⬛️ La internacional brasileña es un mito rojiblanco que se cocinó a fuego lento y dijo no al eterno rival por amor al tres veces campeón de la Liga F Moeve.
Hay futbolistas que llegan a un club, y hay otras que, sin hacer ruido, se funden con él. Ludmila da Silva pertenece a la segunda categoría. No necesitó focos ni titulares rimbombantes para ganarse un lugar eterno en la historia del Atlético de Madrid Femenino. Lo hizo como se ganan las cosas que importan: corriendo cuando nadie más podía, defendiendo como si cada balón fuera el último y marcando goles que dolían al rival y abrazaban a la grada.
(Fuente: Laliga)
La “pantera” —apodo que surgió por su potencia, su zancada felina y su capacidad para atacar el espacio— se convirtió en un símbolo de trabajo, humildad y pertenencia. Su camino hacia la élite fue poco convencional. Hasta los 15 años practicó atletismo y capoeira, disciplinas que moldearon su fuerza, velocidad y coordinación. Fue entonces cuando un ojeador del Juventus de São Paulo la descubrió y la invitó a probarse. Ludmila superó la prueba y dio sus primeros pasos en el fútbol profesional.
(Fuente: Laliga )
Entre Juventus, São Caetano, Portuguesa, Rio Preto y São José, Ludmila fue consolidando su talento con goles decisivos y actuaciones que mostraban su capacidad para aparecer en los momentos más importantes. Su trayectoria en Brasil fue la antesala de lo que estaba por llegar a Europa.
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En 2017, tras superar una intervención quirúrgica, Ludmila aterrizó en el Atlético de Madrid. No llegó envuelta en campañas publicitarias ni promesas de estrellato: llegó como una pantera a la selva, observando, esperando el instante exacto para atacar. Debutó el 2 de septiembre ante el Fundación Albacete y en apenas 45 minutos dejó su primera asistencia. Apenas un mes después, marcó sus dos primeros goles ligueros ante el Athletic Club y fue reconocida como mejor jugadora de la jornada. El Atlético entendió entonces que no estaba ante una jugadora de paso: era un pilar.
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Su impacto se extendió a Europa. Debutó en la Liga de Campeones ante el Wolfsburgo y marcó su primer gol europeo en Alemania, dejando claro que su fútbol no conocía fronteras. Cuatro meses después, el club amplió su contrato de dos a tres años: Ludmila no era una apuesta, era certeza.
(Fuente: Atlético de Madrid)
La temporada 2017-2018 consolidó su influencia: goles decisivos, 11 tantos y 9 asistencias, máxima asistente junto a Amanda Sampedro y Sonia Bermúdez. En la Copa de la Reina, su gol en semifinales ante Granadilla demostró que aparecía siempre cuando más importaba.
(Fuente: Atlético de Madrid)
La 2018-2019 fue la temporada del salto definitivo. Desde su primer gol de la Liga hasta actuaciones decisivas en Champions ante el Manchester City, Ludmila demostraba que podía cambiar el rumbo de los partidos. En Copa de la Reina firmó actuaciones históricas: cuatro goles al Málaga y dos al Barcelona en semifinales, siendo máxima goleadora y reconocida como Mejor Iberoamericana por Marca. El Atlético conquistó su segunda Liga consecutiva y Ludmila se consolidó como símbolo del club.
(Fuente: RFEF)
En el curso 2019-2020 continuó brillando en Europa, marcando en tres ediciones consecutivas de Champions League y protagonizando acciones que salvaron eliminatorias. Ese año The Guardian la incluyó entre las 100 mejores futbolistas del mundo. A pesar de la pandemia, mantuvo un nivel sobresaliente en Liga y Copa, confirmando que era imprescindible para el equipo.
(Fuente: UEFA)
La temporada 2020-2021 fue la de su explosión total. Desde el 1-8 ante el Deportivo de la Coruña, con cuatro goles y una asistencia, hasta su influencia decisiva en la Champions ante Servette, Ludmila demostraba que cuando ella estaba en el campo, los partidos cambiaban. The Guardian la situó en el puesto 68 entre las mejores del mundo, reconocimiento global a una futbolista que había dejado de ser promesa para convertirse en realidad.
