Reportaje | El Real Madrid y su blanca historia de la mano del Club Deportivo Tacón

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⬛️ Cien veces ganar para aprender a perder: la historia competitiva del Real Madrid Femenino, del Tacón a Montjuïc.

Hay victorias que se celebran y victorias que explican. En la historia de cualquier equipo grande, las segundas son las que de verdad construyen algo duradero, las que no necesitan confeti ni euforia inmediata porque su valor está en lo que dejan atrás y en lo que abren por delante.

La del 1-2 ante el Atlético de Madrid en enero de 2025 pertenece sin duda a ese segundo grupo. Fue un derbi incómodo, tenso, áspero, de esos que no se ganan por inspiración sino por madurez.

No fue solo un resultado ni un triunfo más en la tabla. Fue una cifra redonda alcanzada casi sin ruido. Fue la victoria número cien del Real Madrid Femenino en la Liga F. Un punto de inflexión silencioso que confirmó algo que llevaba tiempo flotando en el ambiente: que este proyecto, joven en edad pero adulto en exigencia, había aprendido a competir antes incluso de aprender a ganar títulos.

El dato, integrado en el contexto de su corta pero intensa historia, es tan contundente como revelador.

(Fuente: Club Deportivo Tacón)

Desde su origen como Club Deportivo Tacón hasta su consolidación definitiva como Real Madrid, el equipo ha disputado alrededor de ciento cincuenta y cuatro partidos de Liga, con un balance que no admite demasiadas interpretaciones: más de ciento catorce victorias, apenas una veintena larga de empates y algo más de dos decenas de derrotas. Un setenta y cuatro por ciento de triunfos en competición doméstica. Una cifra que no miente y que coloca al Real Madrid Femenino, por pura estadística, entre los grandes del campeonato desde el mismo momento en que nació.

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Pero para entender de verdad qué significa llegar hasta ahí, hay que mirar más allá de los números y volver al principio. Y el principio no fue blanco.

La temporada 2019-2020 no figura en los palmarés oficiales del Real Madrid Femenino, pero vive incrustada en su ADN competitivo. Aquella plantilla que compitió bajo el nombre de Club Deportivo Tacón fue, en realidad, el embrión real del proyecto actual. Un equipo joven, expuesto, valiente por momentos y frágil por otros, que tuvo que aprender a sobrevivir en la élite sin la protección del escudo más exigente del mundo. La operación que culminó con la absorción del Tacón por parte del Real Madrid, aprobada bajo la presidencia de Florentino Pérez por una cantidad cercana a los trescientos mil euros, no supuso una desaparición inmediata de la entidad creada por Ana Rosell.

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Antes de mutar, aquel equipo tuvo que competir durante un año bajo ese nombre, mantener la categoría y demostrar que merecía ocupar una plaza en la Primera División. La permanencia, certificada en un curso extraño y abruptamente interrumpido por la pandemia, permitió que el Real Madrid asumiera la plaza con una base ya profesionalizada.

El 1 de julio de 2020, la absorción se hizo oficial y comenzó una nueva era. Pero el aprendizaje ya estaba hecho. Y las cicatrices también.

Desde el primer partido como Real Madrid Femenino en la temporada 2020-2021, la exigencia cambió de manera radical. Ya no bastaba con competir bien ni con sobrevivir. Había que ganar. Y ese tránsito no fue inmediato ni sencillo. El 4 de octubre de 2020, en la primera jornada de la entonces Liga Iberdrola, el Barcelona visitó Valdebebas por primera vez para enfrentarse al Real Madrid. Aquella mañana marcó un antes y un después.

El 0-4 final, con goles de Patri Guijarro, un desafortunado tanto en propia puerta de Misa Rodríguez, Lieke Martens y Alexia Putellas, fue una bofetada de realidad. Una demostración cruda de la distancia que aún separaba al nuevo proyecto blanco de la referencia absoluta del fútbol femenino español y europeo.

Aquel golpe, lejos de hundir al equipo dirigido entonces por David Aznar, hoy integrado en las categorías inferiores de la selección española, sirvió como punto de partida. El Real Madrid Femenino no fue brillante durante toda la temporada, pero sí fue eficaz.

