
⬛️ Hay onces que se leen y onces que se sienten. Este no se anuncia: se impone. La IFFHS ha puesto negro sobre azul lo que el fútbol llevaba tiempo susurrando y ya no puede callar: el centro del mundo, en 2025, no está en un estadio concreto ni en una liga dominante, sino en una idea de juego que habla español, piensa rápido y no pide permiso. Cuatro futbolistas españolas sostienen el mejor equipo del planeta como quien sostiene una época entera, no desde el ruido sino desde el balón, desde la inteligencia, desde una forma de jugar que ha convertido el talento en sistema y la ambición en costumbre. No es un premio, es una fotografía histórica. No es una moda, es un legado que empieza a escribirse en presente.
Hay imágenes que no necesitan contexto porque ellas mismas ya son contexto, porque no informan: sentencian. Hay gráficos que no se consumen, se contemplan. Hay onces que no se discuten, se recuerdan. Y el once que la IFFHS eleva como Mejor Equipo Mundial Femenino de 2025 pertenece a esa estirpe rara y poderosa de fotografías que, dentro de diez, veinte o treinta años, seguirán diciendo lo mismo que dicen hoy: aquí pasó algo irrepetible. No es solo una alineación. No es solo un reconocimiento. Es una declaración histórica. Es el instante exacto en el que el fútbol femenino dejó de pedir permiso y se sentó en la mesa de los gigantes con la voz firme, el balón bajo el brazo y una bandera —la española— ondeando con una fuerza que ya no admite matices ni excusas.
Porque en ese once ideal del mundo hay talento alemán, liderazgo inglés, solidez internacional… pero hay, sobre todo, alma española. Hay una columna vertebral que no se explica sin La Masia, sin el barro de la Liga F, sin generaciones que crecieron viendo partidos sin cámaras y hoy juegan finales con el planeta mirando. Hay nombres que ya no son solo futbolistas, sino símbolos. Y hay una verdad que atraviesa la imagen como un relámpago: España ha conquistado el centro del mundo futbolístico femenino.
En el centro exacto del campo, donde se decide todo, donde el juego respira y se ordena, aparece Patri Guijarro como aparece siempre: sin ruido, sin necesidad de levantar la voz, gobernando el tiempo como si fuera una propiedad privada. A su alrededor, Alexia Putellas y Aitana Bonmatí dibujan una constelación que ya no pertenece a una época concreta, sino a la historia completa del fútbol.
Once ideal del 2025 | Hampton, Keet, Williamson, Paredes, Bronze, Alexia Putellas, Patri Guijarro, Aitana Bonmatí, Bühl, Russo y Mariona Caldentey.
No son tres nombres puestos juntos por casualidad. Son tres formas distintas de entender la excelencia, tres caminos que confluyen en una misma idea: jugar mejor que nadie. Alexia es la memoria, la resistencia, la capitana que volvió del abismo para recordar al mundo que el talento también sabe sufrir. Aitana es el presente que no espera turno, la futbolista total que corre, piensa, manda y decide con una naturalidad que asusta. Patri es el equilibrio perfecto, la inteligencia que no sale en los resúmenes pero sostiene los títulos.
Y cuando el fútbol mundial mira esa medular, no ve solo a tres centrocampistas. Ve un método. Ve una escuela. Ve una forma de entender el juego que ha cambiado jerarquías y ha obligado a todos los demás a adaptarse. Porque ya no se trata de correr más, ni de chocar más fuerte. Se trata de pensar mejor, de ocupar mejor los espacios, de saber cuándo acelerar y cuándo congelar el partido hasta que el rival se canse de perseguir sombras. España no solo ha ganado. España ha convencido. Y eso, en fútbol, es lo más difícil.
A su lado, en la defensa, Irene Paredes levanta una muralla que no necesita gritos para imponer respeto. Su presencia es la de quien ha visto pasar los años, las derrotas y las dudas, y ha salido de todas ellas con la cabeza más alta. Irene no defiende solo un área. Defiende una generación entera. Defiende a las que estuvieron antes y no tuvieron focos. Defiende la idea de que el liderazgo también se construye desde la serenidad. Junto a ella, el sistema se ordena, la línea se adelanta, el equipo cree. Porque cuando Irene está, todo parece posible.