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La 2021-2022 trajo desafíos fuera del césped: Juegos Olímpicos, Covid y desgaste mental. Ludmila reconoció necesitar ayuda psicológica, un acto de valentía en un fútbol que aún castiga la vulnerabilidad. Su protagonismo disminuyó, pero su compromiso permaneció intacto. Alcanzó los 146 partidos, superando a Kenti Robles como la extranjera con más encuentros en la historia del Atlético. Su placa en el Paseo de las Leyendas inmortalizó su carrera y su fidelidad.
(Fuente: Laliga)
En la 2022-23, convertida en tercera capitana, lideró desde el ejemplo y con goles decisivos hasta que una lesión grave, rotura del ligamento cruzado anterior, la apartó del resto de la temporada y del Mundial. Aun así, fue líder moral en la final de la Copa de la Reina ante el Real Madrid, donde el Atlético remontó un 2-0 adverso y ganó en penaltis. Elegida mejor jugadora del año, su influencia trascendió estadísticas y minutos.
Su regreso al campo fue una lección de resiliencia: titular en cuartos de final de Copa ante el Real Madrid, le hizo un gol a Misa para acabar recordándoles a todos por qué el Atlético se enamoró de ella, y es que al no haberse mudado de Alcalá de Henares al Di Stéfano, demostró que había elegido el lado correcto en la capital española.
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Su despedida, con expulsión incluida en la penúltima jornada de Liga, fue acorde a su estilo: intensa, determinante y recordando que las panteras no saben irse sin dejar huella.
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Tras siete temporadas, Ludmila deja un legado extraordinario: 196 partidos, 77 goles, dos Ligas, una Copa de la Reina y una Supercopa. Pero más allá de títulos y números, lo que la distingue es su fidelidad absoluta. Rechazó ofertas del Real Madrid, con condiciones económicas superiores y protagonismo asegurado, para permanecer fiel al Atlético, el club que creyó en ella cuando aún era un diamante sin pulir.
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Ludmila no solo corrió, luchó o marcó. Construyó identidad. Transformó al Atlético, dejó huella y se convirtió en símbolo de lealtad, sacrificio y compromiso. Su nombre quedará ligado a la historia del club, a la Liga F, a la épica de la Champions y a la inspiración de futuras generaciones.
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La pantera se despidió del Atlético, pero su legado es eterno. Eligió la fidelidad sobre la comodidad, la historia sobre el escaparate. Eligió ser leyenda.
(Fuente: Atlético de Madrid)
La brasileña es ahora futbolista del Chicago Red Stars de Estados Unidos, pero su rugido de pantera resonará por siempre en los corazones que laten en rojiblanco y a veces cuando Luany juega con el Atlético de Madrid de Víctor Martín parece que la magia de Da Silva, apellido que comparten la ocho y la exjugadora del Madrid CFF, ha poseído a la 22 que sueña con hacerse un hueco en la historia de las de Alcalá, ese que Ludmila se ganó a pulso, gol a gol.
Pónganse en pie y aplaudan mientras que leen este reportaje en forma de tributo que “El Partido de Manu” le ha querido dedicar a unas de las estrellas más importantes de la Selección Española de Fútbol y el Atlético de Madrid, una jugadora que ha dejado huella en la eternidad.
imposible pensar en la historia del Atlético de Madrid Femenino sin que aparezca su nombre como un latido constante. Como una respiración que nunca se detuvo del todo, ni siquiera cuando parecía que se había marchado. Amanda Sampedro no fue solo una futbolista.
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Fue una forma de entender el juego, una manera de estar, una conciencia colectiva vestida de rojiblanco. En el verano de 2022, cuando se produjo la separación más dolorosa que recuerda la historia reciente del club, algo se rompió en el alma del Atleti. Pero hay vínculos que no entienden de contratos ni de despedidas. Hay amores que no se jubilan. Y el de Amanda con el Atlético de Madrid es eterno.