Supo construir una regularidad competitiva que le permitió terminar en segunda posición, por delante de clubes con mayor tradición en la élite como el Atlético de Madrid, el Levante o la Real Sociedad. No fue un camino estético ni perfecto, pero fue sólido. Y esa solidez, en un proyecto recién nacido, valía casi tanto como un título.

Año tras año, el equipo fue acumulando victorias, experiencias y capas de madurez hasta alcanzar ese número simbólico de los cien triunfos ligueros. Y lo hizo en un escenario cargado de significado. Un derbi ante el Atlético de Madrid, uno de los rivales que más ha medido el crecimiento del proyecto desde sus inicios, disputado en Alcalá de Henares el 5 de enero de 2025. El 1-2 final, con una actuación decisiva de Linda Caicedo, no fue solo una victoria más. Fue una confirmación. La delantera colombiana, símbolo de la nueva generación del fútbol mundial, resolvió un partido incómodo y adulto, muy distinto a aquellos primeros derbis en los que el Real Madrid aún parecía un invitado a la mesa de los grandes.

Aquel triunfo, además, cerraba un círculo: el primer derbi oficial había caído del lado rojiblanco en Valdebebas gracias a un solitario gol de Van Dongen. Este, en cambio, hablaba de otra cosa. De crecimiento. De método. De madurez.

hay trayectorias que solo se entienden cuando se observan con perspectiva, sin prisa, sin ruido, sin la urgencia del resultado inmediato.

El Real Madrid Femenino ha disputado, desde su irrupción en la élite del fútbol español, aproximadamente 154 partidos en Liga F. De ellos, ha ganado 114, ha empatado 16 y ha perdido 24. Un balance que, expresado en porcentaje, se traduce en algo tan contundente como difícil de ignorar: casi tres de cada cuatro partidos ligueros terminan con victoria blanca, lo que se traduce en un 74 % de triunfos.

En un campeonato cada vez más profesionalizado, con clubes históricos, proyectos consolidados y plantillas profundas, esa cifra no es un accidente. Tampoco es fruto de un solo año brillante ni de una racha aislada. Es la consecuencia directa de una regularidad sostenida en el tiempo, algo especialmente significativo en un equipo joven, sometido desde su nacimiento a una exigencia que no admite etapas de transición largas.

Disputar 154 partidos de Liga F no es solo acumular encuentros. Es atravesar temporadas completas, contextos cambiantes, lesiones, renovaciones de plantilla, cambios tácticos y momentos de duda. Es convivir con la rutina del campeonato doméstico, donde cada fin de semana exige concentración máxima.

En ese recorrido, el Real Madrid Femenino ha aprendido a ganar de muchas maneras. Ha vencido partidos dominando con balón, imponiendo ritmo y profundidad. Ha ganado otros desde la solidez defensiva, esperando el momento adecuado. Y también ha sabido sobrevivir en encuentros incómodos, de esos que no lucen, pero que suman.

Las 114 victorias no responden a un único patrón. Son el reflejo de una adaptabilidad progresiva, de un equipo que ha ido madurando su lectura del juego temporada tras temporada.

Ganar 114 partidos de 154 coloca al Real Madrid Femenino en una élite estadística indiscutible dentro del campeonato. No es una cifra habitual para un club sin títulos ligueros. Y ahí reside una de las claves de este proyecto: su capacidad para sostener el rendimiento incluso cuando los grandes trofeos aún no han llegado.

Cada victoria ha sido un ladrillo más en una construcción silenciosa. Muchas llegaron ante rivales de la zona media y baja, partidos donde la obligación de ganar era total. Otras se produjeron frente a equipos directos, encuentros donde la clasificación, el prestigio y la narrativa de la temporada estaban en juego.

