenario, aunque consciente de que el contexto es completamente distinto. La Copa no admite comparaciones ni antecedentes: exige máxima concentración y una lectura perfecta de cada fase del partido.
Para las guerreras, la cita tiene además un componente especial. Será el estreno oficial de Adrián Albéniz al frente del primer equipo, un debut de alto voltaje en una eliminatoria que pondrá a prueba el carácter y la personalidad del grupo. El técnico ha transmitido un mensaje claro desde su llegada: competir, creer y asumir la Copa como una oportunidad. “Queremos ir a Sevilla y sacar esta eliminatoria adelante. La Copa es una competición diferente, que nos hace mucha ilusión”, ha señalado, advirtiendo también de la evolución del rival y de la necesidad de estar atentas en todo momento.
Esa ambición conecta con el ADN de un club que ha hecho del torneo del KO una seña de identidad. El Costa Adeje Tenerife Egatesa ha alcanzado las semifinales en tres ocasiones y ha sido un habitual en las rondas finales, construyendo una relación especial con una competición que siempre despierta algo más en el vestuario. Así lo expresó su capitana, Patri Gavira, al recordar que la Copa “siempre es especial para este club” y al reivindicar el deseo de dar ese “campanazo” que tanto identifica a las guerreras.
La portería blanquiazul será uno de los focos emocionales del encuentro. Noelia Ramos regresa a Sevilla, una ciudad clave en su trayectoria, con sentimientos encontrados pero con el objetivo claro. “Volver siempre es especial, pero mañana todo eso se queda a un lado”, afirmó la guardameta, consciente de que en una eliminatoria a partido único la unión y la convicción lo son todo. Ramos ha subrayado la importancia de centrarse en el propio equipo, de mantener una energía positiva y de pelear hasta el final, apelando además al apoyo de una afición que nunca falla y que sueña con recibir en Navidad el regalo de una clasificación histórica.
El duelo, que podrá seguirse en directo por Televisión Canaria y a través de la narración de Atlántico Radio y La Radio Canaria, se presenta como un choque de dinámicas positivas, de estilos en evolución y de ambiciones legítimas. Sevilla y Costa Adeje Tenerife se miran frente a frente en un mediodía que promete ser largo, intenso y cargado de significado.
La Copa de la Reina vuelve a llamar a la puerta, y solo uno responderá para seguir soñando.
La Copa de la Reina no entiende de estabilidad, ni de proyectos a largo plazo, ni de planes quinquenales ni de hojas de Excel. La Copa es un espejo deformado en el que los equipos se miran sin maquillaje y descubren, a veces con dolor, quiénes son realmente cuando todo tiembla. Es el torneo donde el escudo pesa más que el presupuesto, donde la camiseta se empapa antes que el currículum y donde el miedo se disfraza de prudencia… hasta que alguien decide romper el guión .
El turno de compromisos de esta edición de la Copa de la Reina Iberdrola había arrancado el viernes con un duelo desigual, casi académico, entre el C.E. Europa y el Athletic Club. El 0-3 reflejó una lógica aplastante, la diferencia de categorías, de ritmo, de costumbre competitiva.
Un partido que cumplió con el trámite, pero no con el mito. Porque la Copa presume de igualdad, sí, pero no siempre puede sostenerla.
Había que esperar al sábado. Había que esperar a Nervión. Había que esperar a ese Sevilla–Tenerife que no prometía ruido… y acabó siendo terremoto.
Porque si hubo un partido que honró a rajatabla la máxima copera de la igualdad, de la imprevisibilidad y del vértigo, fue el que protagonizaron el Sevilla Fútbol Club y el Costa Adeje Tenerife Egatesa sobre el césped del estadio Jesús Navas. Un partido que no se jugó solo con balón, sino con emociones cruzadas, contextos inestables y decisiones tomadas al filo del abismo.
Agárrense. Esto no es solo una crónica, si no una historia de resiliencia que engrandece al fútbol femenino en su más pura esencia.
El Costa Adeje Tenerife llegó a Sevilla envuelto en una semana convulsa, de esas que remueven el estómago del vestuario y obligan a mirarse a los ojos antes de saltar al campo. La inesperada salida de Eder Maestre, arquitecto del proyecto durante varias temporadas, había dejado al equipo insular en una tierra de nadie emocional. Un interinaje compartido entre Adrián Albéniz y Antonio González, mientras Sergio Batista, desde los despachos, buscaba un nuevo timonel para el banquillo.
