
📌 Compaginar el fútbol profesional con los estudios es una realidad cada vez más presente en Liga F. Gracias al II Convenio Colectivo firmado la pasada temporada entre Liga F y los sindicatos FUTPRO, Futbolistas ON y CCOO, la formación académica se ha convertido en un pilar fundamental para el desarrollo integral de las futbolistas. Un compromiso que, en esta campaña, se traduce en la concesión de 33 becas de ayuda al estudio.
- Cuando el fútbol también educa: las becas que sostienen el futuro de las futbolistas de Liga F
En el fútbol femenino español hay goles que no suben al marcador, ascensos que no aparecen en la clasificación y títulos que no se celebran con confeti. Son victorias silenciosas, íntimas, que se libran lejos del césped, entre apuntes subrayados, madrugones interminables y una certeza compartida por muchas jugadoras: el fútbol no es eterno. En ese espacio, donde la élite deportiva convive con la realidad laboral futura, se inscriben las becas de formación impulsadas por Liga F, un programa que ha permitido que 33 futbolistas de siete clubes —Atlético de Madrid, Athletic Club, Real Sociedad, RCD Espanyol, SD Eibar, Deportivo Abanca y Granada CF— puedan seguir construyendo su futuro académico sin renunciar al presente competitivo.
No se trata solo de ayudas económicas. Es una declaración de intenciones. Un mensaje claro en un ecosistema que durante décadas obligó a elegir: o estudias, o juegas. Hoy, en cambio, el fútbol femenino español empieza a decir algo distinto: se puede —y se debe— hacer ambas cosas.
Durante años, el relato del fútbol femenino ha estado marcado por la precariedad, la falta de profesionalización y la incertidumbre. Incluso hoy, en plena consolidación de Liga F como competición profesional, la realidad sigue siendo desigual. No todas las carreras deportivas garantizan estabilidad económica a largo plazo. No todas las trayectorias están blindadas frente a lesiones graves. No todas las futbolistas llegan a la élite mediática.
Por eso, la formación académica no es un complemento: es una necesidad estructural. Y en ese contexto, las becas de Liga F actúan como un andamio invisible que sostiene carreras paralelas. Mientras los focos iluminan los partidos del fin de semana, entre semana hay jugadoras que cambian las botas por apuntes, los vestuarios por aulas y las sesiones de vídeo por prácticas universitarias.
Entre ellas está Lucía Martínez, centrocampista del Deportivo Abanca, criminóloga en formación y ejemplo de una generación que se niega a hipotecar su futuro.
Lucía Martínez (Madrid, 27 de noviembre de 2001) no concibe el fútbol como una burbuja aislada del mundo real. Quizá por eso, incluso cuando su carrera deportiva empezó a exigirle cada vez más, nunca dejó de mirar más allá del césped. “En el fútbol femenino nos sentimos muy agradecidas de contar con esta beca”, explica con serenidad, consciente de que no todas las generaciones anteriores tuvieron esa oportunidad.
La centrocampista llegó al Deportivo Abanca en el mercado de invierno de 2024. Aterrizó en Galicia con la temporada ya en marcha, sin tiempo para adaptaciones progresivas, y aun así fue una pieza clave en un equipo que, en apenas seis meses, logró el ascenso a Liga F. El salto a la máxima categoría coincidió con un momento vital exigente: entrenamientos de élite, viajes, presión competitiva… y estudios universitarios presenciales.
Porque Lucía no eligió el camino fácil.
“Yo opté por la universidad de manera presencial cuando apenas empezaba en el fútbol profesional”, recuerda. Una decisión que, en su contexto, implicaba renuncias diarias. Mientras muchas compañeras optaban por modalidades online —más flexibles, menos exigentes en lo logístico— ella decidió mantenerse en el aula física, convencida de que esa experiencia formativa también la construiría como persona.