Si hay una herida que sigue abierta en la historia reciente del Real Madrid Femenino, esa tiene nombre y lugar: Butarque, Copa de la Reina 2023. Aquella tarde, el equipo blanco rozó su primer gran título. Lo tuvo cerca, lo saboreó durante muchos minutos y lo perdió de la forma más cruel. El Atlético de Madrid, rival histórico y espejo incómodo, resistió, sufrió y encontró en un instante puntual la chispa que cambió la historia.

(Fuente: Liga F Moeve)

Una falta directa ejecutada de manera magistral por Estefanía Banini, hoy centrocampista del ONA, detuvo el tiempo y forzó una prórroga que desembocó en una tanda de penaltis.

Allí, las jugadoras de Manolo Cano fueron más frías. Para el Real Madrid, aquella final fue una lección brutal. No tanto por la derrota en sí, sino por la manera en que se perdió. Porque desde ese día, el club entendió que competir ya no era suficiente, que estar cerca tampoco lo era. Que el siguiente escalón exigía temple, oficio y una frialdad que solo se adquiere a base de golpes.

La Supercopa de España ha reproducido durante años un patrón similar. Llegar, competir, pero chocar una y otra vez con un Barcelona dominante, estructuralmente superior y acostumbrado a decidir finales. Marcadores abultados, sensaciones de distancia, noches difíciles como la del 22 de enero de 2025 en Butarque, donde el Barça volvió a imponerse con un contundente 5-0.

Esas derrotas expusieron sin maquillaje la diferencia entre ambos proyectos, pero también dejaron una enseñanza incómoda y necesaria: para ganar finales no basta con llegar.

Hay que llegar preparado emocionalmente. El Barcelona jugaba esos partidos con la naturalidad de quien ya ha estado allí muchas veces. El Real Madrid lo hacía con la tensión de quien siente que cada final es histórica. Esa diferencia no se entrena en una semana. Se construye con tiempo, con derrotas y con frustración.

En Europa, el crecimiento ha sido más progresivo y, en cierto modo, más pedagógico. La UEFA Women’s Champions League se convirtió pronto en el espacio donde el Real Madrid entendió qué significa realmente la élite. Superar fases de grupos, competir eliminatorias, alcanzar cuartos y semifinales no fue fruto de la casualidad. Fue el resultado de un proceso de endurecimiento. Europa enseñó al equipo a sufrir lejos de casa, a sostener partidos largos, a convivir con la presión ambiental y a asumir que cada error se paga. El Emirates Stadium fue una de esas aulas duras. Allí, una Alessia Russo soberbia lideró al Arsenal hacia las semifinales, antes de que las londinenses sorprendieran al Barcelona en la final de Lisboa con un gol de Blackstenius en el minuto setenta y cuatro.

Para el Real Madrid, aquella eliminación fue otra lección más en el camino: en la élite continental no basta con competir bien, ni siquiera con competir mejor durante muchos minutos. Hay que ser implacable.

Y, sin embargo, pocos días antes de hincar la rodilla en territorio británico, el Real Madrid logró lo que durante años pareció imposible. Tumbar al Barcelona en la Liga F. Y hacerlo, además, a domicilio.

El 1-3 de Montjuïc, en marzo de 2025, no fue solo la primera victoria oficial del Real Madrid Femenino ante el Barça. Fue una ruptura narrativa. Un golpe simbólico. Una demostración de que el dominio no es eterno y de que la historia también se escribe rompiendo estadísticas. Aquel partido condensó todo el camino recorrido: la paciencia acumulada, las goleadas encajadas, la resistencia mental, la capacidad para saber sufrir cuando tocaba y golpear cuando se podía. Ganar en Montjuïc fue tan importante como alcanzar las cien victorias ligueras. Todo formaba parte del mismo proceso.

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A partir de ese día, el Clásico dejó de ser un muro infranqueable para convertirse en un desafío. Durante años, cada enfrentamiento con el Barcelona parecía una prueba de que el proyecto aún estaba lejos. Aquel 1-3 cambió la percepción interna y externa. El Real Madrid ya no jugó pensando en no perder, sino en ganar. Y esa diferencia mental es, muchas veces, la frontera entre competir y vencer.