Un terremoto institucional justo antes de viajar a la Copa. Un regalo envenenado para cualquiera.
Desde Sevilla se olió sangre. Porque el fútbol, cuando huele fragilidad, no suele tener piedad. Las locales sabían que el rival llegaba herido, con la estructura tocada, con la incertidumbre rondando cada entrenamiento. Y la tentación era clara: pescar en río revuelto, golpear pronto, imponer jerarquía, convertir la eliminatoria en un trámite.
Pero el fútbol —y la Copa— suelen reírse de quienes creen tener el guion controlado.
El Tenerife salió al partido con algo que no se compra ni se ensaya en una semana: personalidad. Pese al ruido exterior, pese al cambio en el banquillo, las guerreras asumieron el control en los primeros compases. Balón, ritmo, circulación paciente. No era un dominio abrumador, pero sí una declaración de intenciones: aquí no hemos venido a sobrevivir.
El Sevilla, por su parte, aguardaba. Ordenado, atento, sabedor de que la Copa premia la eficacia más que la estética y entonces, cuando el partido parecía inclinarse hacia el lado visitante, llegó el primer latigazo en el minuto 9 de juego que ponía por delante a las locales en el amanecer del encuentro, que se describe en el siguiente párrafo.
Inma Gabarro recogió el balón con hambre. La canterana, cedida por el Everton, una futbolista que juega con la osadía de quien todavía no ha aprendido a tener miedo, encaró, insistió, creyó. La defensa blanquiazul dudó una décima de segundo, y en la Copa, una décima es una eternidad. Tras un rebote caprichoso, de esos que nadie dibuja en la pizarra, el balón acabó superando a Nay Cáceres para abrir la lata con el 1–0 en el marcador .
💫 Bernadette Amani igualaba el tanto inicial de Inma Gabarro.
Nervión celebró. El Sevilla golpeaba primero. Y todo parecía encajar en el relato habitual: gol tempranero, rival tocado anímicamente, partido encaminado.
Pero quien conozca la historia reciente del Tenerife sabe que este equipo no se rinde por inercia, más la alegría sevillista duró lo que tarda la Copa en ajustar cuentas.
Apenas dos minutos después, el Tenerife ya estaba avisando. Y en el minuto 12, llegó el empate. Amani, atenta, feroz, oportunista, cazó un rechace tras un saque de esquina. Cheza no pudo blocar, el balón quedó vivo y la centrocampista blanquiazul lo convirtió en justicia poética, 1–1 y todo arrancaba desde cero.
En un primer cuarto de hora frenético, eléctrico, sin tiempo para respirar. Dos goles, dos estilos, dos equipos que se miraban sin parpadear. Esto sí era Copa. Esto sí era imprevisible. El cóctel perfecto: emoción, errores, rebotes, tensión.
Tras el empate, el Sevilla dio un paso adelante. Ajustó líneas, empezó a tener más balón, a jugar más tiempo en campo contrario.
El Tenerife, en cambio, empezó a sufrir para conectar con sus delanteras. Las carrileras no encontraban profundidad, y las transiciones se diluían antes de llegar a zona de peligro.
El partido entró entonces en una fase espesa. Centro del campo poblado, pocas concesiones, mucho respeto. Era una eliminatoria a partido único, y ambos equipos lo sabían. Cada pérdida podía ser mortal. Cada error, definitivo.
Durante muchos minutos, el encuentro fue un ajedrez sin sacrificios. Nadie quería ser el primero en desordenarse. El Sevilla no encontraba claridad. El Tenerife, sin balón, se defendía con orden, pero sin capacidad para amenazar con continuidad.
Hasta que, en los últimos cinco minutos del primer tiempo, el equipo insular volvió a asomar la cabeza. Saques de esquina encadenados, balones colgados, nervios en el área sevillista. En el 42, Gramaglia estuvo a punto de romper el empate con un remate que heló la sangre en Nervión.