La clave, dice, ha sido la disciplina cotidiana. No las gestas heroicas, sino la constancia. “Entrenando por las mañanas y estudiando por las tardes, cada día un poco, se puede sacar”. No hay romanticismo en su discurso. Hay método. Hay sacrificio. Hay una aceptación madura de que nada valioso llega sin esfuerzo.
Elegir Criminología no fue casual. Es una disciplina que exige análisis, comprensión de contextos sociales complejos, capacidad de observación y pensamiento crítico. Virtudes que, curiosamente, también definen su juego sobre el campo. Lucía es una centrocampista que lee bien los partidos, que interpreta los espacios, que anticipa. En el aula, ocurre algo similar: analiza conductas, estudia sistemas, intenta entender por qué ocurren las cosas.
Para ella, el estudio no es solo un plan B. Es una parte esencial de su identidad. “Más allá del fútbol, muchas jugadoras necesitamos un plan alternativo. Por si te lesionas, por si el fútbol se acaba antes de lo esperado, o simplemente para cuando termine tu carrera deportiva”.
En ese sentido, la beca de Liga F representa mucho más que un apoyo económico. “Te puede asegurar un futuro lejos del fútbol. Es una apuesta total por la formación y, sobre todo, por el crecimiento personal de cada una”. La palabra crecimiento aparece varias veces en su discurso. No habla solo de títulos ni de salidas profesionales. Habla de evolucionar, de ampliar horizontes, de no quedar atrapada en una única identidad.
Lucía es consciente de su rol como referente, especialmente para las futbolistas más jóvenes que empiezan a asomarse al profesionalismo. A ellas les lanza un mensaje directo, sin adornos: “No hay que olvidarse nunca de que el fútbol, en algún momento, acaba”.
No lo dice desde el miedo, sino desde la lucidez. Y añade una idea poderosa, casi filosófica: “Siempre hay que tener la posibilidad de ser una persona camaleónica, de adaptarse. De que si el día de mañana no te apetece seguir con lo que ha sido tu vida en los últimos años, tengas la opción real de iniciar otra etapa”.
Esa capacidad de transformación es, quizá, una de las grandes conquistas del fútbol femenino actual. Ya no se trata solo de jugar mejor, de llenar estadios o de ganar visibilidad mediática. Se trata de construir trayectorias vitales completas, donde el deporte no anule el resto de dimensiones de la persona.
El caso de Lucía no es una excepción aislada. Forma parte de un ecosistema en crecimiento, donde cada vez más clubes y estructuras entienden que cuidar a una futbolista no es solo prevenir lesiones o mejorar su rendimiento físico. Es también acompañarla en su desarrollo académico y personal.
Las becas de Liga F funcionan como una política de cuidado a largo plazo. Reconocen una realidad incómoda pero necesaria: el fútbol femenino, aunque profesional, sigue siendo frágil en muchos aspectos. Y frente a esa fragilidad, la educación actúa como red de seguridad.
En clubes como el Deportivo Abanca, ese acompañamiento se traduce en comprensión, flexibilidad y apoyo institucional. No siempre es fácil cuadrar horarios, exámenes, viajes y entrenamientos. Pero cuando existe voluntad estructural, el equilibrio es posible.
Lucía no idealiza el proceso. Hay días de cansancio extremo, semanas en las que todo se acumula, momentos de duda. Pero también hay una satisfacción profunda en saber que cada paso que da, tanto dentro como fuera del campo, suma.
no aparecen en las estadísticas. No generan titulares inmediatos ni se celebran con aplausos. Son silenciosas, íntimas, y a menudo incomprendidas desde fuera. Parar, por ejemplo. Detener una carrera deportiva cuando todo empuja a seguir. Escuchar al cuerpo, pero sobre todo a la cabeza. En un entorno históricamente marcado por la exigencia constante y la autoexplotación emocional, Anna Torrodà tomó una de las decisiones más valientes que puede tomar una futbolista profesional: priorizarse.