Hoy, el Real Madrid Femenino puede mirar sus números con orgullo y, al mismo tiempo, con conciencia de lo que falta. Más de ciento catorce victorias en Liga F, presencia constante en la Champions, finales nacionales disputadas, un Clásico ganado, una identidad cada vez más reconocible. Pero también noches como Butarque, derrotas en Supercopa, aprendizajes europeos. Porque la historia no se mide solo en cifras, sino en contextos. En tardes que duelen y en noches que liberan.

(Fuente: Liga F Moeve)

Toda esta evolución ha estado sostenida por protagonistas que no siempre ocupan los focos, pero que han dado continuidad y sentido al proyecto. Liderazgos silenciosos, futbolistas constantes, jugadoras que han entendido el peso del escudo y lo han asumido sin estridencias.

El Real Madrid Femenino ha crecido alrededor de una idea clara: el bloque por encima de la individualidad, sin renunciar al talento diferencial para decidir partidos.

En sus primeros años quiso jugar como se espera que juegue el Real Madrid, dominando y atacando. Con el tiempo, entendió que la élite exige adaptabilidad. Hoy sabe jugar partidos abiertos y cerrados, defender en bloque bajo, salir rápido, dominar cuando puede y resistir cuando toca. Esa evolución táctica, no siempre lineal pero sí constante, es una de sus victorias silenciosas.

(Fuente: UEFA )

Por eso ya no se le puede juzgar como un proyecto emergente. Ya no vale con competir bien ni con llegar. Ahora toca ganar títulos. Pero cuando lleguen —porque llegarán— no se entenderán sin este camino. Sin Tacón. Sin Butarque. Sin las derrotas en Supercopa. Sin las noches europeas. Sin Montjuïc. Sin la victoria número cien. Porque este equipo ha aprendido algo esencial: que ganar es importante, pero saber perder es lo que te prepara para hacerlo cuando de verdad importa.

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El Real Madrid Femenino pertenece a ese grupo de equipos que no nacen sabiendo ganar, sino que aprenden a hacerlo mientras cargan con un apellido que no admite excusas. Ganar con este escudo nunca es solo ganar. Es demostrar, convencer y justificar cada paso. Y en ese equilibrio incómodo entre la exigencia histórica y la juventud del proyecto, el Real Madrid Femenino sigue escribiendo su historia desde la persistencia, no desde la épica inmediata.

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Y así, cuando el futuro llegue con sus desafíos y sus finales, este equipo lo hará con una certeza interior: que ha recorrido el camino largo, el difícil, el que no se salta etapas. Que ha aprendido a caer sin romperse y a levantarse con más conocimiento.

Y entonces, cuando el balón vuelva a rodar en una gran noche blanca, cuando el estadio contenga la respiración y el escudo pese como nunca, resonará algo más que la ambición.

Resonará la memoria y con ella, la esperanza eterna del madridismo, esa que dice que el final siempre puede ser glorioso, porque “como no te voy a querer, como no te voy a querer, si fuiste campeón de Europa una y otra vez”.

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Y cuando el camino vuelva a empinarse —porque siempre lo hace— el Real Madrid Femenino sabrá que ya ha estado ahí. Que ya caminó sin red, que ya perdió cuando dolía, que ya aprendió cuando nadie miraba. Que las cien victorias no son una meta, sino una prueba de resistencia superada. Que lo verdaderamente importante no es cuántas veces ganó, sino todo lo que fue capaz de sostener antes de hacerlo.

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Este equipo ya no corre detrás de la historia: la empuja. Con pasos aún jóvenes, sí, pero con una convicción adulta. Sabe que el escudo no promete facilidades, promete exigencia. Y que cada derrota asumida, cada noche europea sufrida, cada final perdida, ha sido una página necesaria para llegar hasta aquí.

(Fuente: Laliga)

Porque el Real Madrid no se explica solo por lo que conquista, sino por lo que insiste. Y este Real Madrid Femenino insiste. Insiste en competir, en volver, en levantarse sin ruido y en crecer sin atajos. Insiste en honrar un apellido que pesa, pero que también empuja.

(Fuente: Real Madrid)

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