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Hay despedidas que no son finales. Hay adioses que no clausuran nada, que no cierran puertas, que no apagan luces. Hay separaciones que, por más que duelan, no logran borrar lo esencial. El verano de 2022 fue uno de esos momentos que se quedan tatuados en la memoria colectiva del Atlético de Madrid Femenino. Fue el verano en el que Amanda Sampedro hizo las maletas y se marchó a Sevilla. Fue el verano en el que el club dijo adiós a su capitana eterna, a su jugadora franquicia, a su espejo. Fue imposible que no doliera. Fue imposible que no se sintiera como una pérdida irreparable.
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“Siempre serás mi adiós más difícil”, escribió Amanda. Y no era una frase hecha. No era una despedida protocolaria. Era la confesión de alguien que se estaba arrancando un trozo de sí misma. Porque Amanda no dejó el Atlético: Amanda fue el Atlético durante más de una década. Un trocito de su escudo. Una extensión de su identidad. Una futbolista que no se explica sin el rojiblanco, y un club que no se entiende sin ella.
La futbolista criada en “La Academia”, nombre con el que se conoce a las categorías inferiores del equipo rojiblanco, era una centrocampista muy experimentada, pasó dos décadas defendiendo los colores colchoneros y destacaba por su carácter polivalente, puede actuar en la zona de creación o en la banda derecha de forma indistinta y posee un gran físico que complementa con una capacidad innata y privilegiada para filtrar pases a la espalda de las defensas rivales.
Sampedro cuenta con un envidiable palmarés que se forjó mientras se ganaba un lugar en el Paseo de las Leyendas del Estadio Wanda Metropolitano merced a una Copa de la Reina que levantó en 2016, tres títulos ligueros consecutivos, léase, 2016-2017, 2017-2018 y 2018-2019 a los que acompaña una Supercopa de España conquistada en Almería en 2021 al derrotar en semifinales al Fútbol Club Barcelona, en la tanda de penaltis, y al Levante Unión Deportiva por 3-0 en la gran final.
Fue internacional absoluta con la actuales campeonas del mundo, subcampeones de Europa y dos veces ganadora de la Liga de Naciones y llegó a formar parte de las 23 elegidas por Jorge Vilda para defender a la nación ibérica en la Copa del Mundo de Francia en 2019, jugando un total de 53 partidos internacionales entre 2015 y 2023, lapso temporal en el que marcó 11 goles.
Amanda Sampedro disputó 202 partidos oficiales con el Atlético de Madrid Femenino, siendo una de las jugadoras con más encuentros en la historia del club y quedando igualada con Carmen Menayo como segunda con más apariciones, solo por detrás de Silvia Meseguer (205 partidos), llegando incluso a marcar 77 dianas .
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Cuando años después confesó que aquella despedida fue más dura que su retirada del fútbol, no hacía falta subrayar nada. Bastaba con escucharla. “Yo siempre he estado y estaré para ayudar al Atlético. Nunca me he sentido fuera del Atlético”. Y ahí estaba toda la verdad. Porque Amanda, incluso lejos del Cerro del Espino o del Metropolitano, seguía siendo referencia, guía, apoyo, refugio. Seguía atendiendo llamadas, aconsejando a compañeras, ejerciendo de capitana sin brazalete. Porque hay cargos que no se quitan nunca.
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Amanda Sampedro Bustos nació en Madrid el 26 de junio de 1993. Madrileña. Atlética. Dos palabras que en su caso son inseparables. Antes de ser futbolista fue una niña que veía partidos con su padre por la televisión.
Una niña que se apuntó a un equipo de fútbol sala de su colegio, el Mater Amabilis, porque vio un cartel. Una niña que empezó a jugar en el equipo de su barrio, el Mar Abierto, rodeada de niños, siendo la única chica. Una niña que jugó en la primera división autonómica masculina. Una niña que soñaba con vestir la camiseta del Atlético de Madrid y que, pese a tener otras ofertas, supo esperar. Porque algunos sueños no admiten atajos.
Llegó al Atlético en 2002. Tenía nueve años. Entrenaba con el Atlético Femenino y jugaba en el Mar Abierto hasta que la reglamentación le impidió seguir compitiendo con chicos. Incluso tuvo la oportunidad de fichar por el Rayo Vallecano masculino. Pero su padre la convenció de quedarse. No fue solo una decisión deportiva. Fue una decisión de vida. Fue quedarse en casa.