El descanso llegó con tablas y una sensación peligrosa por demás para las hispalenses, seamos sinceros. Porque el Sevilla, una vez más, había demostrado ser un equipo incapaz de cerrar partidos. Un defecto que ya había pagado caro en la Liga F Moeve, como aquella tarde ante el Atlético de Madrid, cuando dejó escapar un 0-2 al descanso que acabó en empate tras un autogol de Isa Álvarez y este torneo no pasa por alto tales desconexiones.
Apenas habían pasado tres minutos del segundo periodo cuando el Tenerife confirmó que las buenas sensaciones no eran las mejores cuando la mítica Cinta Rodríguez, del Sporting de Huelva, colgó un centro desde la banda. El balón se fue cerrando, envenenándose, creciendo en amenaza con cada metro recorrido. Cheza dudó. Y la duda, en la Copa, se paga y el balón acabó besando la red para significar el 1–2 que culminaba la remontada de las del Heliodoro Rodríguez López que tienen en su ADN la resistencia.
Remontada. Silencio en Nervión. El reloj marcaba que el mediodía ya se había superado en la Península, pero para el Sevilla el tiempo parecía haberse detenido.
El gol fue gasolina para el Costa Adeje Tenerife. Lejos de encerrarse, lejos de contemporizar, el equipo visitante vivió sus mejores minutos del partido. Confianza, energía, sensación de que el partido estaba donde querían.
En el 55, Gramaglia tuvo el tercero. Cheza, esta vez sí, respondió con acierto. Era la frontera entre la sentencia y la vida.
A diferencia del primer tiempo, el bajón de ritmo posterior tuvo un dueño claro: el Tenerife. El equipo insular entendió el partido. Supo manejar su ventaja, defender con orden y amenazar al contragolpe y al balón parado.
El Sevilla, en cambio, entró en una fase de frustración. El balón no llegaba limpio, las ideas se nublaban y los minutos caían como losas. Las de David Losada empujaban, sí, pero sin filo. Con más corazón que cabeza.
A medida que el reloj avanzaba, el miedo se transformaba en ansiedad y ese temor, en errores.
El Sevilla se lanzó a la desesperada en los últimos minutos. Centros laterales, segundas jugadas, balones al área. Nervión empujaba. La Copa estaba a punto de escaparse.
Y entonces apareció Nay Cáceres en el minuto 83 de juego con una intervención monumental a disparo de Rosa Márquez. Un minuto después, intervención decisiva para evitar un gol en propia puerta de Sandra Castelló. Dos acciones que sostuvieron al Tenerife cuando el partido se rompía.
El Sevilla atacaba con todo. Pero el Tenerife resistía. No sufrió mucho más el equipo blanquiazul, hoy de morado, aunque le faltó precisión en alguna contra para cerrar definitivamente el encuentro. No hizo falta.
El pitido final confirmó lo impensable días antes. El Costa Adeje Tenerife Egatesa se metió en los cuartos de final de la Copa de la Reina en la semana más convulsa de su temporada.
Sin entrenador principal, con un vestuario zarandeado por la incertidumbre, el equipo encontró en la Copa un refugio, una razón para creer, una demostración de carácter.
El Sevilla, por su parte, quedó eliminado de un torneo que ya le había exigido sufrimiento extremo para dejar en el camino al Real Oviedo en el Carlos Tartiere. Otra herida abierta. Otra pregunta sin respuesta.
FINAL | Derrota por la mínima en los octavos de Copa:
Porque al final, la Copa no pregunta quién manda ni quién planifica mejor. La Copa no mira clasificaciones ni contratos. La Copa se fija en quién resiste cuando el suelo tiembla.
Y el Tenerife, esta vez, resistió. Resistió a la inestabilidad, al cambio, al ruido. Resistió al gol temprano, al empuje de Nervión, al miedo a perderlo todo en una semana. Resistió con fútbol cuando tocó, con oficio cuando fue necesario y con una portera que entendió que hay días en los que una parada vale más que cien discursos.
El Sevilla, en cambio, volvió a mirarse en el espejo incómodo de la Copa y a descubrir que el problema no es llegar, sino saber quedarse.
La Copa de la Reina no consuela. No explica. No espera, solo señala. Y este sábado, en Nervión, señaló al equipo que, cuando todo parecía romperse, decidió creer.
La Copa sigue. El Tenerife también. Y nosotros, afortunadamente, tenemos otra historia que contar.