Corría febrero de 2024 cuando la centrocampista catalana decidió hacer una pausa por salud mental. No abandonó el fútbol para siempre, pero sí se permitió algo que durante mucho tiempo fue un tabú: reconocer que no estaba bien. Y en ese proceso, hubo algo que nunca estuvo en duda. “Nunca ha estado en mi cabeza el dejar de estudiar”.
Anna Torrodà (Barcelona, 21 de enero de 2000) habla de los estudios con la misma claridad con la que analiza un partido. Sin rodeos. Sin romanticismos innecesarios. “Nosotras tenemos que seguir trabajando después del fútbol, y el tener algo de estudios lo veo imprescindible”. No es una frase aprendida. Es una convicción construida con el tiempo, con la experiencia y con la observación de muchas compañeras que, al colgar las botas, se encontraron sin red.
Mientras su carrera deportiva atravesaba uno de los momentos más delicados, sus estudios siguieron siendo una constante. CAFYD (Ciencias de la Actividad Física y del Deporte) es el grado que cursa en modalidad semipresencial, una fórmula que, aunque más flexible que la presencial pura, no está exenta de sacrificios.
“Las prácticas las hago presencial y la teoría online, y poco a poco me lo estoy sacando”, explica. Ese “poco a poco” es clave. No hay prisas. No hay comparaciones. Hay un ritmo propio, adaptado a una realidad compleja donde los fines de semana rara vez son libres y donde el descanso suele ser negociable.
“No hay finde que descanse”, confiesa sin dramatizar. Relata, casi como una anécdota, cómo una asignatura le coincidió con un fin de semana sin liga y aprovechó ese pequeño respiro para viajar a Madrid y completar prácticas presenciales. La escena es reveladora: mientras el calendario deportivo concede una tregua mínima, la formación ocupa inmediatamente ese espacio.
En ese contexto, la beca de Liga F adquiere una dimensión especial. No es solo un apoyo económico. Es una señal de reconocimiento institucional a una realidad muchas veces invisibilizada. “Para mí es un lujo que Liga F nos dé esta ayuda”, afirma con gratitud.
Porque estudiar cuesta dinero, pero también cuesta energía, tiempo y estabilidad emocional. Y cuando una futbolista atraviesa un proceso de recuperación mental, cada apoyo cuenta. La beca no elimina las dificultades, pero las hace más llevaderas. Reduce la presión. Permite respirar.
Anna no se limita a estudiar por estudiar. Tiene claro que quiere seguir vinculada al deporte una vez finalice su etapa como jugadora. Por eso, además de CAFYD, está cursando el UEFA B de entrenadora. Una doble vía que le abre múltiples escenarios: entrenadora, preparadora física, formadora.
“Ya sea a nivel de entrenadora o preparadora física, que siempre me ha encantado, donde salga la oportunidad”, comenta. No hay una obsesión por el cargo ni por el estatus. Hay un deseo genuino de permanecer en un entorno que conoce, desde otro rol, con otras herramientas.
RCD Espanyol ha jugado un papel clave en este proceso. Lejos de poner obstáculos, el club ha facilitado su crecimiento formativo y le ha abierto las puertas del cuerpo técnico. Actualmente forma parte del staff del Infantil S13 A, una experiencia que le permite aplicar lo aprendido y empezar a construir una identidad profesional más allá del césped.
“El que una mujer quiera ser entrenadora está muy bien visto en el club”, explica con ilusión. Cuando comunicó su intención de formarse como técnica, la respuesta fue unánime: apoyo total. Desde el entrenador del primer equipo hasta la dirección deportiva, pasando por su propia entrenadora, todos celebraron la iniciativa.
Este respaldo no es menor. Durante décadas, el acceso de las mujeres a los banquillos ha estado lleno de barreras implícitas. Falta de referentes, de oportunidades, de confianza institucional. Cada paso que da una futbolista hacia la formación como entrenadora es también un paso colectivo.
historia de Anna Torrodà es especialmente significativa porque rompe varios estigmas al mismo tiempo. Demuestra que parar no es fracasar, que cuidar la salud mental es compatible con la ambición profesional y que la formación no es una distracción, sino una herramienta de empoderamiento.