El 23 de septiembre de 2007, con apenas 14 años, debutó con el primer equipo del Atlético de Madrid. Entró al campo sustituyendo a Recarte ante el Irex Puebla. Aquel día, el equipo remontó en el descuento. Ganó 1-2. Como si el destino ya estuviera avisando. Volvió a tener minutos la jornada siguiente. Y más adelante. Y marcó su primer gol en Copa de la Reina en junio de 2008. Todo iba rápido. Demasiado rápido para una adolescente. Pero Amanda nunca tuvo prisa. Tenía convicción.
En la temporada 2009-10 alternó el primer equipo con el filial. En la 2010-11, regresó del Mundial sub-17 y se asentó definitivamente. Jugó 22 partidos de Liga. El Atlético fue quinto. Llegaron a semifinales de Copa. Y Amanda empezó a ser algo más que una promesa. Empezó a ser un pilar.
Con solo 18 años, en la temporada 2011-12, fue nombrada capitana. Dieciocho años. Treinta y tres partidos de liga. Siete goles. Premio Fútbol Draft. Y una certeza: el Atlético ya tenía líder. No por voz. No por gesto. Por ejemplo.
A partir de ahí, la historia se convierte en un río imparable. Temporadas completas, titularidades incontestables, regularidad extrema, premios individuales, reconocimiento interno y externo. Amanda jugaba todos los partidos. Amanda marcaba. Amanda asistía. Amanda sostenía. Mientras el club crecía, mientras el fútbol femenino español empezaba a asomar tímidamente en la escena mediática, Amanda estaba ahí. Sin ruido. Sin focos. Construyendo.
Compaginó su carrera como futbolista con la de entrenadora de las categorías inferiores. Se formó. Entrenó a benjamines, alevines. Estudió. Se licenció en Fisioterapia. Probó el periodismo. Estudia Nutrición Deportiva. Porque Amanda siempre entendió el fútbol como algo integral. Como una responsabilidad.
En la temporada 2014-15 llegó la primera gran conquista estructural: la clasificación para la Liga de Campeones. En 2015 debutó en Europa. En 2016 levantó su primer título: la Copa de la Reina ante el Barcelona. En 2017 llegó la Liga invicta. El Atlético campeón sin perder un partido. Amanda marcó en el último encuentro. Como si no supiera desaparecer de los momentos importantes.
En 2018 repitieron el título de Liga. En 2019 llegó el hito de San Mamés. El récord del Metropolitano. La placa en el Paseo de las Leyendas. Los autobuses de Nike. La imagen de marca. Pero Amanda seguía siendo la misma. La que corría hacia atrás. La que ordenaba. La que entendía el juego.
(Fuente: UEFA)
Jugó más de 400 partidos con el Atlético. Ganó tres Ligas y una Copa. Fue la jugadora con más partidos en la historia del club. Fue capitana durante más de una década. Fue puente entre generaciones. Fue memoria viva.
(Fuente: Liga F)
Y luego llegó el desgaste. La pandemia. Las rotaciones. La suplencia. Los cambios de entrenador. La última temporada. El homenaje. La despedida. Sevilla.
Pero ni Sevilla rompió el vínculo. Fue capitana allí desde el primer día. Dos temporadas. Zona media. Profesionalidad intacta. Y en julio de 2024, la retirada. Sorprendió a todos. Menos a ella. Porque Amanda no sabe estar a medias. Porque Amanda necesitaba estar al cien por cien. Porque la familia llamaba. Porque la vida también juega.
En enero de 2025, el regreso. Coordinadora de alto rendimiento de la Academia femenina del Atlético de Madrid. En marzo, el premio Almudena Grandes. Porque las historias verdaderas siempre vuelven a casa.
(Fuente: Liga Iberdrola)
Amanda Sampedro es Atlético de Madrid. No por pasado. Por presente y por futuro. Porque hay personas que no pertenecen a los clubes: son los clubes. Y el Atlético de Madrid Femenino, sin Amanda, habría sido otro. Menos coherente. Menos humano. Menos suyo.