Porque si esto es solo el principio… que nadie se levante del sillón.
📋 Ficha técnica |
Sevilla FC: Cheza, Débora (Alba Cerrato 71’), Eva Llamas, Isa Álvarez, Esther M.P. (Milla Cortés 63’), Alicia, Iris, Rosas M., Kanteh (Andrea Álvarez 71’), Raquel e Inma Gabarro. Costa Adeje Tenerife Egatesa: Nay Cáceres, Aleksandra, Cinta R., Elba, Patri Gavira (c), Clau Blanco, N. Ramos, Amani, Paola H.D. (S. Castelló 72’), S. Ouzraoui (Iratxe 82’) y Gramaglia.
Árbitra: Alicia Espinosa, asistida por Belinda Castillo y Miram Martín. Amonestó a las locales Iris Arnaiz (74’) y a las visitantes N. Ramos (54’), Ouzraoui (62’), Clau Blanco (66’). Incidencias: Eliminatoria de octavos de final de Copa de la Reina disputado a partido único en el Estadio Jesús Navas de Sevilla sobre una superficie de hierba natural.
Fernando Torres Sanz y Alejandra Bernabé de Santiago. Dos nombres que, separados por una generación, por contextos distintos y por escenarios que han ido mutando con el tiempo, trazan una línea invisible pero firme dentro del mapa emocional del fútbol. Una línea que nace en Majadahonda, en ese territorio casi sagrado para el Atlético de Madrid conocido como “La Academia”, y que se extiende hasta dos de los estadios más simbólicos del fútbol europeo: Stamford Bridge y Anfield. Una vida paralela, sí, pero sobre todo una misma manera de entender el juego, la pertenencia y la memoria.
Ambos no son solo dos futbolistas unidos por una cadena de coincidencias llamativas. Son, en realidad, dos expresiones distintas de una misma idea: la de un fútbol que nace en la cantera, que se forja en la identidad y que se proyecta al mundo sin perder la memoria. Sus trayectorias avanzan en paralelo como dos ríos que nacen en la misma montaña, se separan por el terreno, atraviesan paisajes distintos y, sin embargo, conservan siempre el mismo origen. En el fútbol, como en la vida, no todas las historias necesitan cruzarse para dialogar entre sí.
Todo comienza en La Academia del Atlético de Madrid. No como un simple punto geográfico, sino como un estado de ánimo. Allí, entre campos de entrenamiento, madrugadas frías y una exigencia que no entiende de edades, se aprende que el escudo no se lleva, se soporta. Fernando Torres creció en una etapa en la que el Atlético era más herida que promesa, más recuerdo que presente. Ser del Atlético entonces no era una moda, era una elección. Una forma de resistencia. Alejandra Bernabé se formó en otro tiempo, con el club ya reconstruido en lo institucional, pero con el fútbol femenino aún empujando desde abajo, aún reclamando el lugar que durante décadas se le negó. Contextos distintos, misma lección: aquí no se regala nada.
Torres fue el niño que se convirtió en capitán antes de tiempo. El símbolo de un club que se aferraba a uno de los suyos para no perderse a sí mismo. Su figura trascendió lo futbolístico porque encarnaba una idea romántica del deporte: la del canterano que no solo juega, sino que representa. Alejandra Bernabé, desde una posición menos central en el foco mediático, vivió otra forma de liderazgo: la de abrir camino. La de demostrar que una lateral zurda formada en la cantera rojiblanca podía competir al máximo nivel, primero en España y luego fuera, sin renunciar a su identidad.
Salir del Atlético nunca es fácil. Porque no es solo marcharse de un club, es abandonar un refugio emocional.
Fernando Torres lo hizo cuando entendió que su carrera necesitaba otro escenario, aunque su corazón se quedara en casa. Alejandra Bernabé también tuvo que dar ese paso, sabiendo que el crecimiento profesional a veces exige incomodidad. Ambos asumieron el riesgo. Ambos entendieron que el talento, si no se expone, se marchita.
El Liverpool aparece entonces como un punto de destino que parece escrito con tinta invisible. Anfield. Un estadio que no se limita a albergar partidos, sino que conserva historias. Allí, Fernando Torres encontró un lugar donde su fútbol fue entendido desde el primer minuto. Donde su manera de atacar el espacio, su relación con el gol y su compromiso conectaron con una afición que reconoce al instante a quien juega con el corazón. Torres no fue solo un gran delantero del Liverpool. Fue parte de su alma reciente.