Su mensaje a las futbolistas más jóvenes es claro y contundente: “El fútbol dura lo que dura, así que nunca abandonaría los estudios”. No hay medias tintas. No hay promesas irreales. Hay una verdad sencilla, dicha desde la experiencia.
En un deporte que durante años exigió sacrificios unilaterales, Anna representa una nueva forma de estar. Una futbolista que se escucha, que se cuida y que entiende que su valor no se agota en los 90 minutos.
Aunque sus trayectorias, edades y disciplinas académicas sean distintas, hay algo que une a las 33 jugadoras beneficiarias de las becas de Liga F: la conciencia de que el fútbol, por muy profesional que sea, no puede ser el único pilar sobre el que se construya una vida.
En la próxima parte del reportaje, esa idea tomará forma a través de otra historia marcada por la vocación, el esfuerzo diario y la gestión del tiempo extremo: la de Eunate Astralaga, portera de la SD Eibar, estudiante de Enfermería y campeona de la Nations League.
Hay carreras universitarias que exigen tiempo. Otras, presencia. Algunas, ambas cosas de forma casi incompatible con el deporte de alto rendimiento. Enfermería pertenece a esa categoría especialmente compleja, donde la teoría no basta y la práctica es innegociable. Clases presenciales, laboratorios, prácticas clínicas, turnos exigentes. Y aun así, Eunate Astralaga no dudó.
“Es complicado porque es una carrera muy práctica, donde tienes que estar bastante en clase”, explica con naturalidad. La dificultad no está solo en el contenido académico, sino en la logística diaria. Entrenar por las mañanas, como exige el fútbol profesional, y estar en el aula a horas similares es, en muchos casos, un rompecabezas imposible. Pero Eunate decidió intentarlo.
Eunate Astralaga (Berango, 30 de noviembre de 2005) forma parte de una generación de futbolistas que ya no vive la formación como una rareza individual, sino como un camino compartido. En sus clases de Enfermería coinciden otras jugadoras de Liga F. “Con Daniela Agote este año he estado en varias clases. Con Nerea Nevado entramos juntas… poco a poco lo intentamos llevar. Te motiva porque no te ves sola”.
La frase es reveladora. No verse sola cambia todo. Convierte la dificultad en reto colectivo, el cansancio en complicidad, el esfuerzo en algo compartido. En un deporte donde durante años muchas futbolistas tuvieron que esconder que estudiaban —por miedo a parecer menos comprometidas—, ahora la formación se vive como algo que suma.
La guardameta, cedida actualmente en la SD Eibar, tomó una decisión estratégica desde el inicio de la carrera: completar el primer año entero y luego dividir el segundo en dos cursos. Un ritmo más lento que el de sus compañeras de clase, sí, pero infinitamente más sostenible.
“Tus compañeras completan la carrera antes, pero yo seguiré así para intentar sacármelo”, afirma con convicción. No hay frustración en sus palabras. Hay aceptación. Entiende que su camino es distinto, y que comparar tiempos no tiene sentido cuando las circunstancias tampoco lo son.
Esa madurez resulta especialmente llamativa teniendo en cuenta su edad. A sus 19 años, Eunate ya ha sido campeona de la Nations League con la Selección española, ha debutado en la élite y se ha consolidado como una de las porteras con mayor proyección del fútbol español. Y aun así, no concibe el éxito deportivo como excusa para abandonar la formación.
Cuando habla de la beca de Liga F, lo hace sin rodeos: “Es una gozada que nos puedan ayudar de esa manera”. En su caso, la ayuda no es simbólica. Es concreta. Reduce el estrés económico, permite organizar mejor el calendario académico y, sobre todo, envía un mensaje claro: estudiar no penaliza tu carrera deportiva.