Y más allá, en la banda, Mariona Caldentey representa esa rareza maravillosa que solo el fútbol español sabe producir: futbolistas que no se pueden encasillar, que no obedecen a una sola función, que entienden el juego como un lienzo abierto. Mariona es sacrificio y talento, es ida y vuelta, es inteligencia táctica y rebeldía creativa. Es la jugadora que aparece donde no se la espera y decide cuando el partido parece atascado. Su presencia en este once mundial no es un premio puntual. Es la confirmación de una carrera construida a base de constancia, lectura del juego y compromiso absoluto con el colectivo.
Cuatro españolas en el mejor once del mundo. Cuatro. Y ninguna está ahí por marketing, por cuota o por narrativa amable. Están porque no se puede contar el fútbol de 2025 sin ellas. Porque cuando la IFFHS mira el planeta entero y elige, elige fútbol. Y el fútbol, hoy, habla español.
Alrededor de ellas, el once se completa con nombres que engrandecen aún más el contexto. Klara Bühl aporta la electricidad alemana, la capacidad de romper partidos desde la banda con una verticalidad que castiga cualquier despiste. Alessia Russo es potencia, instinto, gol y trabajo invisible, la delantera que fija centrales y libera espacios para que el equipo respire. Leah Williamson simboliza el liderazgo moderno, la defensa que construye desde atrás con elegancia y lectura. Lucy Bronze sigue siendo el estándar físico y competitivo, una futbolista que ha redefinido el lateral derecho durante más de una década. Franziska Kett aporta juventud, proyección y descaro. Hannah Hampton, desde la portería, representa la nueva generación de guardametas completas, seguras, dominadoras del área y del juego con los pies.
Pero incluso rodeadas de estrellas de ese calibre, las españolas no se diluyen. Brillan más. Porque no necesitan imponerse individualmente. Se imponen colectivamente. Porque su fútbol no es un destello aislado, sino un sistema que funciona, una idea que se reproduce, una cultura que se transmite.
Este once mundial no nace de la nada. Es el resultado de años de lucha silenciosa, de estructuras que se fueron creando a base de insistencia, de entrenadoras y entrenadores que creyeron cuando nadie miraba, de futbolistas que se quedaron cuando era más fácil marcharse. Es la consecuencia directa de haber entendido que el fútbol femenino no necesitaba parches, sino proyectos. Que no necesitaba titulares vacíos, sino inversión, respeto y continuidad. Y España, con errores, con conflictos, con heridas aún abiertas, ha conseguido algo que parecía imposible: transformar una revolución social en hegemonía deportiva.
Por eso esta imagen no es solo una foto bonita para redes. Es un documento histórico. Es la prueba gráfica de que el fútbol femenino ya no es promesa, es presente consolidado. Y de que España, guste más o menos, se ha convertido en referencia mundial. Las niñas que hoy empiezan a jugar no sueñan con imitar. Sueñan con continuar. Porque el camino ya está abierto. Porque ya hay nombres propios que han llegado hasta donde nadie había llegado antes.
El once de la IFFHS es, en el fondo, una fotografía del poder. De quién manda. De quién marca el ritmo. Y en 2025, el poder no se ejerce desde la fuerza bruta, sino desde la inteligencia, la técnica, la comprensión profunda del juego. Desde la capacidad de hacer que el balón viaje más rápido que las piernas. Desde la valentía de querer la pelota incluso cuando quema.
España ha enseñado al mundo que se puede ganar de otra manera. Que se puede competir sin renunciar a la identidad. Que se puede ser favorita y jugar como si no lo fueras. Y las futbolistas españolas incluidas en este once son las embajadoras perfectas de esa idea. No hablan mucho. Juegan. Y cuando juegan, todo cobra sentido.
Quizá dentro de unos años, cuando este 2025 sea solo una fecha en el calendario, alguien vuelva a mirar esta imagen y entienda de verdad lo que significó. Que no fue un premio aislado. Que no fue una moda. Que fue el momento exacto en el que el fútbol femenino español dejó de compararse y empezó a medirse consigo mismo. El día en que ya no importó contra quién se jugaba, sino cómo se jugaba. El día en que el mundo aceptó, sin discusión posible, que el fútbol femenino tenía nuevas dueñas del balón.
Y entonces, como ahora, bastará con mirar al centro del campo para entenderlo todo. Allí estarán, eternas, Alexia, Patri y Aitana. Tres nombres. Tres estilos. Una misma bandera. Y una certeza imposible de borrar: el fútbol femenino ya tiene una edad de oro, y habla español.