Décadas después —porque en términos emocionales el fútbol no mide el tiempo igual— Alejandra Bernabé viste la misma camiseta roja. La misma zamarra mítica. Y no es un detalle menor. Porque Liverpool no es un club neutro. Exige una manera de estar.
No basta con cumplir, hay que sentir. Y para alguien formada en el Atlético de Madrid, esa exigencia resulta casi familiar. Hay clubes que se reconocen entre sí sin necesidad de presentaciones. Atlético y Liverpool comparten una épica: la del sufrimiento convertido en orgullo, la de la lucha como identidad, la de la derrota asumida sin rendición.
Antes de regresar a Liverpool, en ambas vidas aparece el Chelsea. Un club que simboliza la modernidad, el poder económico, la estructura casi empresarial del fútbol contemporáneo.
Para Fernando Torres fue un capítulo incómodo, lleno de ruido, de debates eternos y de una narrativa injusta que redujo su carrera a cifras frías. Sin embargo, allí llegó uno de los momentos más importantes de su vida deportiva: una Champions League que le permitió cerrar un círculo personal. Para Alejandra Bernabé, el Chelsea fue una escuela de élite, un entorno donde el fútbol femenino se vive con una profesionalización absoluta, donde cada entrenamiento es una prueba y cada partido, un examen.
Londres, para ambos, fue un lugar de tránsito. Un espacio de crecimiento, pero no de pertenencia plena. Porque hay futbolistas que necesitan sentirse parte de algo más grande que un proyecto ganador. Necesitan un relato y ese relato, para ambos, estaba en Liverpool.
Cuando Alejandra Bernabé afirma, en conversación con la periodista Marta Griñán, que le hace ilusión jugar en el mismo club que Fernando Torres, no está estableciendo una comparación. Está reconociendo una herencia. Está situándose dentro de una genealogía emocional.
Está diciendo, sin decirlo, que el fútbol también se construye mirando atrás con respeto. Que saber quién estuvo antes no te empequeñece, te da contexto.
Alejandra pertenece a una generación que ya no acepta ser secundaria. Que juega en los mismos estadios, que defiende los mismos escudos y que empieza a ocupar el mismo espacio simbólico que durante años fue exclusivo. Que una futbolista formada en la cantera del Atlético, con pasado en Chelsea y presente en Liverpool, pueda decir eso sin complejos es, en sí mismo, una victoria colectiva del fútbol femenino.
Fernando Torres cerró su carrera regresando al lugar donde todo empezó. Volvió al Atlético no para ganar títulos, sino para cerrar una historia con coherencia. Alejandra Bernabé todavía está escribiendo la suya. Su camino sigue abierto, lleno de páginas por completar, de partidos por jugar y de decisiones por tomar. Pero ya hay algo que nadie le puede quitar: haber entrado en ese territorio donde el fútbol deja de ser solo presente y se convierte en relato.
Dos vidas paralelas. Dos trayectorias que avanzan sin tocarse, pero que se reflejan mutuamente como en un espejo lejano. “La Academia”, Chelsea y Liverpool. Tres estaciones comunes, tres pruebas superadas, tres símbolos compartidos. En un fútbol cada vez más rápido, más olvidadizo y más superficial, esta historia nos recuerda que todavía existen los hilos invisibles. Que todavía hay carreras que se entienden mejor desde la emoción que desde el dato.
Porque al final, el fútbol no es solo lo que pasa en el césped. Es lo que permanece cuando el partido termina. Y en ese espacio donde habitan la memoria y la identidad, Fernando Torres Sanz y Alejandra Bernabé de Santiago caminan juntos, aunque no coincidan en el tiempo. Bajo el mismo himno no escrito. Bajo la misma certeza: que hay camisetas que no son se visten, se heredan.
Esta historia la ha plasmado a la perfección Marta Griñán en el Diario AS y desde “El Partido de Manu” les recomendamos encarecidamente que lean lo que escribió la murciana, quien está especializada en Políticas de Igualdad para comprender mejor esta intrahistoria de vidas cruzadas.