Eunate tiene muy interiorizada esa idea desde casa. “Mis padres me lo han inculcado, y yo siempre lo he querido. Por si el fútbol va mal, tener algo a lo que agarrarte”. No es una visión pesimista, sino realista. El fútbol, incluso en su versión más exitosa, está lleno de incertidumbre. Lesiones, cambios de club, decisiones técnicas, ciclos que se cierran de forma abrupta.
La Enfermería, en cambio, representa estabilidad, vocación y una forma distinta de cuidar. Curar fuera del campo lo que dentro se rompe.
La SD Eibar ha sido un aliado fundamental en este proceso. “Siempre que necesito ir a clase, sí o sí, me han apoyado”, agradece. No es un detalle menor. En un deporte donde los horarios son rígidos y las exigencias constantes, contar con un club que entienda la formación como parte del proyecto integral de la jugadora marca la diferencia.
Ese apoyo se traduce en permisos, comprensión y una cultura interna que no penaliza la ambición académica. Porque estudiar Enfermería no es un capricho: es una elección que requiere compromiso institucional.
Como Lucía y Anna, Eunate también es consciente de su papel como referente. Su consejo a las futbolistas más jóvenes es honesto y empático: “Por mucho que cueste, que creas que no tienes tiempo o que no se puede compaginar, que lo intenten sacar”. Reconoce que hay días en los que estudiar no apetece, pero ofrece una lectura distinta: “Aunque estudiar a veces no apetezca, viene bien para despejarse”.
Esa frase resume una verdad poco contada: la formación no solo prepara para el futuro, también equilibra el presente. Ofrece una identidad complementaria, una salida mental, una sensación de control en un entorno donde muchas decisiones no dependen de ti.
Lucía Martínez, Anna Torrodà y Eunate Astralaga no son excepciones aisladas. Son el rostro visible de un cambio de paradigma en el fútbol femenino español. Las becas de Liga F no solo ayudan a 33 jugadoras concretas. Están sentando un precedente cultural.
Durante años, la narrativa dominante exigía una entrega total al fútbol, incluso a costa del futuro. Hoy, la élite femenina empieza a cuestionar ese modelo. Empieza a decir que el rendimiento deportivo no está reñido con el crecimiento académico. Que una futbolista puede aspirar a más de una cosa sin que eso reste compromiso.
Los siete clubes implicados —Atlético de Madrid, Athletic Club, Real Sociedad, RCD Espanyol, SD Eibar, Deportivo Abanca y Granada CF— forman parte de una red que, poco a poco, entiende que el éxito no se mide solo en puntos, sino también en vidas sostenibles.
Durante demasiado tiempo, el fútbol femenino vivió atrapado en una contradicción silenciosa. Por un lado, se exigía profesionalidad absoluta: rendimiento, sacrificio, disponibilidad total. Por otro, no se ofrecían estructuras sólidas que garantizasen un futuro más allá del césped. El resultado fue una generación de futbolistas obligadas a vivir en el corto plazo, a estirar carreras sin red y a enfrentarse, al final, a un vacío difícil de llenar.
Las becas de formación impulsadas por Liga F no solucionan todos los problemas estructurales del fútbol femenino español, pero sí representan un punto de inflexión. Un cambio de mirada. Una forma distinta de entender qué significa cuidar a una futbolista profesional.
El paso de la semi-profesionalidad a una liga reconocida como profesional ha sido un avance histórico. Sin embargo, la profesionalización real no se mide únicamente en salarios, retransmisiones o patrocinios. Se mide también en la capacidad de las instituciones para pensar en el después. En aceptar que una carrera deportiva es limitada en el tiempo y que el éxito no debería pagarse con incertidumbre futura.
Las 33 jugadoras beneficiarias de estas becas no representan una élite aislada. Son el reflejo de una realidad amplia: futbolistas que entrenan como profesionales, compiten al máximo nivel y, al mismo tiempo, estudian grados universitarios exigentes, másteres, ciclos formativos o titulaciones técnicas. Lo hacen porque quieren, pero también porque saben que lo necesitan.