Hay jugadoras que ganan títulos. Hay otras que construyen historia. Amanda hizo ambas cosas. Y lo hizo sin pedir nada a cambio. Por eso su nombre no se despide, sino que se pronuncia en presente.
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Porque Amanda nunca se fue y jamás lo hará, ahora es la Coordinadora de alto rendimiento en la Academia del Atlético de Madrid Femenino Tras retirarse oficialmente del fútbol profesional en julio de 2024, Amanda regresó a su casa rojiblanca en enero de 2025 para asumir un nuevo rol clave en la formación de jugadoras jóvenes.
Desde entonces, trabaja como coordinadora de los equipos femeninos de alto rendimiento de la Academia (incluyendo Femenino B, Femenino C y Juvenil A), acompañando el desarrollo técnico y profesional de las promesas del club y transmitiendo su experiencia como futbolista histórica del Atlético de Madrid.
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Aunque ha ocupado este cargo en 2025 y ha tenido un papel activo en la Academia durante buena parte del año, recientemente el club anunció que Amanda seguirá en su rol al concluir la presente temporada.
Solo el tiempo diría si, tal y como se comenta entre los que siguen la actualidad rojiblanca, el club le da en un futuro, no sabemos si cercano o lejano, la oportunidad de transmitir su sapiencia como inquilina de un banquillo colchonero.
Porque al final de todo, cuando se apagan los focos, cuando se archivan las estadísticas, cuando el fútbol deja de ser ruido y vuelve a ser memoria, los clubes no se explican por los títulos que levantaron, sino por las personas que los encarnaron. El Atlético de Madrid, ese club que aprendió a vivir entre la herida y el orgullo, entre la derrota digna y la victoria sudada, solo ha tenido muy pocas figuras capaces de representarlo de manera total, absoluta, sin fisuras. Y entre ellas, en dos épocas distintas, en dos contextos diferentes, pero con una raíz idéntica, aparecen dos nombres escritos con la misma tinta emocional: Fernando Torres y Amanda Sampedro.
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Compararlos no es un ejercicio de nostalgia ni una concesión al romanticismo fácil. Es una necesidad histórica, porque ambos fueron algo más que futbolistas.
Fueron símbolos fundacionales de una manera de ser del Atlético de Madrid. Porque los dos crecieron en casa, porque los dos entendieron el escudo antes que el contrato, porque los dos supieron lo que era marcharse cuando no querían hacerlo y regresar cuando el alma lo reclamaba. Porque los dos llevaron el club tatuado en la piel incluso cuando no vestían la camiseta. Porque los dos, en definitiva, no jugaron para el Atlético: fueron el Atlético.
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Fernando Torres fue el niño del barrio que soñaba con el Calderón desde Fuenlabrada, el chaval que entró en la cantera siendo un crío y que acabó llevando el brazalete de capitán en uno de los momentos más oscuros de la historia moderna del club. Amanda Sampedro fue la niña madrileña que veía fútbol con su padre, que jugó con chicos porque no había otro camino, que esperó al Atlético aunque otras puertas se abrieran antes, que debutó con 14 años y que, con 18, ya sostenía un vestuario entero sobre sus hombros. Dos infancias distintas. Un mismo destino.
A Torres le tocó ser capitán en Segunda División, cargar con la responsabilidad de rescatar al club del abismo, marcar goles que valían algo más que puntos, porque valían esperanza. A Amanda le tocó capitanear un proyecto que todavía no existía del todo, construir una sección femenina casi desde la nada, dotarla de identidad, de cultura, de exigencia, cuando el fútbol femenino apenas tenía escaparate y casi ninguna protección. A los dos les tocó liderar sin red.
Fernando Torres aprendió a perder antes de aprender a ganar. Amanda Sampedro también. Porque el Atlético de Madrid no regala nada. Ni siquiera a los suyos. Porque ser referente en el Atleti no significa brillar siempre, sino resistir siempre. Y ahí está la clave de su similitud más profunda: la resistencia.