En ese sentido, la educación deja de ser un plan de emergencia para convertirse en parte del proyecto vital de la futbolista.
El paso de la semi-profesionalidad a una liga reconocida como profesional ha sido un avance histórico. Sin embargo, la profesionalización real no se mide únicamente en salarios, retransmisiones o patrocinios. Se mide también en la capacidad de las instituciones para pensar en el después. En aceptar que una carrera deportiva es limitada en el tiempo y que el éxito no debería pagarse con incertidumbre futura.
Las 33 jugadoras beneficiarias de estas becas no representan una élite aislada. Son el reflejo de una realidad amplia: futbolistas que entrenan como profesionales, compiten al máximo nivel y, al mismo tiempo, estudian grados universitarios exigentes, másteres, ciclos formativos o titulaciones técnicas. Lo hacen porque quieren, pero también porque saben que lo necesitan.
En ese sentido, la educación deja de ser un plan de emergencia para convertirse en parte del proyecto vital de la futbolista.
Durante años, muchas futbolistas ocultaron que estudiaban. Temían ser percibidas como menos ambiciosas, menos centradas, menos “profesionales”. Hoy, ese estigma empieza a romperse. No del todo, pero de forma visible.
Que una centrocampista estudie Criminología, que otra pause su carrera por salud mental mientras se forma como entrenadora, que una portera de la selección curse Enfermería sin renunciar a la élite… todo eso envía un mensaje poderoso: no hay una única forma válida de ser futbolista profesional.
El fútbol femenino gana cuando sus jugadoras son personas completas, con intereses diversos, con herramientas para decidir, con capacidad crítica y con opciones reales cuando el balón deja de rodar.
Quizá el mayor valor de estas becas no esté en el presente, sino en el futuro. En las niñas y adolescentes que hoy empiezan a jugar al fútbol con referentes distintos. Referentes que no solo marcan goles o levantan títulos, sino que hablan abiertamente de estudiar, de parar cuando hace falta, de pensar a largo plazo.
El mensaje es claro: no tienes que elegir entre tus sueños. Puedes amar el fútbol y, al mismo tiempo, construirte fuera de él. Puedes aspirar a la élite sin hipotecar tu futuro. Puedes ser ambiciosa sin ser imprudente.
Ese cambio cultural es lento, pero ya está en marcha.
En un contexto donde el deporte profesional tiene cada vez más impacto social, iniciativas como estas sitúan a Liga F en una posición relevante. No como simple organizadora de una competición, sino como agente activo en la construcción de un modelo más justo y sostenible.
Invertir en formación es invertir en estabilidad. En salud mental. En igualdad real. Porque durante décadas, el fútbol masculino contó con redes económicas que permitían una transición más cómoda tras la retirada. El femenino, no. Corregir esa desigualdad no es un gesto simbólico: es una cuestión de justicia estructural.
Las becas de Liga F no aparecen en los resúmenes de los domingos ni en las estadísticas oficiales. No suman puntos ni títulos. Pero sostienen algo mucho más profundo: vidas.
Sostienen a Lucía cuando vuelve a casa tras entrenar y se sienta a estudiar Criminología.
Sostienen a Anna cuando decide cuidarse y seguir formándose para quedarse en el fútbol desde otro lugar.
Sostienen a Eunate cuando encadena entrenamientos, clases prácticas y sueños que van más allá de la portería.
En un deporte que durante demasiado tiempo pidió todo y ofreció poco, estas historias demuestran que otra forma de hacer las cosas es posible. Que el fútbol femenino no solo puede competir al máximo nivel, sino también educar, acompañar y dejar legado.
Porque cuando el último partido se juega, cuando las botas se cuelgan y el estadio se queda en silencio, lo que permanece no son los goles. Son las personas que el fútbol ayudó a construir.
Y en ese futuro, gracias a estas becas, muchas futbolistas ya no caminan solas.

Deja un comentario