Torres se fue al Liverpool porque el Atlético no podía darle lo que merecía. Amanda se fue al Sevilla porque el Atlético, en ese momento, ya no sabía cómo encajarla. Ninguno de los dos se marchó por desamor. Se marcharon porque a veces el amor también necesita distancia para sobrevivir. Y en ambos casos, la herida fue compartida. El club sangró. La afición sangró. Ellos sangraron más.
“El Niño” volvió cuando ya no era necesario que volviera. Volvió cuando ya lo había ganado todo fuera. Volvió para cerrar un círculo, para demostrar que el éxito no siempre está en el último trofeo, sino en el último gesto. Amanda Sampedro volvió de otra manera, sin botas, sin foco, sin ovación multitudinaria, pero con una mochila llena de experiencia, para formar a otras, para cuidar lo que ella ayudó a crear. Volvió porque el Atlético siempre termina llamando a los suyos.
A Torres se le recuerda por el gol al Barça, por la carrera en el Camp Nou, por levantar Europa con el niño interior intacto.
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A Amanda se la recordará por los partidos jugados, por las Ligas ganadas, por el brazalete eterno, pero sobre todo por algo que no aparece en ningún resumen: por haber sido el pegamento emocional de un equipo durante más de una década. Por haber sido la voz cuando no había micrófonos. Por haber sido la mano cuando no había focos.
Ambos entendieron el liderazgo no como un privilegio, sino como una carga. Ambos pagaron el precio de representar demasiado. Ambos supieron lo que era escuchar críticas injustas precisamente por ser de casa. Ambos cargaron con una exigencia que a otros se les perdonaba. Porque al hijo se le exige más. Porque al símbolo se le permite menos.
Fernando Torres y Amanda Sampedro pertenecen a esa estirpe rarísima de futbolistas que no se explican por su pico de rendimiento, sino por su trayectoria completa, por su coherencia vital. Ninguno fue perfecto. Ninguno lo necesitó. Porque el Atlético nunca buscó ídolos inmaculados, sino referentes humanos. Y ahí es donde los dos alcanzan una dimensión casi mítica.
Cuando Torres lloró en su despedida, lloraba un club entero. Cuando Amanda se marchó en 2022, algo se rompió en el alma del Atlético Femenino. No fue solo una salida deportiva. Fue la sensación de que una época se cerraba sin que nadie estuviera preparado. Exactamente lo mismo que ocurrió con Fernando.
Y sin embargo, en ambos casos, el tiempo ha sido justo. El tiempo ha colocado a cada uno en el lugar que merece. Torres como leyenda transversal del club, como puente entre generaciones, como símbolo masculino de una identidad que no se negocia. Amanda como la gran madre fundacional del Atlético de Madrid Femenino, como la jugadora sin la cual no se puede contar su historia, como la capitana que sostuvo el proyecto cuando todavía no tenía cimientos sólidos.
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Hay clubes que tienen muchos grandes jugadores. Hay clubes que tienen pocas leyendas. El Atlético de Madrid tiene algunas, pero muy claras. Y entre ellas, Fernando Torres y Amanda Sampedro ocupan un espacio propio, casi sagrado, porque representan algo que no se entrena ni se compra: la pertenencia.
(Fuente: Laliga)
Cuando dentro de muchos años alguien pregunte qué significó el Atlético de Madrid en el fútbol masculino del cambio de siglo, aparecerá el nombre de Torres. Cuando alguien quiera entender cómo se construyó el Atlético de Madrid Femenino moderno, el nombre de Amanda será inevitable. No como nota al pie. Como columna vertebral.
Porque hay futbolistas que pasan. Y hay futbolistas que se quedan para siempre, incluso cuando ya no juegan. Porque hay goles que se celebran. Y hay carreras que se honran. Porque hay jugadores que ganan títulos. Y hay otros que dan sentido a los títulos.
Fernando Torres y Amanda Sampedro pertenecen a esa última categoría. A la más difícil. A la más valiosa. A la que no necesita defensa porque el tiempo se encarga de protegerla.
El Atlético de Madrid sería otro sin Fernando Torres y el Atlético de Madrid Femenino no sería el mismo sin Amanda Sampedro.Y eso, en un club como este, es lo más grande que se puede decir de alguien.